lunes, 19 de agosto de 2013

Abenomics: ¿Hacia dónde va Japón?


Salvador Miguel

El 9 de Agosto de este año, el Ministerio de Finanzas de Japón anunció que se alcanzó, por primera vez en la historia, el límite de 1.000 billones de yenes (10,3 billones de dólares). ¿Qué significa ésta inquietante cifra para Japón?
 
Durante casi 40 años la economía japonesa se mantuvo como la segunda a nivel mundial en términos de PIB. No obstante, desde hace una década lucha contra la deflación que ha estancado su crecimiento -hasta hacerle caer hasta al puesto de tercera economía mundial- y la ha sometido a fuertes compromisos monetarios dentro y fuera de sus fronteras. Mientras que la dimensión de los conglomerados industriales japoneses no concuerda con el tamaño del mercado local, lo que llevó, desde inicios de la década de los 90, a la nacionalización de múltiples empresas ineficientes y sobrealimentadas por créditos de bajísimo interés, al mismo tiempo que aumentó la deuda nacional para cubrir el gasto público y los compromisos sociales con una población en evidente envejecimiento.
 
Este incremento en el endeudamiento japonés, a su vez, está asociado a tres elementos. El primero es el conservadurismo de las empresas, que si bien les otorga excelentes estándares de producción y organización, no les permite invertir en bonos de la deuda. Si bien los índices bursátiles japoneses no han estado a los niveles de la década de los 80, cuando la inversión extranjera superaba los 60.000 millones de dólares, la evidente crisis económica hace que los gobiernos extranjeros no quieran invertir en Japón, al igual que las empresas locales, que aun teniendo capital suficiente para emprender proyectos de expansión, no invierten, debido al tamaño del mercado de demanda local y las fuertes barreras arancelarias, que aíslan los sectores no tradicionales del resto del Mundo. Esta desconfianza en el mercado local está relacionada con el segundo factor de endeudamiento, que es el envejecimiento progresivo de la población. Buena parte de la crisis económica está relacionada con una mano de obra en franco desnivel con las capacidades productivas de empresas que tienen capacidad de inversión, pero que no confían, además, en una población de avanzada edad -cerca del 25% de la población de Japón tiene 65 años o más, y las proyecciones tienden a ver este número aumentado- que tiene bajos índices de consumo asociado a sus ahorros, y no a actividades productivas que estimulen el movimiento de la economía. Éste sector demográfico no sólo tiene incidencia en la economía, sino también en el tercer elemento de desconfianza: Inestabilidad política.

Desde el estallido de la burbuja financiera japonesa -muy parecida a la crisis de EEUU en 2008-, el Parlamento japonés se ha visto sumergido en interminables disputas entre las coaliciones dirigidas por los partidos Democrático Liberal (PDL) y Democrático de Japón (PDJ). Desde entonces, la Dieta no se había podido poner de acuerdo en reformas económicas de gran envergadura, debido al peso de cada uno de los partidos, y a los intereses que representan.

El gobierno de Shinzo Abe, bien consciente de estos flagelos, se ha dedicado a poner en práctica programas de estímulo agresivos -como nunca antes se habían visto en Japón- para apalear estos elementos de desconfianza. Desde su victoria de diciembre de 2012, potenciada por el nacionalismo resultante de las disputas territoriales con China y el arrastre popular conseguido con las promesas de cambios reales en las políticas económicas, la Administración Abe alcanzó un desenlace a la conocida como “Política torcida” que se había visto desde la Administración Koizumi. Esta dinámica no permitía la aprobación de leyes de endeudamiento, presupuesto o gasto público para trazar un plan de acción efectivo, y fue lograda conquistando 135 de los 242 curules de la Cámara Alta, lo que significa un 52%, más que suficiente para dar luz verde a la mayoría de los ambiciosos proyectos.

La victoria política de Abe le permitió la implementación de leyes de endeudamiento abocadas a implementar paquetes de estímulo a gran escala que potenciarán el consumo interno, la inversión extranjera y conseguirán la progresiva derrota de la deflación que necesita la economía. A pesar de que estos planes fueron anunciados desde hace más de diez años, no se habían podido cumplir debido a la inestabilidad política y conservadurismo empresarial. La venta de bonos y la monetización de la deuda han mantenido a flote la confianza en la bolsa japonesa, que si bien muestra tímidos números de crecimiento, marca importantes cambios en las tendencias demostradas en años anteriores.

Una vez resuelto el problema político, Abe ahora se enfrenta con el problema de los mercados de demanda. En caso de decidirse por estimular la demanda local, hay dos formas de lograrlo. La primera, que arrojaría resultados a muy largo plazo, es el estímulo de las tasas de natalidad a través del potenciamiento de programas de planificación familiar. La segunda es la liberalización de las leyes de inmigración, lo que aumentaría de forma rápida el mercado de consumo y expandiría la producción empresarial. Por otra parte, en caso de decidirse por el crecimiento de la demanda extranjera, sería necesario expandir los canales comerciales entre Japón y sus socios en ultramar, y liberar los controles existentes sobre los sectores no tradicionales.

Al respecto, Abe parece haberse decidido por el incentivo a los mercados internacionales basado en lo que ha llamado “diamante estratégico”: EEUU – India – Australia – Japón, y en concreto, con la inminente adhesión japonesa a la Acuerdo de Asociación Trans-Pacífico (por sus siglas en inglés, TPP) -el primer acuerdo de libre comercio tri-continental. Asimismo, Abe ha incrementado el gasto en materia militar, lo cual se traduce en inversión en industrias pesadas.

La “Abenomics” ya ha dado algunas alegrías: el Ministerio de Finanzas ha señalado que ha sido superada la recesión, aunque sólo con un crecimiento del PIB de 2,6% según tasa anualizada –por debajo del 3% esperado-; el índice Nikkei de la bolsa de Tokio ha crecido 30% desde que Abe asumió el cargo; y el valor del yen ha caído 16% frente al dólar y 28% frente al euro. Esto ha sido suficiente para recuperar competitividad de las empresas locales y para que las exportaciones –que representan 35% del PIB- hayan vuelto a crecer -3% el primer trimestre de 2013. Por su parte, el consumo interno también se ha reactivado, apuntando a 1,9% de crecimiento según tasa anualizada.

Pese a estas mejoras, falta ver el resultado de estas políticas a largo plazo sobre los propios consumidores japoneses y el desarrollo de problemas sin resolver, como las disputas territoriales, los programas de reconstrucción de desastres aún en marcha y el aumento del endeudamiento sin precedentes. Sin embargo, el claro cambio de tendencia en el desarrollo de la política económica, y más importante aún, la respuesta positiva de los actores, nos hacen vislumbrar un futuro prometedor para Japón bajo la “Abenomics”.