miércoles, 13 de agosto de 2014

Irak: La tragedia de Obama


Dr. Kenneth Ramírez

Barack Obama ha sufrido un duro revés desde que el pasado 10 de junio, el Estado Islámico de Irak y Levante (por sus siglas en inglés, ISIS) invadió Irak desde Siria, tomando Mosul –tercera ciudad del país. A partir de allí, el líder del ISIS, Abubaker Al-Bagdadi, declaró el Califato Islámico y siguió expandiendo sus fuerzas en dirección a Bagdad y Erbil –capital del Gobierno Regional del Kurdistán iraquí (GRK). Con 10 mil yihadistas controla un territorio del tamaño del Reino Unido y una población de 6 millones de habitantes, donde ha impuesto la sharia y ha perseguido a las minorías religiosas, sobre todo cristianos y yazidíes. Ante el avance del ISIS, el Primer Ministro Maliki se apoyó en una polémica fatwa –edicto islámico- del Ayatollah iraquí Alí al-Sistani que llama a los shiítas a defender el país, alentando el inicio de una guerra sectaria similar a la que vivió Irak después de la voladura de la Mezquita Dorada de Samarra en 2006. Todo esto ha abierto un capítulo que Obama quería olvidar y que puede acabar definiendo su legado.
La actual crisis iraquí ha sido generada en buena medida por la decisión de Obama de incumplir su línea roja y no bombardear a Siria después de que Assad utilizó armas químicas en agosto de 2013, así como su renuncia a armar a los rebeldes moderados sirios, lo cual terminó desbordando aquella guerra civil hacia Mesopotamia. Empero, la crisis también está asociada a la política sectaria de Maliki, quien ha gobernado con los shiítas, excluyendo a los sunitas del poder.
En consecuencia, el Presidente Obama que se enorgullecía por “haber cerrado una década de guerras agotadora” para EEUU en Medio Oriente, tuvo que iniciar el pasado 7 de agosto una campaña de bombardeos aéreos limitados en el norte de Irak, suministrar armas a los peshmergas –brazo armado del GRK- y ayuda humanitaria a las minorías en peligro. Así, el destino le ha arrastrado trágicamente de vuelta a Mesopotamia, ocupando para su disgusto, un lugar en la historia al lado de George H. W. Bush que bombardeó Irak en 1991, de Bill Clinton que lo hizo en 1998, y del propio George W. Bush, quien lideró la invasión a la que se opuso como Senador de Illinois en 2003 y que creyó cerrar como Presidente en 2011. Por ello, y dada la oposición del público estadounidense a participar en nuevas guerras, Obama ha fijado límites a la operación: 1) No habrá tropas en el terreno –aunque envió 775 fuerzas especiales en julio para protección y asesoría-; 2) El objetivo militar se centra en detener el avance del ISIS hacia Erbil y Bagdad; 3) Cualquier solución a largo plazo, destinada a derrotar al ISIS, pasa por el liderazgo de Irak, lo que supone superar la crisis política provocada por Maliki.
Aunque el Presidente Obama ha señalado la necesidad de estos bombardeos limitados para evitar “un genocidio masivo” de las minorías religiosas perseguidas por ISIS, las razones humanitarias no son suficientes para explicar su regreso a Mesopotamia, menos aun cuando se toma en cuenta los alrededor de 200 mil sirios que han muerto sin que haya tomado acciones militares contra Assad.
En primer lugar, los bombardeos buscan evitar una eventual caída del Kurdistán iraquí en manos del ISIS, lo cual implicaba perder una base militar y dejarlo fortalecerse aún más con los campos petroleros kurdos que actualmente producen alrededor 400 mil barriles diarios, mientras en la actualidad ISIS apenas controla pequeños campos sirios que le permiten vender 10 mil barriles diarios. Esto además, alinea a EEUU con Turquía, que ve en el GRK un proveedor petrolero y un aliviadero para su conflicto con los kurdos turcos, aunque Ankara recela del suministro de armas de EEUU al GRK -ya que alienta su independentismo.
En segundo lugar, y por sorprendente que pueda parecer, Obama busca aprovechar el conflicto iraquí como oportunidad para consolidar su acercamiento con Irán. En este sentido, Obama se ha aliado tácitamente con Teherán para salvar la unidad de un Irak controlado por la mayoría shiíta –sin excluir a sunitas, kurdos y otras minorías-, y para combatir ISIS que amenaza con su yihad tanto a Bagdad como a Assad en Damasco, y ulteriormente a Teherán y al propio Washington. Al respecto, Obama ha señalado que la solución para Irak es política y no militar; enviando un claro mensaje a Irán: No desea expulsarle de Bagdad, sino propiciar un gobierno de unidad nacional que pueda enfrentar al ISIS, lo cual implica la salida de Maliki. El Ayatollah Khamenei desconfiado al principio, parece haber aceptado el envite al juzgar por sus recientes acciones y declaraciones.
No obstante, la forma en que Obama ha regresado a Irak resulta riesgosa. Los bombardeos limitados no derrotarán al ISIS, que puede optar por replegarse y jugar con el atractivo de haber resistido un conflicto contra EEUU para reclamar el liderazgo a Al-Qaeda, mientras adopta una política de “esperar y ver” entendiendo el rol limitado de Washington, que los kurdos no están interesados en combatirles más allá de su territorio, y que Bagdad puede seguir paralizada. En este sentido, aunque el 10 de agosto, el Presidente Fuad Masum nominó al shiíta Haider al-Abadi como candidato a Primer Ministro con el apoyo de EEUU e Irán, para evitar un tercer período de Maliki, este aún controla las fuerzas de seguridad como Primer Ministro en ejercicio. Por ello, se ha hablado de la posibilidad de un golpe de Estado, lo cual podría abrir un conflicto dentro del propio conflicto.
Por otra parte, el acercamiento de Obama con Teherán en Irak cobrará sentido, sólo si logra cristalizar un acuerdo definitivo sobre el programa nuclear iraní, cuyas negociaciones fueron prorrogadas hasta noviembre y aún se antojan complicadas. Además, Arabia Saudita se encuentra muy descontenta con un Obama que percibe tomando partido por su rival Irán, contando con capacidad suficiente para perturbar su política a través de sus alianzas con grupos sunitas en Irak y Siria.
En conclusión, Obama ha tenido que regresar a Irak inesperadamente, con una respuesta limitada que no resolverá el problema de fondo, que le hace depender de un rival como Teherán, que le alinea con un enemigo como Assad y le posiciona contra un aliado como Riad, que alienta el independentismo de Erbil, por no mencionar otras variables que escapan de su control. Una tragedia que puede manchar su legado si todo acaba en fracaso: El Presidente de EEUU que permitió la formación de un “Yihadistán” entre los ríos Éufrates y Tigris, a poca distancia del Mediterráneo.
@kenopina

lunes, 4 de agosto de 2014

Israel-Hamás: La Guerra de los Siete Años





Dr. Kenneth Ramírez

Desde la expulsión de Fatah y la toma de Gaza por Hamás en 2007, Israel ha establecido un bloqueo absoluto sobre este pequeño territorio de 360 kilómetros cuadrados donde viven apilados 1,8 millones de palestinos, y lo ha invadido en tres ocasiones: Operación Plomo Fundido (2008), Operación Pilar Defensivo (2012) y Operación Margen Protector (2014). Para Israel se trata de extirpar un “grupo terrorista”, mientras para Hamás se trata de una “guerra santa” de resistencia contra el “enemigo sionista”. Dos visiones extremistas y excluyentes del otro, que se han empecinado en luchar una guerra asimétrica que ya dura siete largos años –un capítulo propio dentro del largo conflicto árabe-israelí-, donde los precarios altos al fuego como el que fue alcanzado a última hora del pasado jueves a instancias del Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, no se traducen en acuerdos de paz duraderos. Una y otra vez acusaciones recíprocas sobre quién ha empezado, una y otra vez sangrientos combates, declaraciones incendiarias y gran sufrimiento para la población asediada –esta vez con un terrible saldo de 1428 palestinos muertos y 8265 heridos en 24 días-, que terminan en una precaria tregua unilateral o negociada hasta la nueva escalada.
 
Sin importar la superioridad militar de Israel y su avanzado sistema anti-misiles “Cúpula de Hierro”, y por más contundente que sea la destrucción que genere en Gaza, Hamás no será eliminado. Tanto Israel como Hamás se necesitan, ya que han sustituido la política por la guerra. Demonizar al enemigo, jugar con el temor y el resentimiento hacia el otro, y asumir una postura de superioridad moral, genera réditos políticos en cada bando. Netanyahu se convierte en el hombre fuerte de la política israelí y garantiza que un debilitado Hamás gobierne Gaza sin que esta se convierta en un caos yihadista, mientras a su vez debilita a Fatah y justifica la ausencia de concesiones en la mesa de negociaciones de paz que israelíes y palestinos instalan cada cierto tiempo debido a la presión internacional. Muchos recordarán que Israel facilitó la formación de Hamás como contrapeso a Fatah y el liderazgo de Arafat en los años ochenta. Por su parte, Hamás brinda a los famélicos palestinos victorias morales y el sufrimiento que pueda perpetrar al enemigo en cada incursión –63 soldados israelíes muertos y 150 heridos en esta ocasión, mucho más que en las anteriores invasiones- como sustituto tanto de una victoria definitiva que no pueden alcanzar, como de una gestión pública eficiente y un bienestar social que no pueden proporcionar. Los dos se odian, y se necesitan.
 
No obstante, Netanyahu le hace un flaco favor a la causa israelí invadiendo a Gaza cada dos o tres años; mientras Hamás hace lo propio con la causa palestina al mantener la división con Fatah –que controla la Autoridad Nacional Palestina desde Cisjordania-, así como al provocar o responder a los envites de Netanyahu.
 
A todo lo expuesto se le ha añadido otro elemento que atiza el conflicto: los recursos de hidrocarburos de la Cuenca de Levante -que el Servicio Geológico de EEUU estima en 1,7 millardos de barriles de petróleo y 122 billones de pies cúbicos de gas natural-, que comparten tanto Israel como El Líbano y Palestina –sobre todo a través de la fachada marítima de Gaza. Aunque modestos –al compararlos con reservas como las que posee Venezuela-, estos recursos son lo suficientemente atractivos para que Israel busque como mínimo evitar que los correspondientes a Gaza –con un valor estimado de 7 millardos de dólares- sean explotados por los palestinos, y como máximo utilizarlos en su propio beneficio. De manera que mantener el conflicto en Gaza sirve para evitar su explotación, lo cual Fatah desde la Autoridad Nacional Palestina ha estado a punto de lograr en varias ocasiones, llegando incluso a sostener conversaciones a principios de 2014 con el Presidente Putin y la empresa rusa Gazprom. Este resultado tampoco lo desea Hamás, que tiene interés en capitalizar estos recursos en su beneficio exclusivo.
 
Hay una sola salida para este conflicto. Las partes y los mediadores deben utilizar este nuevo cese al fuego como impulso definitivo del proceso de paz, lo cual implica reanudar las negociaciones para la creación de un Estado palestino con las fronteras de 1967, y el compromiso de los miembros del denominado Cuarteto para Medio Oriente (Naciones Unidas, EEUU, la Unión Europea y Rusia) de usar toda su influencia para impedir otro fracaso. Además, es necesario un ambicioso programa de reconstrucción de Gaza y de mejora de sus condiciones sociales. Esto supone el fin del bloqueo, la reconciliación entre Hamás y Fatah en el marco de las instituciones del nuevo Estado palestino, la explotación de los recursos de hidrocarburos presentes en los territorios palestinos en beneficio de su pueblo y la inserción de Palestina en el Mundo. A cambio, Hamás debe desarmar Gaza bajo supervisión internacional, y Fatah debe controlar los pasos fronterizos.
 
Israel no puede continuar con la guerra con Hamás sin erosionar su legitimidad internacional; y Hamás no puede continuar jugando con fuego, ya que la permanente división de las facciones palestinas no contribuye a materializar el Estado palestino y las revueltas árabes desde 2011 le han hecho perder aliados. El mayor revés fue la caída de Mohamed Morsi y la ilegalización de los Hermanos Musulmanes en El Cairo –rama ideológica a la cual pertenece Hamás-, lo cual ha llevado al Egipto de Al-Sissi a proponer altos al fuego claramente desfavorables a Hamás en esta tercera invasión a Gaza, y al duro silencio de Arabia Saudita, Emiratos Árabes y Jordania, quienes temen revueltas instigadas por los Hermanos Musulmanes en sus respectivos países. Por otra parte, la guerra civil siria hizo que Hamás tuviera que tomar parte por la mayoría sunita en contra de Assad. Esto significó la ruptura de su alianza histórica con Irán y el distanciamiento con la milicia shiíta libanesa Hezbollah. Todo ello ha generado el aislamiento regional de Hamás, que hoy por hoy, sólo cuenta con el apoyo de Qatar y Turquía. Aunque se estima que este nuevo conflicto de Hamás con Israel podría acercarle a Irán, no parece fácil debido a la lucha regional abierta entre sunitas y shiítas.
 
Venezuela puede contribuir desde Naciones Unidas en los esfuerzos internacionales que permitan un cambio en la dinámica actual, para lo cual debe evitar seguir teniendo posturas parcializadas en este conflicto. Asimismo, a través de la recientemente creada Petro-Palestina, Venezuela podría facilitar cooperación e intercambio de experiencias para contribuir al desarrollo de los hidrocarburos presentes en Palestina y la transformación de estos recursos naturales en oportunidades de desarrollo y beneficios sociales para el pueblo palestino.

Publicado originalmente en El Mundo Economía y Negocios
@kenopina