viernes, 18 de diciembre de 2015

El Acuerdo de París


Dr. Kenneth Ramírez

La opinión pública mundial ha recibido con beneplácito el Acuerdo de París, alcanzado al cierre de la XXI Conferencia de las Partes del Cambio Climático (COP-21) tras dos semanas de intensas negociaciones. Los 195 países participantes acordaron mantener la temperatura media mundial “muy por debajo” de 2 °C a finales de siglo respecto a los niveles pre-industriales, aunque también se comprometieron a llevar a cabo “todos los esfuerzos necesarios” para que no rebase los 1,5 °C y evitar así “los impactos más catastróficos del cambio climático”. Jurídicamente vinculante y con un enfoque gradual, flexible y solidario; el acuerdo no fijó límite a las emisiones de gases de efecto invernadero como lo hizo el Protocolo de Kioto –prorrogado hasta 2020 mediante la Enmienda Doha aprobada en 2012-, sino que descansa en un conjunto de contribuciones nacionales presentadas voluntariamente.

Asimismo, busca que las emisiones toquen techo “tan pronto como sea posible”, reconociendo que esta tarea llevará más tiempo para los países en desarrollo –principio de responsabilidad común pero diferenciada-, y que se efectúen reducciones rápidas para encontrar “un equilibrio entre las emisiones provocadas por la acción del hombre y lo que puede absorber la atmósfera” en la segunda mitad de siglo. El texto además recoge las necesidades de financiación para la mitigación y la adaptación de los países en desarrollo –los países desarrollados deben movilizar un mínimo de 100 millardos de dólares anuales a partir de 2020-, e introduce un mecanismo de pérdidas y daños por el cambio climático –sin apoyos financieros concretos-, con arreglo al principio de justicia climática.

No obstante, el acuerdo señala explícitamente que los esfuerzos de mitigación que los países han puesto sobre la mesa no son suficientes, para cumplir el objetivo general. En 2030, la ONU estima que las emisiones de gases de efecto invernadero tendrían que estar rondando las 40 gigatoneladas de dióxido de carbono equivalente al año, pero los compromisos nacionales presentados para recortar emisiones suponen un aumento de las emisiones brutas hasta alcanzar las 55 gigatoneladas –si bien reducen en 9% las emisiones per cápita. Por ello, el Acuerdo de París establece un mecanismo de revisión cada cinco años, que implica que los programas de reducción de cada país aumenten gradualmente para corregir esa brecha. La primera revisión al alza de los planes nacionales sería en 2020, año en que debe entrar en vigor el acuerdo tras la ratificación de 55 países que representen al menos 55% de las emisiones.

Según estudios de la ONU y la Agencia Internacional de Energía, la producción y uso de energía generan dos tercios de las emisiones. En consecuencia, este acuerdo presenta retos para los países OPEP y la industria petrolera. Aunque los países OPEP sólo representan 10% de las emisiones mundiales –Venezuela el 0,48%-, producen el 33% del petróleo y el 20% del gas natural a nivel mundial, y poseen 80% de las reservas. Esto explica por qué los países OPEP han sido muy activos en las negociaciones, para salvaguardar sus intereses estratégicos. La limitación que sufrirá la demanda de los combustibles fósiles a largo plazo debido a las regulaciones climáticas, que según cálculos de la Agencia Internacional de Energía puede ubicarse en torno a 16% en los próximos 20 años, se traducirá en una pérdida de ingresos de 4 billones de dólares para la OPEP. Barclays estima que la industria petrolera perderá ingresos por el orden de 22 billones de dólares.

Venezuela mostró una posición mucho más pragmática y menos ideológica en esta Conferencia respecto a Copenhague hace 6 años, impulsando un acuerdo flexible junto al grupo de Países en Desarrollo de Pensamiento Afín (Link-Minded Group), donde hay países OPEP -como Arabia Saudita e Irán-, y economías emergentes –como China e India- que representan 50% de la población mundial.

Toca ahora al gobierno desarrollar nuestra contribución nacional –sólo se presentó el objetivo general de reducir 20% de las emisiones para 2030, esto es, 0,18 gigatoneladas/año. Aquí se abren grandes oportunidades en la limitación de las emisiones de metano en la producción de petróleo y gas, el relanzamiento de los proyectos gasíferos, así como el desarrollo de un plan de eficiencia energética y energías renovables –donde destaca el proyecto eólico de La Guajira con una capacidad de 10 mil megavatios, el equivalente a una hidroeléctrica del Guri.

Finalmente, PDVSA debe estudiar unirse a la Iniciativa Climática del Sector Petróleo y Gas (por sus siglas en inglés, OGCI), presentada por 10 empresas petroleras que producen 20% del petróleo y gas a nivel global; 7 de ellas europeas –Shell, Total, BP, BG, Repsol, Statoil y ENI- que ya se encuentran dispuestas a aceptar un sistema de techo nacional y comercio de emisiones, a las cuales se sumaron PEMEX, Reliance y Saudi ARAMCO. Todas estas empresas se han comprometido a trabajar conjuntamente para optimizar sus operaciones, invertir en investigación y desarrollo de tecnologías eficientes y limpias como el secuestro y captura de carbono, e impulsar proyectos de gas natural y energías renovables.

Total es el segundo gran inversionista en energía fotovoltaica a través de su filial, SunPower. Shell es uno de los grandes inversionistas en biocombustibles avanzados. BP, Repsol y Statoil son grandes inversionistas en proyectos eólicos costa afuera en Europa y EEUU. Shell está trabajando con GlassPoint para desarrollar generadores solares de vapor a gran escala para la recuperación petrolera mejorada en Medio Oriente –disminuyendo en 80% el uso de gas natural para tales fines. PDVSA puede aprovechar todas estas experiencias y conseguir socios valiosos para encarar el reto climático. ¿Y usted qué opina?

Publicado originalmente en El Mundo Economía y Negocios

@kenopina

La diplomacia y el conocimiento


Prof. Eloy Torres

Con la presencia de los Ex-Presidentes y demás invitados extranjeros en las recientes elecciones del 6 de diciembre, se pudo comprobar algo que se sabía con antelación. No obstante, esos delegados pudieron comprobar lo que reiteradamente hemos argumentado acerca de la lamentable situación de orfandad que vive Venezuela. Ahora bien, uno de los espacios que acusa mayor deterioro en el país lo constituye la diplomacia.

Ella, es una realidad difícil que combina arte y ciencia y, fundamentalmente basa su ejercicio con el conocimiento y prudencia. El profesional de este oficio sabe que su complejidad es grande, pues lo determinan sus escenarios principales: la paz, el comercio, la política, la guerra, la cultura y los tratados, entre otros. Todos, factores que implican una elevada dosis de discernimiento, prudencia, ponderación y experiencia. Sus resultados se observan en los cahiers de la Historia de las Relaciones Internacionales.

La diplomacia, a veces, es mal interpretada. Unos, la definen como el instrumento de la política exterior de un Estado, para alcanzar sus objetivos. Otros como el arte de dirigir las relaciones para ganar sin participar en un conflicto. Vistas ambas, la diplomacia sería uno de los instrumentos para alcanzar los objetivos en materia de política exterior de un Estado. No obstante, la evolución de las circunstancias, el abusivo protagonismo de los Jefes de los mismos Estados, (conocida como diplomacia presidencial) aunado al creciente desarrollo del conocimiento humano por la explosión informacional y comunicacional (caso WikiLeaks) hace que, aparentemente, la diplomacia se perciba como decadente. Sin embargo, mientras existan unidades actuantes internacionalmente, el diplomático será necesario, pues, siempre estará obligado a satisfacer el interés nacional de su país mediante la obtención de resultados positivos, más allá del circunstancial factor político- ideológico. 

El verdadero diplomático sabe que en esta disciplina no se producen cambios substanciales, no hay “revoluciones” de ningún tipo en ella, pues, las modificaciones que se llevan a cabo en su interior están determinadas por lo que se produzca en las Relaciones Internacionales; sin embargo, el conocimiento es importante en el dominio de las herramientas para satisfacer el interés nacional. Conocimientos de derecho, economía, política, de historia y de derecho de los tratados; vistos éstos en su evolución y perspectiva, son necesarios. El diplomático debe experimentar un permanente proceso de aggiornamiento en el conocimiento.

Lamentablemente eso no ha ocurrido con la diplomacia bolivariana. El resumen de su actividad la encontramos en una práctica: exportar propagandistas. Éstos, no son acordes con el oficio, pues por lo general son individuos alejados del dominio de materias que nutren la función que promueve la búsqueda de situaciones y creación de puentes que el Mundo necesita para su existencia en paz. Una verdadera política exterior desideologizada y no una mesiánica acción exterior, debe tener y tomar en cuentas estas y otras consideraciones. En otro orden de ideas, hay que destacar que este oficio, la diplomacia y el espionaje son oficios similares. No es fácil el tema, es verdad. Muchos colegas de oficio, se podrán sorprender. Sin embargo, hoy, a la vista de algunos acontecimientos hay que destacar los intríngulis presentes en ambas actividades. Ellas, siempre han ido de la mano. La diplomacia, la verdadera, siempre se ha caracterizado por disponer de individuos honorables, competentes, de prestigio, además, plurilingües y dueños de una vasta cultura. Por  lo que, a veces, resulta difícil asociar su actividad al espionaje. Pero, también hay que decirlo: El espía, el preparado, no el amateur, quien obtiene, ilegalmente, ciertas y determinadas informaciones, generalmente para su país, empresas o bien para alcanzar réditos directos, vendiéndolas al mejor postor. En tanto que el diplomático, es un individuo que también obtiene esas informaciones legalmente; luego, las procesa mediante un análisis y las remite a su país para ser tomadas en consideración. La diplomacia, así como el espionaje, deben estar asociados a la información, pero aún más al conocimiento.

El diplomático, desde los siglos XVI-XVII, por practicar la diplomacia secreta era considerado un espía honorable. Casanova sentenció: “Los únicos espías confesos son los Embajadores”. Ello es normal, pues un hombre culto, preparado, capaz, letrado que analiza  el destino donde ejerce sus funciones, evidentemente “juega el papel del espía”, pues procesa la información del día a día y la remite al Despacho Central de su Ministerio.    .

El paradigma del diplomático espía fue el francés Talleyrand, bautizado como el príncipe de los diplomáticos. El espiaba a sus jefes, entre ellos a Napoleón, quien fue su víctima, pues ejercía el doble papel de servirle y lucrarse con los rusos y austriacos. Hay muchos ejemplos de cómo la diplomacia y el espionaje han marchado de la mano. El siglo XX, el corto, según Eric Hobsbawm, es un gran reservorio de ellos. La ideologización extrema de las Relaciones Internacionales con el esquema “amigo-enemigo” lo permitió. La diplomacia era asociada al espionaje. Sin embargo, los funcionarios actuantes, diplomáticos o espías, poseían una extraordinaria preparación que los hacía ver como seres impecables. Había, incluso, entre ellos códigos éticos de comportamiento.

Nada que ver con los diplomáticos bolivarianos (para nada profesionales) y/o espías, prototipos del “agente Salazar” que muestran, desde el inicio de su gestión como “diplomáticos”, las intenciones de “espiar al Imperio”. Ellos han hecho el ridículo ante el Mundo, pues se han mostrado las costuras de su bola antes de lanzar la primera. Su misión de combatir al “Imperio”, siempre encontró dificultades que emanaban de su propia actuación por no comprender la complejidad de construir un “Mundo multipolar”, que no verbal, propagandístico y “molar”.

Vale la pena destacar que el Dr. Simón Alberto Consalvi en su libro La Paz Nuclear; Ensayos de historia contemporánea, refiere  “En la política internacional de esta era bipolar de la segunda mitad del siglo XX, hay una interrogante que es preciso analizar: ¿En qué grado se modificado la estructura de las relaciones entre los EEUU y la Unión Soviética, o hasta qué punto se han alterado sus intereses comunes?

Traemos a colación esta interesantísima cita, extrapolándola, pues mutatis mutandis, encierra, en sí misma, un cuestionamiento similar: ¿En qué grado se han alterado los intereses de Venezuela en este Mundo? Desde 1999 nuestro país se ha ido transformando en una especie de satélite de diversos intereses extraños a nosotros. Nuestra política exterior se resume a una zigzagueante acción personal y la misma responde a las variaciones temperamentales de los individuos que la dirigen o, a los “consejos” que reiteradamente recibe desde el exterior. Se ha ideologizado nuestra  conducta exterior, en favor de otros.

Ahora bien el ejercicio instrumental de la política exterior venezolana también ha sido degradado. La diplomacia, hoy se observa como un oficio ultrajado y no hay atisbo alguno por rectificar. El proceso de putrefacción en que se encuentra este oficio se resume a la presencia de individuos groseros, vulgares, ignorantes y por demás escatológicos y quienes, en nombre del “proceso revolucionario”, han invadido el Ministerio de Relaciones Exteriores. Exhiben una visión alejada del respeto por las formas. Es un desorden y una anarquía para la cual aparentemente no hay solución, por lo menos bajo las actuales circunstancias políticas. El oficio del diplomático debe ser reconstruido. He aquí el papel a jugar por la nueva Asamblea Nacional en manos de la oposición y su mayoría calificada. Hay que reinstitucionalizar este oficio con elementos formados en las universidades, alimentados con una visión académica, pero también política y con un alto grado de interés por una moderna profesionalización.

El siglo XXI ofrece la oportunidad de reencontrar las valencias en nosotros mismos y restaurar una política exterior que responda al interés nacional; la que hoy exhibe el Estado venezolano no responde a ese interés. Ahora bien, los encargados de instrumentar la diplomacia, no pueden ser unos ignaros e improvisados individuos, como tampoco unos groseros cuyo comportamiento muestre orfandad de una  buena educación. No cualquiera reúne los requisitos para el oficio de diplomático. Se requiere: inteligencia, conocimiento, habilidades y sobre todo comportarse acorde con el país. No importa si son afectas a una determinada visión política; ese no es el caso; lo que se requiere es representar al país  con decoro, dignidad y apego al interés nacional.

La diplomacia es una práctica, técnica y arte, para lo cual no hace falta, la guapería de barrio ni el resentimiento. Esa conducta, administrativamente hablando, debe emanar desde la más alta dirección del Ministerio hasta sus niveles inferiores. Esas prácticas “guapetonas” no expresan al siglo XXI; por el contrario, la “diplomacia bolivariana”, si es que se puede llamar de esta manera, es el epítome, de la  incultura, como de los decimonónicos tiempos de las montoneras. Ojalá la nueva Asamblea Nacional encuentre tiempo para impulsar la reconstrucción y reinstitucionalización de la política exterior y su principal instrumento: la diplomacia, ésta, por supuesto, sin adjetivos.

@eloicito

Nueva Asamblea y política exterior


Embajador (r) J. Gerson Revanales

El pasado 6 de diciembre se produjo la muerte anunciada del proyecto chavista en manos de Nicolás Maduro. La unión del pueblo y las Fuerzas Armadas con la bendición de la Comunidad Internacional, pudo abortar algunas intenciones de desconocer la decisión del poder originario.
Sin ser invocada ni aplicada, la Carta Democrática se hizo presente al amparo del poder moral de las Ex-Presidentes Chinchilla y Moscoso y los Ex-Presidentes Pastrana, Quiroga y La Calle, quienes valientemente enfrentaron los embates del oficialismo y activaron un frente con el resultado que todos conocemos.
Lamentablemente el gobierno -y en particular Nicolás Maduro-, no ha entendido el mensaje que el pueblo le dio, al insistir en un leguaje y unos argumentos que el país no compró como la guerra económica, el imperialismo o la oligarquía; sin ver que el voto castigo fue por su desinterés por el alto costo de la vida; la inflación, el desempleo, la inseguridad y la agresividad hacia quienes piensan distinto, como han sido las vejaciones a que fueron sometidos recientemente los Ex-Ministros Giordani y Navarro por pronosticar esta muerte anunciada.
El pasado 9 de diciembre, se hizo una Mesa Redonda en el Consejo Venezolano de Relaciones Internacionales (COVRI) para evaluar la dimensión internacional de las elecciones; entre las conclusiones destacaron además del excelente trabajo realizado por la Unidad Internacional de la Mesa de la Unidad bajo la coordinación del Diputado por el Zulia Timoteo Zambrano; el cambio cuantitativo en la composición de la Asamblea y cualitativo en el ejercicio de sus funciones, cómo será el control legislativo en la política exterior, contenidos en los artículos 187 y 222 de la Constitución. Sólo le recordamos a los “alzaditos” que la Constitución en su artículo 223 obliga a los funcionarios a comparecer ante ella, y a los jueces la obligatoriedad de evacuar la pruebas que le transmita la Asamblea.
El ejercicio de estos controles podrá fin a la regaladera de petróleo; a la firma de acuerdos y tratados no compatibles con el interés nacional; la “viajadera” sin razón; la designación de embajadores sin experiencia ni credenciales, así como un “paraíto” a la carrera armamentista con la compra de chatarra a Rusia. Es así porque el control legislativo en la política exterior es una cuestión de soberanía.
@grevanales