jueves, 12 de noviembre de 2015

La devaluación de los BRICS


Dr. Carlos Romero

Las señales de alarma sobre el comportamiento reciente de la economía china han llevado a una reconsideración general sobre el papel mundial de los así llamados "países BRICS" y sobre sus posibilidades autonómicas en el contexto de la pos-Guerra Fría.

La configuración de los países BRICS es el resultado de la compleja discusión que se abrió en los primeros años de este siglo sobre la necesidad que tenían algunos autores y diplomáticos de superar el esquema bipolar para la comprensión de la actual realidad internacional. Se trataba entonces de definirla como en una transición hacia lo multipolar. A esta reflexión se le añadió el reconocimiento del papel llevado a cabo por los sectores multilaterales y transnacionales en esta nueva estructura mundial. 

No se trata tan solo de puntualizar los problemas de China, añadiendo el tema de su aspiración militar en el Océano Pacífico. La pretensión rusa de reconfigurar la geopolítica europea y mundial también es observada con ojo clínico, al intervenir directamente, luego de muchos años de pasividad, en el juego del poder. Véanse en particular, tanto los casos de Ucrania y Siria, como la controversial toma de Crimea.

India se debate entre su desarrollo constante de su economía y los problemas sociales que experimenta ese subcontinente, la herencia de unas tradiciones milenarias y del peso de la dominación británica. De igual modo, Brasil presenta tanto problemas de legitimidad de su gobierno como una crisis de productividad y de crecimiento. Sudáfrica es una caldera social a punto de estallar.

Los problemas ya citados han llevado a una especie de devaluación sistemática de la apuesta por los BRICS. Esto no significa necesariamente que estamos ante la presencia de un mundo unipolar o bipolar. Se trata tan sólo de señalar lo relativo que es el poder de esos países y cómo se sobrevaluó su potencial en el momento en que se planteó, con un sobrado optimismo, una nueva configuración global.

La victoria rusa en el Mar de Ojotsk


Lic. Jonás Estrada Aguilera
El Mar de Ojotsk es un mar costero de la parte noroccidental del Océano Pacífico, limitado por la península de Kamchatka, en el Este; las disputadas islas Kuriles, en el Sureste; la isla japonesa de Hokkaidō, en el Sur; la isla de Sajalín –ricas en petróleo y gas natural-, en el Oeste; y un largo tramo de la parte oriental de la costa de Siberia (incluidas las islas Chantar), en el Noroeste. El Mar de Ojotsk tiene una longitud, en dirección SO-NE, de unos 2.450 km, y en dirección SE-NO de unos 1.400 km. Tiene una superficie total de 1.590.000 kms², lo que lo coloca en la posición número 15 entre los mares del Mundo por extensión.
El Mar de Ojotsk está conectado al Mar de Japón a ambos lados de la isla de Sajalín: en el Oeste a través del golfo de Sajalín y el estrecho de Tartaria; en el Sur del país, a través del estrecho de La Pérouse. En la parte norte se encuentran el gran golfo de Shélijov, con las bahías de Guizhiguin y Penzhin.
A finales de agosto pasado, Rusia logró una gran victoria diplomática, ya que la Comisión de Límites de la Plataforma Continental de la ONU reconoció oficialmente que un área de 52.000  kms² en el centro del Mar de Ojotsk le pertenece al estar conectada a su plataforma continental -aunque excede las 200 millas náuticas que reconoce el Derecho del Mar-, por lo cual ha pasado a ser un mar interior ruso. Esto implica que Japón ya no tiene posibilidad alguna de acceder al Mar de Ojotsk para hacer navegación alguna o posible explotación de recursos, teniendo en cuenta la controversia por las meridionales islas Kuriles –tomadas por Moscú en 1945 y reclamadas por Tokio. Vale acotar que a través del Mar de Ojotsk hay rutas marítimas que unen Beijing con las islas Kuriles y las regiones del Lejano Oriente ruso, camino al promisorio Ártico - donde el deshielo producido por el Cambio Climático está abriendo oportunidades de explotación de recursos y una nueva ruta de navegación entre Asia y Europa.
Otros aspectos importantes en referencia al dictamen que hizo la ONU a favor de Rusia, es que primeramente Moscú puede dedicarse a gestionar la plataforma marina unilateralmente, ya que posee ricas y grandes fuentes de materias primas y recursos energéticos –según estudios realizados en el Mar de Ojotsk hay miles de millones de toneladas de petróleo y gas.
A todo esto debe agregarse, los recursos pesqueros de este mar, donde se encuentran varias especies como salmón de distintas clases, calamar, chinook, rosado y chum. Además están las especies de peces comerciales, como olía, abadejo, lenguado, bacalao y capelán; y las islas Shanter son el hogar de una gran manada de lobos marinos, cuya producción está estrictamente regulada por el gobierno ruso.
Rusia quiere ahora utilizar el caso del Ojotsk como precedente en sus reclamaciones en el Ártico, que se han topado con la oposición del resto de los países de la zona, como EEUU, Noruega y Canadá. A principios de agosto, Rusia presentó una reclamación territorial para ampliar su control sobre el Ártico –que según estimaciones puede contener 25% de los recursos de petróleo y gas natural no explotados, aunque la caída de los precios del petróleo han aminorado las expectativas de las empresas petroleras- en una superficie que se extiende más de 350 millas náuticas desde la costa rusa. Moscú mantiene que el lecho marino del Ártico, en concreto la cordillera submarina de Lomonósov, es una continuación de la plataforma continental de este país. La nueva doctrina militar rusa aprobada a finales de 2014, incluye entre sus prioridades la defensa de los intereses nacionales en el Ártico, donde el Kremlin ha ordenado la instalación de varias bases militares.
En consecuencia, la consolidación del dominio ruso del Mar de Ojotsk, resulta cónsona con el nuevo marco doctrinario e ideológico del “Eurasianismo”, en el cual, el Presidente Putin busca afianzar a Rusia como una gran potencia mundial que influya de manera decisiva en la política internacional. Crimea y Ojotsk, y ahora el Ártico, son pues muestras palpables del restablecimiento del clásico nacionalismo imperial moscovita, que en unidad al cristianismo ortodoxo, constituyen nuevamente los determinantes de la identidad nacional rusa.
@jonaspatriota