jueves, 12 de junio de 2014

El trilema energético de China


Dr. Kenneth Ramírez

La Comunidad Internacional sigue en detalle todas las acciones de Beijing para intentar resolver su “trilema energético”: garantizar la seguridad de suministros a precios competitivos, proporcionando a su vez el acceso universal a la energía y mitigando el impacto ambiental. Todo esto, en concordancia con el “sueño chino” del Presidente Xi Jinping: lograr el progreso de una nación moderna -léase, lograr la paridad con EEUU- en el Centenario de la Revolución China en 2049.

Durante los últimas tres décadas la economía china ha crecido a un ritmo medio de 9,9%, y desde 2010 sobrepasó el PIB de Japón para convertirse en la segunda economía mundial -a la zaga de EEUU. No obstante, el PIB per cápita chino de 9.300 dólares (puesto 122 a nivel mundial), todavía se encuentra muy alejado de los 50.700 dólares de EEUU (puesto 14), y aún se encuentra por debajo de la media mundial de 12.700 dólares, lo que asoma la inequidad social existente en el país. Además, este asombroso crecimiento económico, ha disparado el consumo de recursos energéticos -fundamentalmente fósiles- y la tasa de contaminación.

En materia energética, el cambio ha sido vertiginoso. A finales de los años noventa, China sólo consumía la mitad de energía que EEUU. A finales de la década de 2000, sobrepasó a EEUU como principal consumidor de energía; y se espera que a finales de 2014, lo desplace como principal importador petrolero.

China consume 115.500 billones de BTU -21,3% del total mundial-, aproximadamente igual al consumo de América del Norte, y muy por encima del consumo europeo y las otras potencias asiáticas. Sin embargo, dos problemas saltan a la vista. En primer lugar, la principal fuente de energía es el carbón, con 79.200 billones de BTU, aproximadamente la mitad del consumo mundial, lo cual ha aumentado dramáticamente sus emisiones de dióxido de carbono. Incluso desplazó a EEUU como principal emisor en 2009, y representa ahora 29% del total mundial, frente a 16% de EEUU. En segundo lugar, el consumo energético per cápita de China es hoy por hoy apenas similar al de EEUU en 1955, lo que plantea grandes desafíos geopolíticos y ecológicos debido a la anhelada paridad.

Debido a su base de recursos limitada, China no tiene más remedio que mirar más allá de sus fronteras para satisfacer sus necesidades petroleras. Según la OPEP, consumió 10,1 MMBD en 2013 -una novena parte del total mundial-, y sólo produjo 4,24 MMBD. Es decir, debe importar casi 60% del petróleo que consume -los pronósticos muestran que será 75% en 2040-, desde lugares que presentan riesgos geopolíticos y a través de rutas que escapan de su control.

De hecho, el Ex-Presidente Hu Jintao formuló el llamado “dilema de Malaca”: la dependencia china de importaciones de energía a través de estrangulamientos marítimos como los estrechos de Ormuz y Malaca controlados por otras potencias, principalmente EEUU. La conclusión es que China se encuentra en una posición geopolítica vulnerable similar al Japón Imperial en el período entreguerras.

Esto explica los esfuerzos de China para desarrollar su capacidad naval, a pesar de que le tomará al menos dos décadas tener una proyección suficiente. Por otra parte, muchos analistas creen que Beijing ha realizado inversiones en puertos marítimos a lo largo del Océano Índico siguiendo la llamada “estrategia de collar de perlas”, que está orientada a aumentar la proyección de la Armada china para proteger los buques petroleros que transportan suministros a China, principalmente desde Arabia Saudita, Angola, Irán, Omán, Irak, Sudán, Venezuela y Kuwait. Además, China está impulsando la construcción de un corredor de gasoductos y oleoductos que atraviesan Myanmar como alternativa a Malaca.

Asimismo, el interés de China en reclamar soberanía sobre la mayor parte del Mar del Este y el Mar del Sur -que ya ha provocado incidentes navales con Vietnam, fricciones diplomáticas y planes de rearme de Japón debido a la disputa por las islas Diaoyu/Senkaku, y preocupaciones en EEUU y el resto de sus vecinos-, se relaciona en buena medida a los recursos que se calcula existen en esas aguas. El Servicio Geológico de EEUU estima recursos prospectivos de petróleo entre 5 y 22 millardos de barriles, y de gas natural entre 70 y 290 billones de pies cúbicos sólo en el Mar del Sur. Por su parte, la empresa petrolera china CNPC, incrementa estas estimaciones hasta 125 millardos de barriles y 500 billones de pies cúbicos, aunque incluye todas las zonas marítimas en disputa.

El gas natural representa una gran oportunidad para China. Con un consumo de 4,7 billones de pies cúbicos (4% del total mundial), está al nivel de Japón pero muy por debajo de Europa y EEUU. Sin embargo, existe un enorme potencial de crecimiento apalancado en sus recursos de gas de esquistos, lo que le permitiría llegar en 2040 hasta los 17,5 billones de pies cúbicos. Según estimaciones del Departamento de Energía, China tiene recursos prospectivos de gas de esquistos que ascenderían a 1.115 billones de pies cúbicos -primer puesto a nivel mundial, con una cantidad similar a EEUU. No obstante, China se encuentra con unas condiciones muy diferentes a EEUU para tratar de generar una “Revolución de Esquistos”. Desde la capacidad tecnológica limitada de las empresas chinas al régimen de propiedad de la tierra, las características geológicas complejas de las cuencas -sobre todo Tarim y Junggar en Xinjiang- y el marco regulatorio.

La otra carta de China es Rusia. Según un acuerdo firmado entre la empresa petrolera rusa Rosneft y CNPC durante la visita del Presidente Xi Jinping a Moscú en 2013, las exportaciones petroleras rusas se triplicarán hasta alcanzar 1 MMBD en 2018. Además, durante la reciente visita del Presidente Putin a Beijing, fue firmado un nuevo acuerdo que compromete a Rusia a suministrar 38 billones de metros cúbicos de gas natural anualmente -esto es, 15% de la demanda actual china- a partir de 2018 por 30 años, lo cual mitigará la dependencia china del carbón y los estrangulamientos marítimos, y abate los pronósticos de emisiones.

La mejora del nivel de vida de la inmensa población de China como objetivo central del “sueño chino” de Xi Jinping, es observado por el resto del mundo con una mezcla de interés y cautela. En este contexto, la energía tendrá un papel crítico, ya que puede convertir el sueño chino en pesadilla global.

Publicado originalmente en El Mundo Economía y Negocios

EEUU, Libia y la sombra del yihadismo


Victor Hugo Matos

Desde la llegada de Barack Obama a la presidencia, uno de los pilares sobre los que ha querido sustentar su política exterior es la idea de que EEUU debe plantear una nueva aproximación hacia el Medio Oriente; sobre todo, después del fiasco de las intervenciones militares en Irak y Afganistán, que han dejado 8000 bajas. A partir de esto, el hecho de que el inicio de su primer mandato coincidiera con la eclosión de la “Primavera Árabe” -que generó expectativas optimistas respecto a una posible democratización del Medio Oriente-, fue aprovechado por la Casa Blanca como una oportunidad para corregir el rumbo y rescatar la imagen de EEUU en la región, lo cual ya había comenzado con el discurso de Obama en la Universidad de El Cairo.

Siendo esta la base de la nueva política de Obama hacia Medio Oriente, fue la desestabilización temprana del régimen libio la que convirtió a este país en el campo de pruebas de una nueva estrategia del Departamento de Defensa y la Casa Blanca, de realizar intervenciones limitadas sustentadas en la acción conjunta con miembros de la OTAN y apoyando a elementos locales sobre el terreno,  sumado a la búsqueda de apoyo de la Comunidad Internacional, la cual quedó plasmada en la Resolución 1973 (2011) del Consejo de Seguridad que enmarcó dicha intervención. No obstante, en retrospectiva, se hacen palpables las interrogantes de cuáles fueron los intereses concretos de EEUU en dicha operación, en la medida en que la movilización de recursos operativos realizada por EEUU no se correspondía con la reducida importancia que tenía Libia mas allá de su posesión de petróleo, armas químicas y una alicaída influencia en África y el Mundo árabe,  sobre todo si se toma en cuenta el reposicionamiento de Gaddafi después del 11-S, y la cooperación entre los gobiernos europeos y Trípoli en materia energética y comercial con Italia como principal socio -mucho mayor que la participación de EEUU en este sentido.

A pesar de ser una de las intervenciones más limpias de EEUU desde la Guerra del Golfo, los años subsecuentes a la misma han demostrado que la caída de Gaddafi no necesariamente ha implicado un cambio positivo para Libia,  sobre todo cuando dicho país se ha transformado en un clásico Estado fallido, donde las milicias armadas ostentan más poder real que los miembros del recién reformado ejército libio, sobre todo cuando las mismas han tomado desde hace casi un año, el control de las terminales más importantes hasta provocar una drástica caída de sus exportaciones petroleras.

Además de las milicias, Libia se ha convertido en un eje para la actividad yihadista en la zona,  lo que quedó evidenciado con el ataque al consulado estadounidense de Bengasi en 2012 realizado por Ansar-Al Sharia, un grupo asociado a Al-Qaeda, que además mantiene contactos irregulares con otros grupos presentes en territorio libio como Al Qaeda del Magreb Islámico,  Al Qaeda de la Península Arábiga y miembros de la brigada Al-Mulathameen -conocido grupo terrorista argelino. Añadido a esto, el propio gobierno libio sufre una profunda división entre sus filas, donde desde hace algunas semanas el general retirado Jalifa Hifter -exiliado hasta 2011 en EEUU- se ha alzado en armas contra el gobierno libio, ya que  considera que este ha hecho poco por desarmar a las milicias que se han incorporado dentro del ejército regular y que considera extremistas apoyados directamente por  el gobierno libio de Ahmed Maiteq, lo que lo ha llevado a atacar tanto el Parlamento libio, por considerarlo influenciado por fuerzas islamistas, como a campamentos militares tales como el de la Brigada de Mártires del 17 de Febrero, que fue bombardeado el pasado 27 de mayo.

Dados todos estos elementos, cabe preguntarse si la Administración Obama habrá cometido en Libia los mismos errores que cometió la Administración Bush en Afganistán e Irak, al asumir que un Estado con una debilidad institucional tan clara,  claramente dividido en estamentos tribales y extremadamente dependiente del liderazgo carismático, podía  realizar una transición rápida hacia un sistema con al menos algunos rasgos de gobernabilidad democrática; cuando es claro,  que el gobierno de transición libio no entendió las necesidades y deseos de los  habitantes de Misrata o Bengasi, quienes rechazaron el nuevo modelo político centralista que se ha querido imponer desde Trípoli.

Es inevitable asumir entonces, que poco a poco Libia se está convirtiendo en un riesgo de seguridad  para sus propios ciudadanos y el Mediterráneo, en la medida en que el factor desestabilizador de las milicias y los grupos yihadistas vinculados a Al-Qaeda pueden ir transformando a Libia en una nueva Somalia o Yemen, donde la violencia y el derramamiento de sangre están a la orden del día. A esto se le añade el impacto negativo que está teniendo la situación en Estados vecinos, como fue la movilización hacia Mali de miembros de la etnia Tuareg aliados de Gaddafi y que fue un factor clave durante la breve existencia del Estado Islámico de Azawad, o también el hecho de que algunos terroristas argelinos usen el territorio libio como santuario –recordemos el ataque a la planta de gas ubicada en In Amenas (Argelia), el 16 enero de 2013, donde murieron al menos 67 rehenes.

Lo que sí es cierto, es que Libia estará presente en los intereses de EEUU, dado las consecuencias potencialmente negativas para la seguridad de Europa, África, y Medio Oriente, sobre todo por la posibilidad de convertirse en un corredor para elementos yihadistas como Al Qaeda y sus afiliados, Boko Haram de Nigeria o Al-Shabab de Somalia, que podrían afectar los frágiles gobiernos africanos y plantearse ataques en territorio europeo. Por otra parte, las inmensas reservas de petróleo y gas de Libia, la convierten en clave para una seguridad energética europea que hoy por hoy se encuentra amenazada por los sueños neo-imperiales de Putin en Europa del Este. Además, queda claro que la actuación de la Administración Obama hacia Libia seguirá siendo debatida en el seno de la política estadounidense, con la posibilidad de que sea uno de los temas claves en las próximas elecciones presidenciales, pudiendo llegar a ser una piedra en el zapato para las aspiraciones presidenciales de Hillary Clinton en 2016, dado el puesto que ocupaba durante el ataque al consulado de Bengasi.