jueves, 2 de julio de 2015

Rusia y la OPEP: una difícil coordinación


Dr. Kenneth Ramírez

Rusia enfrenta una nueva crisis asociada al mercado petrolero. En 1986, el desplome de los precios tras el abandono de Arabia Saudita de su rol como productor de equilibrio –swing producer- condujo a la caída de la Unión Soviética (URSS). El hundimiento de los precios debido a la Crisis Asiática y la guerra entre productores –entre ellos Venezuela y Arabia Saudita-, produjo una fuerte recesión económica y el impago de la deuda -el llamado “Efecto Vodka”- en 1998, lo cual llevó a renunciar a un enfermo Boris Yeltsin y trajo a un desconocido Vladimir Putin al poder. Posteriormente, Rusia se vio brevemente afectada por la corta caída de precios a raíz de la crisis financiera de 2008. Y, finalmente, la caída de los precios de este último año debido a la débil demanda petrolera y la guerra de jeques contra esquistos, aunado al efecto de las sanciones impuestas por el conflicto de Ucrania, han generado pérdidas de alrededor de 160 millardos de dólares, una dura recesión económica -el FMI estima una contracción del PIB de 3,8% en 2015 y 1,1% en 2016- y un escollo para las ambiciones globales de Putin.

La diplomacia petrolera venezolana se esforzó en los últimos meses en materializar una coordinación entre Rusia y la OPEP para realizar recortes conjuntos y apuntalar los precios. Esto se tradujo en tres visitas del Presidente Maduro a Moscú, y cuatro del Ministro de Petróleo, Asdrúbal Chávez, desde diciembre de 2014. Sin embargo, en lugar de recortes, la producción petrolera rusa ha aumentado en 200 mil barriles diarios (MBD) respecto a 2014, hasta alcanzar 10,7 millones de barriles diarios (MMBD) en junio de 2015 –récord de la era pos-soviética. Existen varias razones que explican esta posición de Rusia.

En primer lugar, el rol de las ideas. Cuando los precios empezaron a caer, la incertidumbre era creciente y Venezuela iniciaba contactos para eventuales recortes coordinados; el Ministro de Energía ruso, Alexander Novak, contrató un estudio del centro de pensamiento –think tank- Instituto Skolkovo liderado por el experto Grigory Vygon. Dicho informe concluyó que la OPEP no cooperaría debido a la posición saudita de expulsar del mercado a los productores menos eficientes; agregando que, si Rusia decidía recortar, Arabia Saudita y Libia tomarían su cuota de mercado en Europa. Además, esto agravaría los problemas presupuestarios de Rusia. Por ello, el Ministro Novak y el Presidente de Rosneft, Igor Sechin, optaron por no acordar recortes en una reunión a puerta cerrada en el Hotel Grand Hyatt de Viena, donde acudieron el Ex-Canciller Rafael Ramírez; el Ministro saudita Alí Al-Naimi, y el Ministro de Energía de México, Pedro Joaquín Coldwell, días antes de la 166° Reunión Ministerial de la OPEP, el 25 de noviembre de 2014.

En segundo lugar, la desconfianza entre Moscú y Riad. Putin considera que el finado Rey Fahd ayudó a Ronald Reagan a destruir la URSS inundando el mercado en 1986, y años después lanzó una guerra de precios para frenar la recuperación de su industria petrolera rusa ocasionando el “Efecto Vodka”. Tomando en cuenta estos antecedentes, Putin entendió que “hay un elemento político” en la caída de precios. Es decir, la posición saudita de no defender los precios también buscaba castigar a Rusia por apoyar a Irán y Assad en Siria, y ayudar a su aliado Barack Obama en el pulso con Putin por Ucrania. Por su parte, Riad considera que Moscú jamás ha colaborado con la OPEP, e incluso cuando ha acordado hacer recortes conjuntos como en 1999 y 2008, realmente no los ha materializado y ha aprovechado para tomar la cuota de mercado del grupo.

En tercer lugar, consideraciones técnicas y económicas. El 85% de la producción proviene de campos maduros en zonas con un clima hostil. No resulta fácil para Rusia realizar recortes y luego recuperar producción. Por lo tanto, Moscú ha estimado conveniente dejar caer el rublo en 50%, disminuir los impuestos petroleros y aumentar la producción. Adicionalmente, de su participación en el 6° Seminario Internacional de la OPEP realizado el 3 de junio de 2015, el Ministro Novak extrajo un potente argumento: Los precios se han estabilizado en 60 $/Bl y se recuperarán en los próximos dos o tres años; ergo, Rusia tiene reservas financieras suficientes -398,9 millardos de dólares- para capear el temporal.

No obstante, estos cálculos parecen estar minusvalorando algunos elementos. Los productores de esquistos de EEUU están siendo mucho más resistentes de lo esperado y algunos informes señalan que sin recortes los precios apenas se recuperarán desde el nivel actual para alcanzar los 75 $/Bl en 2025. Con precios deprimidos y sanciones, la industria petrolera rusa no va a ser capaz de repetir el “milagro de Siberia Occidental” que siguió a 1998. Se han agotado los campos baratos. Las reservas por explotar están en zonas remotas de Siberia Oriental, en aguas del Ártico, o son yacimientos de esquistos, que requieren tecnología que ha sido objeto de sanciones. Además, el clima de inversión se ha deteriorado con el arresto de Vladimir Yevtushenkov y la toma de su empresa Bashneft –sexto productor ruso con 320 MBD- en 2014, lo cual recordó el caso de Mikhail Khodorkovsky y la nacionalización de los activos de Yukos en 2004 –que consolidó a Rosneft como empresa petrolera nacional con 40% de la producción rusa. En consecuencia, la Agencia Internacional de Energía ha señalado una caída de producción de 560 MBD en 2020. Antes pronosticaba que alcanzaría 11 MMBD en 2019, cerca del récord de la URSS de 11,4 MMBD en 1988.

Esta crisis debería estimular a Rusia a introducir reformas para disminuir su dependencia de los hidrocarburos -68% de sus ingresos por exportaciones-, cerrar el capítulo de Ucrania a través de los acuerdos de Minsk y coordinarse con la OPEP para rescatar los precios del petróleo -siendo positiva la reciente visita del Príncipe heredero Mohamed bin Salman a San Petersburgo. ¿Y usted qué opina?

Publicado originalmente en El Mundo Economía y Negocios

@kenopina

Metamorfosis mundial


Dr. Carlos Romero

Uno de los debates más importante en las relaciones internacionales es aquel dedicado a analizar los límites entre la política exterior y su entorno global. La multiplicación de actores multilaterales y supra-estatales está retando la soberanía de los Estados, al tiempo que asumen algunas de las funciones que corresponden por tradición a los entes públicos. De esta manera, los límites entre estos tres tipos de organizaciones no están claros al momento en que se originan diversos conflictos al tratar de reservar, ocupar o simplemente tomar acciones que según el criterio de algunos no sean de su competencia.

La doctrina nos habla sobre que en la actualidad hay problemas "globales" que no pueden ser resueltos por los Estados; vale decir, el deterioro del ambiente, el terrorismo, armas nucleares, los medios de comunicación y las migraciones y que, por lo tanto, deben tomarse decisiones conjuntas y consensuadas. Sin embargo, algunos de sus críticos alertan sobre que la legitimidad de los Estados no puede ser ni suplantada ni calificada, en cuanto su orden interno por otros actores. 

Lo cierto es que algunas materias como lo son el tema de los derechos humanos y la idea de la supranacionalidad están en discusión, así como la injerencia de algunos Estados en los asuntos internos de otros países, por la vía directa o por una vía indirecta, a través de la resonancia mundial de algunos actores domésticos, incluyendo los así llamados "líderes mundiales".

Venezuela no escapa a esta metamorfosis. El Gobierno ha hecho uso de su discrecionalidad diplomática para alcanzar sus objetivos particulares y para fomentar su proyecto en otras latitudes, lo que veces pone en duda la legalidad de las actividades de sus funcionarios en el exterior. Y la Oposición ha encontrado en la esfera no estatal una caja de resonancia de sus legítimas advertencias sobre el deterioro de la democracia en el país. Ambos toman partido de una nueva realidad que exige respuestas diferentes a novedosos y complejos problemas. 

Publicado originalmente en El Universal

Crimea: A un año del Jaque Mate de Rusia


Lic. Jonás Estrada Aguilera

El pasado 11 de marzo, en Crimea y Sebastopol, celebraron el primer aniversario de la polémica reunificación de la República de Crimea con la Federación de Rusia. Esta reunificación se produjo a raíz de la crisis política desencadenada por las protestas en Ucrania contra el derrocado Presidente Viktor Yanukovich; y tuvo como grandes protagonistas a los servicios secretos rusos y la Flota del Mar Negro que tiene su base en el puerto de Sebastopol.

Hay que tomar en cuenta que desde hace mucho tiempo, tras la caída de la URSS, los ciudadanos crimeos -incluyendo a los habitantes de Sebastopol-, querían formar parte de Rusia, y eso se demostró con el referéndum de 2014.

Vale acotar el factor demográfico de Crimea que es muy importante a la hora de analizar los resultados de estos comicios que hicieron posible la reunificación. De acuerdo a las cifras más recientes, la mayoría étnica de Crimea son rusos, que forman el 60% de la población, la segunda población étnica con más representantes son los ucranianos, que forman el 25%, y en el tercer lugar están los tártaros con el 12%. Mientras en Sebastopol, la ciudad más grande de Crimea, el 70% de la población es rusa; el 22%, ucraniana; y casi no hay tártaros.

El 97% de la población de Crimea tiene el ruso como lengua principal. Esto significa que a Crimea le afectó mucho una de las primeras decisiones del Gobierno interino de Kiev que se formó tras el triunfo de la “Revolución EuroMaidán”, el cual canceló la ley que permitía que el ruso (y otros idiomas minoritarios) fuera oficial en las regiones multiculturales.

También es importante estudiar y analizar los antecedentes históricos. La primera guerra turco-rusa (1768-1774), permitió a Moscú controlar de facto todo el sur de Ucrania -hasta entonces dominada por el Imperio Otomano a través de su Estado títere, el Kanato de Crimea (Balta)-, mediante el Tratado de Küçük Kaynarca. Los otomanos fueron forzados a reconocer la independencia de Balta bajo influencia rusa, y cedieron a Rusia la parte de la región Yedisán entre los ríos Dniéper y Bug Meridional. Este territorio incluía el puerto de Jersón y proveyeron al Imperio ruso de su primer acceso directo al Mar Negro. Asimismo, el Tratado otorgó a Rusia los puertos crimeos de Kerch y Enikale y la región de Kabardino-Balkaria en el Cáucaso.

La segunda guerra ruso-turca (1787–1792), se debió al intento frustrado del Imperio Otomano por reconquistar territorios cedidos a Rusia en el curso de la anterior guerra, cuyo resultado fue una victoria definitiva del Imperio Ruso sobre el Imperio Otomano, a través del Tratado de Iași, que pone punto final al conflicto otomano-ruso y otorga a Moscú el control sobre toda la costa septentrional del Mar Negro.

Cuando Crimea fue recuperada por la Unión Soviética en la II Guerra Mundial, la población autóctona de tártaros musulmanes fue víctima de la represión estalinista, bajo de la acusación de colaboracionismo con la ocupación alemana. En mayo de 1944, la NKVD (antecesor de la KGB y actual FSB), deportó cerca de 200.000 tártaros de Crimea a Asia Central, en un proceso conocido como “Sürgün”. La represión también supuso la abolición de la autonomía: el 30 de junio de 1945, la República Autónoma fue convertida en el óblast (provincia) de Crimea, dentro de la República Socialista Soviética de Rusia. Tres años más tarde la ciudad de Sebastopol, base de la Flota del Mar Negro, recibió el estatus de centro administrativo y económico independiente de la óblast de Crimea.

El 19 de febrero de 1954, siendo Nikita Krushchev el Primer Secretario del PCUS, el Presidium del Sóviet Supremo de la Unión Soviética aprobó un decreto para transferir el óblast de Crimea de la RSS de Rusia a la vecina RSS de Ucrania.

Pero Krushchev jamás pensó que esa decisión de que Crimea fuese a formar parte de Ucrania, la iba a separar totalmente de Moscú, como ocurrió con la caída de la URSS, y la eclosión de Ucrania y la Federación de Rusia como Estados separados y enfrentados. Esto ha generado malestar a los rusos, que siempre han considerado Crimea parte de integral de la Federación de Rusia. A su vez, tampoco pensó que los mismos rusos que habitan en dicha península jamás se consideraron ucranianos sino ciudadanos rusos.

En conclusión, más allá de las críticas, podemos decir, que tomando en cuenta los antecedentes históricos y realidades demográficas, Crimea y Sebastopol son parte integral de la Federación de Rusia, y sencillamente Vladimir Putin actuó acorde a su patriotismo y en defensa de sus intereses nacionales, lo cual le ha granjeado un gran apoyo popular tanto en Rusia como en Crimea.

No obstante, hay que tener presente que tras la reunificación de Crimea y Sebastopol, la Federación de Rusia tiene el objetivo fundamental de dotar a la península de Crimea de todas las infraestructuras necesarias que ha perdido con la anexión a Rusia. También busca unir la península a la parte continental rusa a través de un puente que está previsto construir en el Estrecho de Kerch. Se calcula que todo el proceso, incluido el cambio de la moneda ucraniana (Grivna) a la moneda rusa (Rublo), le va a costar a Moscú varios miles de millones de euros.

El Primer Ministro ruso, Dmitri Medvédev anunció que hay planes para establecer una zona económica especial en la península, con el objetivo de que Crimea pase de ser una región que depende de los subsidios a una región contribuyente. Ucrania dotaba a Crimea de dos tercios de su presupuesto. Pero no se sabe hasta ahora de esos planes y cómo se van a hacer realidad. Se ha hablado de algún tipo de exención fiscal que ayude a atraer inversiones. Se considera a Crimea una zona muy prometedora sobre todo por su privilegiada situación geográfica, y todo el territorio podría convertirse en una zona económica especial mixta, con diversos ámbitos de desarrollo.

Antes de la reunificación, la principal actividad económica de Crimea era el turismo, pero no va a ser fácil que se recupere porque el 80% de los turistas eran ucranianos. Esto supone que Moscú tendrá que hacer un esfuerzo económico mayor para poder levantar su nuevo miembro federal.

También Rusia tendría que desarrollar los transportes y renovar los puertos -que son de los más viejos del Mar Negro-, lo que será necesario si se quiere aumentar su potencial comercial. El objetivo es conseguir que Crimea sea autosuficiente en un plazo de entre tres y cinco años, y se espera que a las empresas estatales les sigan las privadas. A largo plazo, una vez se resuelva el estatus de Crimea a nivel internacional, se espera regresen los inversionistas extranjeros, sobre todo los de la Unión Europea.

Otro problema que posee Crimea que debe resolverse de manera inmediata, es el suministro de agua, porque, aunque para el consumo humano está garantizada, no lo está para la agricultura, ya que procede de Ucrania y ésta ha limitado el suministro. Esto supone que Rusia debe negociar con Kiev o tomar otros territorios del Este de Ucrania -para romper el aislamiento de la península- en el conflicto que mantiene abierto con Kiev.

@jonaspatriota

¿Es América Latina parte de Occidente?


Embajador Alfredo Toro Hardy

La civilización occidental tiene su punto de partida en el Emperador romano Constantino, cuando imperio e Iglesia cristiana se fusionan. En esta amalgama entre cristiandad y tradición clásica se origina un modelo de vida y de sociedad de rasgos particulares. De acuerdo a J.M. Roberts: “En el corazón del cristianismo, una vez que San Pablo hizo su trabajo, se encontrará el concepto del alma individual. Ese respeto por la individualidad venía a la vez de Roma a través de sus nociones de la ley y de los derechos legales, habiendo heredado de la antigua Grecia el énfasis en la autonomía moral… Su importancia (la del individuo) puede ser debidamente valorada en la medida en que se encuentra ausente de las otras grandes culturas” (The triumph of the West, Boston, 1985).

¿Qué es Occidente?

Según señala Tom Holland, el hecho de que Grecia hubiese prevalecido milagrosamente en contra de la invasión de los persas en el 480 a.C., permitió que se sentaran las bases de Occidente. De acuerdo él: “como súbditos de un rey extranjero, los atenienses nunca hubiesen tenido la oportunidad de desarrollar su cultura democrática única. Mucho de lo que distinguió a la civilización griega hubiese sido abortado. El legado heredado por Roma y trasladado luego a la Europa moderna se hubiese encontrado sustancialmente empobrecido… Si los griegos hubiesen sucumbido a la invasión de Jerjes es muy poco probable que hubiese logrado forjarse esa entidad llamada ‘Occidente'” (Persian fire, London, 2005).

A la vez, y según refiere Roberts, las islas de espiritualidad representadas por los monasterios europeos, en tiempos de las invasiones bárbaras, permitieron preservar el legado de una civilización que de lo contrario hubiese podido perderse. Según sus palabras: “los monasterios se transformaron en las células que preservaron y transmitieron la carga genética de una civilización… manteniendo viva una cultura cuando las escuelas y bibliotecas que le daban vida, en las ciudades del viejo Mundo clásico, habían ya colapsado”.

Esta matriz civilizatoria, resultado de un proceso evolutivo muy particular, habría de afianzarse en Europa y por extensión también en otras latitudes. De acuerdo a Roberts, esta herencia se transplantaría a América del Norte, Australia, Nueva Zelandia y África del Sur.

¿Es América Latina parte de Occidente? Roberts no la incluye en su lista. Más aún Samuel Huntington, quien sin duda es el intelectual que más ha trabajado ese concepto en nuestros tiempos, no sólo excluía a América Latina del mundo occidental sino que la visualizaba como una amenaza a los valores de éste. En efecto, para él la invasión silenciosa proveniente de Hispanoamérica representaba el mayor peligro que confrontaba Estados Unidos en la preservación de su identidad occidental.

El tradicional menosprecio anglosajón por América Latina y sus valores no puede obviar, sin embargo, nuestra indudable vinculación al mundo occidental. Tal como señalaba Arturo Uslar Pietri en su obra Fantasma de dos mundos: “la familia, la casa, la urbanización, la relación social, la situación de la mujer y del hijo, nos vinieron por la Iglesia y por las leyes de Indias, a través de las Siete Partidas, de la herencia romana del derecho. El concepto de la ley, el del Estado, el del delito y la pena, el de la propiedad, nos vienen en derecha línea de la gran codificación de Justiniano”. En efecto, nuestra cultura está impregnada de una herencia católica-romana, latina, escolástica y tomista.

Somos indudablemente una parcela del Mundo occidental. Eso sí, una parcela de rasgos muy particulares. Como bien decía Bolívar: “constituimos una especie de pequeño género humano”. No somos europeos ni tampoco amerindios o africanos. Somos una combinación de esas razas y de sus respectivas claves culturales. A lo largo de la mayor parte de nuestra historia, sin embargo, la raíz rectora, aquella sustentada en los valores predominantes, fue la occidental. Nada más cónsono con una sociedad regida por sus élites.

No obstante nuestra peculiaridad ante el Mundo, aquello que nos distingue y da fuerza a nuestro pensamiento, es precisamente nuestro mestizaje cultural. Este nos sitúa dentro de un espacio de identidad muy particular: en la frontera del mundo occidental. Ello se traduce en una estructura mental ecléctica, capaz de moverse con igual facilidad al interior o al exterior de los parámetros occidentales. De manera innata podemos comprender las claves de esa civilización y ser parte de ella o situarnos al exterior de sus muros y mirarla con la curiosidad de un extraño. Esto potencia un pensamiento lateral de inmensa vitalidad.

No hay porque despreciar nuestra herencia occidental, lo que equivaldría a negar a uno de nuestros padres. Pero tampoco puede menospreciarse al otro, el cual ha enriquecido con su aporte nuestra identidad y nuestra visión del Mundo. En cualquier caso, en la parcela de pequeño género humano que somos, Occidente está presente.

Publicado originalmente en El Universal

¿Diplomacia para el siglo XXI?


Prof. Eloy Torres

Diálogo y diplomacia van de la mano. Ambos abordan la comunicación. Es esencial. Por lo que no debemos desechar los instrumentos tecnológicos de comunicación. Con la aparición de las nuevas tecnologías se ve un “nuevo diplomático”. El siglo XX fue el escenario de los gobiernos para comunicar sus “problemas” con los instrumentos que disponían, más allá de sus fronteras. El siglo XXI es más complejo. La difusión de información  a través de los medios de comunicación y redes sociales como Twitter, Facebook, YouTube, Instagram, WordPress, WhatsApp y otros, gracias a la innovación tecnológica, supera obviamente, la tradición. Esa innovación tecnológica socializadora, pone al hombre frente al hombre. Por supuesto, la tecnología por sí sola, no ofrecerá, las respuestas, pues es pura información. La solución la encontraremos en el conocimiento.

Los medios de comunicación influyen de manera conspicua en las Relaciones Internacionales, por supuesto, no al estilo de William Randolph Hearst y sus mentirosos artículos del New Journal, durante la guerra de los EEUU contra España; empero, no generan conocimiento. En el Mundo real del poder lo que importa es la  superioridad militar, económica y política. Las decisiones de los países en materia de política exterior deben apuntar al crecimiento de su poder. Nunca a compartirlo con otros.

Los avances técnico-científicos alcanzan las comunicaciones. Los gobiernos sacan provecho de éstas y construyen “historias” contra los sectores que les adversan, sobre la base de informaciones fácilmente digeribles. Nunca en el conocimiento. La guerra del Vietnam, las revoluciones árabes, la caída del Muro de Berlín, la guerra contra Irak son ejemplos de cómo se utiliza la TV para transmitir imágenes, es decir, información. El conocimiento que explica las cosas no estuvo presente en ellas.

El sistema internacional se modificó con la bomba atómica en 1945. Se impuso la Guerra Fría hasta que uno de los contendientes tiró la toalla. Fue la tecnología y el conocimiento los elementos utilizados por una sociedad abierta para derrotarlos. Los satélites, radios, celulares, televisión, internet, todos productos del conocimiento. Lo que permite hoy prefigurar a un nuevo diplomático como un mediador apoyado en la tecnología, distinto a la vieja concepción del diplomático tradicional. Esa profesión es observada, gracias a la tecnología y al conocimiento, mejor y más consustanciada con el hombre y no el Estado. La imprenta acabó con la cultura oral, hoy las redes sociales acercan el diálogo. Pero, eso sí, hay que buscar en el futuro: en la computadora y no en  el nostálgico pasado, en espadas liberadoras de antaño. Es en el conocimiento y no en la ideología trasnochada del siglo XIX. Hoy la diplomacia es conocimiento y no gritos revolucionarios. Estamos en el siglo XXI.

@eloicito