miércoles, 8 de abril de 2015

Yemen en clave petrolera


Dr. Kenneth Ramírez

En febrero de 2012, Yemen era citado con optimismo como un capítulo de la “Primavera Árabe”, ya que las protestas populares debilitaron a Alí Abdullah Saleh, quien había gobernado con puño de hierro como Presidente de la República Árabe de Yemen (Yemen del Norte) desde 1978, y como Presidente de la República de Yemen después de la unificación –el país estuvo dividido entre 1918 y 1990. La renuncia de Saleh terminó concretándose tras una intensa mediación del Consejo de Cooperación del Golfo –por sus siglas en inglés, GCC- liderado por Arabia Saudita, país vecino que tiene una gama de intereses en Yemen. En primer lugar, Riad ha maniobrado para mantener la “Primavera Árabe” fuera de la Península Arábiga, ya que amenaza su propia estabilidad política; y de hecho, mil soldados sauditas fueron enviados a sofocar el levantamiento de la mayoría shiíta contra la monarquía sunita de Bahréin en 2011. Además, tanto en Bahréin como en Yemen, Arabia Saudita –como líder de los musulmanes sunitas- busca evitar que los levantamientos de la población shiíta sean aprovechados por su rival geopolítico Irán –como líder de los musulmanes shiítas. En tercer lugar, Riad necesita combatir de grupos terroristas desde Al-Qaeda en la Península Arábiga –que se declaró responsable del atentado contra Charlie Hebdo- hasta grupos que le han jurado fidelidad al ISIS, los cuales operan en el Sur de Yemen y amenazan la legitimidad religiosa del Rey de Arabia Saudita como “Guardián de las Dos Sagradas Mezquitas”. Finalmente, Riad necesita asegurar el Estrecho de Bab el-Mandeb que conecta el Mar Rojo con el Golfo de Adén -el cual es flanqueado por Yemen-, y por donde pasan 3,8 millones de barriles diarios de petróleo.

Con la salida de Saleh, su Vicepresidente Mansour Hadi, formó un gobierno de unidad e instaló entre marzo de 2013 y enero de 2014, la Conferencia para el Diálogo Nacional de Yemen. No obstante, no pudo resolver la crucial definición de una estructura del Estado. Mientras que los secesionistas del Sur quieren dividir Yemen en dos regiones bajo la hegemonía sureña, los grupos del Norte se posicionan a favor de una federación de seis regiones y un equilibrio de poder. No es coincidencia que en el Sur se encuentre la mayor parte de sus 3 millardos de barriles de reservas de petróleo y sus 17 billones de pies cúbicos de gas natural, que aunque son insignificantes si se compara con las que poseen sus vecinos del Golfo, son claves para el segundo país más pobre del Mundo árabe.

Los Houthis, marginados por ser acusados como agentes de Irán, han luchado para obtener más poder para los zaydíes –secta shiíta que se concentra en el Norte de Yemen y que representa 45% de la población. Se alzaron en armas en 2004, en un conflicto que se extendió hasta 2009, cuando se produjo una intervención puntual saudita. En agosto de 2014, consiguieron capitalizar la indignación por los recortes en los subsidios a los combustibles, y emprendieron una ola de protestas –con la ayuda de su otrora enemigo Saleh que busca regresar al poder y facilitó la movilización de parte de la mayoría sunita. El 21 de septiembre de 2014, se firmó el Acuerdo Nacional para la Paz y el Reparto del Poder, bajo el auspicio de la ONU. El Presidente Mansour Hadi permanecería en el cargo hasta que la nueva Constitución federal fuera aprobada, se restablecería los subsidios y se celebrarían elecciones. Empero, los Houthis reanudaron las protestas y tomaron la capital Saná, el 19 de enero de 2015. Mansour Hadi se declaró víctima de un golpe de Estado y pidió la intervención de la ONU y el GCC.

Ante todo esto, Arabia Saudita decidió la semana pasada emprender la “Operación Tormenta Decisiva”, que implica un bombardeo a gran escala, seguido de una invasión terrestre –que aún no se ha producido-, para debilitar a los Houthis y reinstalar a Mansour Hadi en Saná. Para ello, Riad ha dispuesto 150 mil soldados y 100 cazabombarderos, y cuenta con el apoyo de una amplia coalición que agrupa al GCC –excluyendo Omán-, Jordania, Marruecos, Pakistán, Egipto y Sudán, además del respaldo diplomático de EEUU y Turquía que culpó directamente a Irán de esta nueva crisis. Aunque era de esperar una respuesta saudita, sobre todo porque la toma del poder de los Houthis podría darle a Irán presencia en las dos riberas del Estrecho Bab el-Mandeb –Teherán ha venido fortaleciendo vínculos con Djibouti y Eritrea-, así como una cabecera de playa en la Península Arábiga; lo que resulta muy llamativo es el creciente militarismo de las petro-monarquías del GCC, que siempre habían optado por utilizar aliados o la diplomacia financiera masiva en estos conflictos. Detrás de este nuevo enfoque, se encuentra el nuevo Rey Salman, quien impulsa la constitución de un bloque sunita conservador y militante para llenar el vacío que está dejando la menor disposición de EEUU a intervenir en la región, frenar la proyección geopolítica de Irán, sofocar impulsos revolucionarios árabes y combatir grupos terroristas: El “Invierno Sunita” como punto final de la “Primavera Árabe” y el ascenso de Irán.

Aunque los bombardeos han generado un repunte leve –en torno a 5%- de los precios del petróleo, debido a la preocupación por Bab el-Mandeb, lo cierto es que los rebeldes yemenitas no tienen capacidad para afectarlo; y ya buques sauditas, egipcios y estadounidenses lo resguardan. Empero, todo esto no deja de ser muy peligroso, ya que más allá de la soterrada lucha Riad-Teherán en todo el arco shiíta, la presencia saudita en Yemen podría desembocar en una amenaza mucho más tangible para el principal productor petrolero de la OPEP: Miles de yihadistas alimentando a Al-Qaeda y al ISIS en su frontera Sur, dado que el premio ahora sería la lucha directa contra lo que tipifican como el “régimen apóstata” de Riad.

Publicado originalmente en El Mundo Economía y Negocios

@kenopina


Glasnot caribeño



Embajador (r) J. Gerson Revanales

Está a punto de comenzar la VII Cumbre de las Américas de la cual se espera mucho y poco dependiendo de si se apegan a la agenda establecida o se desvía hacia lo coyuntural como son las negociaciones EEUU-Cuba.

Si este encuentro si se dan en términos de la alta diplomacia sería el escenario del "glasnost caribeño", el derrumbe de las 90 millas, comparables con el que se dio en la Rusia de Gorbachov entre 1981 y 1991 al liberalizar el sistema político con la excarcelación de los presos y la libertad de información: El gran dilema está en las condiciones de cómo Cuba se “incorpora” al Sistema Interamericano. Si se parte de las declaraciones de Raúl Castro al advertir que “Cuba no claudicará en sus principios ni aceptará presiones sobre sus asuntos internos para normalizar relaciones con EEUU”, y condicionó el restablecimiento de los vínculos diplomáticos con Washington a la “eliminación del embargo contra la isla”, podemos decir que ambos habrán ganado. Cuba en un mundo globalizado, sin el carisma de Fidel, sin la referencia ideológica de la Unión Soviética y sin el subsidio de Venezuela, está obligada a llegar hasta el final y no le conviene un fracaso en la Cumbre de Panamá.
           
EEUU, igualmente juega a ganar con un cambio radical de estrategia al infiltrar un “Caballo de Troya” inocula el germen de la democracia. Este hará el trabajo por si sólo y Washington no tendrá que ejercer las presiones que tanto teme Raúl Castro.

Los gobiernos participantes se encuentran en el dilema de avanzar hacia los objetivos de la Cumbre como es buscar la vías para alcanzar la “Prosperidad con equidad: desafío de la cooperación en Las Américas” o caer en la trampa de una falsa solidaridad regional desconociendo los compromisos adquiridos en la Carta Democrática Interamericana en materia de los transparencia, corrupción y DDHH.

Hay diferencia cuando se empodera al pueblo, se le crean ilusiones y se desconocen los derechos de los individuos. El concepto de independencia de los libertadores y de los pueblos coloniales de los años 50 y 60, es diferente a la independencia de hoy.

Los compromisos adquiridos por medio de la voluntad colectiva de los gobiernos crean deberes y derechos en los firmantes. Así como existe el deber de cumplir con los compromisos adquiridos, los firmantes deben exigir al infractor el cumplimiento de los compromisos y esto no se debe llamar injerencia.