jueves, 28 de junio de 2012

Una peligrosa omisión

Dr. Kenneth Ramírez

La política exterior está jugando un papel muy secundario en la actual campaña electoral. Pareciera que en opinión de los asesores políticos de los candidatos, los temas de las relaciones de Venezuela con el resto del Mundo no se traducen en votos y pueden esperar hasta después de las elecciones.
 
A día de hoy, en un país como Venezuela, con un gigantesco volumen de negocio con el exterior –en buena parte debido al petróleo-, resulta frustrante y sobre todo muy preocupante observar que los candidatos o sus equipos de asesores se limiten a hablar de problemas locales, como seguridad ciudadana, empleo, vivienda, salud o educación. El electorado venezolano es consciente de que las relaciones con el exterior tienen implicaciones fundamentales en el desarrollo socioeconómico del país, por lo que quiere un Estadista que conduzca al país con firmeza y prudencia a través de un Mundo cada vez más complejo, siguiendo un rumbo definido que nos lleve a una situación de mejora de las condiciones generales. Su visión debe trascender los problemas locales e incluir asuntos de naturaleza geoestratégica: el posicionamiento de Venezuela en el tablero mundial en la segunda década del siglo XXI, identificando amenazas y oportunidades para la seguridad y bienestar nacional, lo cual resulta de vital importancia para generar empleo productivo bien remunerado, renovar y redimensionar infraestructura, mejorar del sistema educativo y sanitario, etc.
 
Conocemos la postura del Presidente Chávez en lo que a política exterior se refiere, guiándonos por la línea que ha seguido durante los años que ha estado gobernando: revisionismo frente a la hegemonía de EEUU e integración latinoamericana. Sin embargo, su política no ha estado exenta de debilidades tales como personalismo, sobre-expansión y sesgos ideológicos que han complicado los objetivos inicialmente planteados, tales como consolidar a Venezuela como potencia energética o impulsar la multipolaridad. Por su parte, el candidato de la oposición, Henrique Capriles Radonsky, a pesar de manifestar indirectamente fuertes diferencias respecto a la política exterior desplegada por el gobierno en la última década, no ha hecho hasta ahora señalamientos ni propuestas definidas en este sentido, y por eso el electorado no deja de percibirlo como un líder local, carente de visión estratégica internacional.
 
Observamos con preocupación y decepción que no haya consenso nacional razonable en un tema de fundamental importancia para el Estado y resulta desconcertante que no se lleve a cabo un debate, ni siquiera a nivel de asesores políticos en esa materia. Nos gustaría escuchar las ideas de los candidatos para consolidar a Venezuela como potencia media, su opinión sobre las principales tendencias a largo plazo del sistema internacional, sus propuestas de grandes estrategias y las alianzas que consideran necesarias con otros países u organizaciones, sus iniciativas sobre el futuro rol de Venezuela en América del Sur, en América Latina y en el Hemisferio en su conjunto, dentro del marco de las diferentes instituciones u organizaciones. Asimismo quisiéramos conocer su postura por ejemplo al respecto de cómo debe responder Venezuela a un entorno marcado por el declive relativo de la hegemonía de EEUU y la creciente importancia de las potencias emergentes BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), así como saber si consideran conveniente fijarnos como meta a largo plazo insertarnos en el G-20 y cómo puede lograr Venezuela tener una mayor influencia en el sistema de Naciones Unidas –el principal espacio donde se construyen los principios y normas de la gobernanza global.
 
Lo que distingue hoy en día a países como Brasil, Argentina, México, Colombia, Chile y España -por mencionar algunos- de Venezuela, es precisamente que, sin dejar de lado sus problemas internos, están atentos a un proyecto nacional frente al Mundo o con el Mundo. Sus líderes son conscientes de que su bienestar futuro depende de ganar simultáneamente márgenes de autonomía política y de competitividad económica, y no de forma excluyente.
 
Venezuela lleva cuando menos una década jugando el rol de chico rebelde en el escenario regional y global, marchando contracorriente de manera utópica e improvisada en muchos en casos, con la idea narcisista de lograr notoriedad y reconocimiento, pero ganando al mismo tiempo censura o conflictividad. Por este camino, el país se ha ido aislando o marginando, tomando posturas cada vez más radicales, incluso si se comparan con las asumidas por potencias como China o Rusia en casos donde estas potencias sí que tienen intereses específicos, como por ejemplo la guerra civil que hoy desgarra a Siria o el programa nuclear iraní.
 
Sin embargo, en otros temas en los que hay de por medio intereses nacionales muy claros y concretos, se guarda silencio o sencillamente se cede en base a sesgos ideológicos. La contundente defensa de nuestra diplomacia de la soberanía argentina sobre las islas Malvinas resulta desconcertante al compararla con la débil reclamación de nuestra soberanía sobre el Esequibo; asimismo resulta incomprensible nuestra despreocupación por el ascenso de Brasil, mientras continuamos firmando desventajosos acuerdos con Cuba, China, Vietnam o Belarús, con la falsa creencia que aún estamos en la Guerra Fría y que estos países siguen estrategias de otrora. Es con este tipo de posturas que perdemos oportunidades y colocamos en riesgo nuestra seguridad nacional.
 
No discutir sobre política exterior, es un error para cualquier candidato a Presidente. Asumir que el espacio externo no le interesa al elector y que solamente le preocupa la situación de las cárceles, la inseguridad, el desempleo, las Misiones, etc., es una perspectiva reduccionista y muy limitada, sobre todo ante un pueblo que ha demostrado históricamente tener voluntad de poder y deseo de ocupar un puesto privilegiado a nivel internacional. Nuestra sociedad tiene interés firme en superar los problemas internos, pero a su vez está convencida del potencial que tiene Venezuela para consolidarse como potencia media global. Ampliar la visión que se tiene del país en sus relaciones con el Mundo tiene en realidad más fondo e impacto que otros temas que están inundando y agotando los discursos de la actual campaña electoral para un país petrolero, tan integrado al escenario global. Es necesario abrir espacios para el debate a ese respecto, y una vez que se haya dibujado un claro contraste entre las propuestas en liza, empezar a buscar puntos de encuentro en las diferencias, dejando de lado elementos subjetivos como partidismo e ideología, privilegiando la objetividad y el pragmatismo desde una perspectiva nacional.
 
Mientras el gobierno insista en la importancia de consolidar su poder interno y proyectar una “identidad socialista” al exterior, y la oposición se siga centrando en señalar soluciones locales a nuestros problemas y proyectar una “identidad democrática” hacia el exterior, se hará cada vez más evidente la debilidad y falta de acuerdo en materia de política exterior y nos expondremos a la injerencia de las potencias y al recelo o desconfianza de potenciales socios o aliados, dificultándose así la materialización y consolidación de los objetivos internos que se hubieran fijado de uno u otro lado. Resulta crucial para el futuro del país hallar un consenso nacional a ese respecto, y la mejor forma de empezar a hacerlo es mediante debates de altura -al menos entre los asesores y especialistas-, privilegiando la fuerza del mejor argumento racional. En definitiva, debería dejarse de lado el desacuerdo ideológico, y comenzar a definir conjuntamente y de manera realista nuestros intereses nacionales -en el marco de la Constitución Nacional- de cara a esta segunda década del siglo XXI. No está de más que recordemos lo que se decía en tiempos del Imperio Romano: “Un pueblo dividido está maduro para ser conquistado”.