sábado, 18 de octubre de 2014

Venezuela en el Consejo de Seguridad


Dr. Kenneth Ramírez

Venezuela ha sido electa por quinta ocasión como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, para el período 2015-2016. Al respecto, resulta importante realizar algunas consideraciones. En primer lugar, es una noticia que debe embargarnos de alegría a todos los venezolanos, ya que denota la importancia de Venezuela a nivel regional y su peso intermedio a nivel global –como medida de comparación, España también acaba de ser electa por quinta vez-; siendo además una oportunidad para desarrollar una posición de Estado que permita dejar huella en la resolución pacífica de los conflictos y en el tratamiento constructivo de problemas globales apremiantes, denotando nuestro carácter como país amante de la paz. No obstante, existen fundados temores de que esto no sea así, y que el gobierno utilice el asiento como caja de resonancia para su discurso anti-estadounidense y anti-capitalista radical bien conocido, lleno de estridencias y posturas maniqueas y parcializadas en los complejos conflictos abiertos –de Ucrania a Palestina y Siria. De ser cierto esto último, constituiría un error y se perdería una gran ocasión para aumentar el prestigio de Venezuela.

En segundo lugar, resulta interesante que Venezuela ganó su asiento prácticamente sin oposición -181 votos a favor, 1 en contra, 10 abstenciones y 1 voto nulo. Esto implica que la candidatura venezolana recibió total respaldo de América Latina y El Caribe, lo que está asociado tanto a un capital relacional acumulado en los últimos 15 años, como a la influencia importante –aunque mermada- de Venezuela en el nuevo orden regional y al apoyo de Brasil a la candidatura venezolana desde que ocupaba la Presidencia pro-témpore del MERCOSUR –la cual entregó en julio pasado. En este sentido, la diplomacia venezolana tuvo un punto de partida excepcional para hacer cabildeo con países de otras regiones hasta alcanzar mucho más votos de los dos tercios requeridos.

EEUU, por su parte –y a diferencia de 2006-, se limitó  a criticar el déficit democrático de Venezuela y su comportamiento contrario al espíritu de la Carta de Naciones Unidas, pero no utilizó a fondo sus contactos diplomáticos para bloquear la candidatura venezolana en la Asamblea General. Cabe destacar, que la Administración Obama ha descuidado la región porque tiene otras prioridades –y esto continuará hasta que abandone la Casa Blanca en enero de 2017, debido a la campaña abierta contra el Estado Islámico de Irak y Siria. Asimismo, la Administración Obama no desea polarizar con Caracas como lo hizo la Administración Bush; y realiza una última apuesta por normalizar las relaciones diplomáticas con el nuevo Encargado de Negocios, Lee McClenny, quien llegó a Caracas en agosto pasado. Las críticas a la candidatura venezolana deben leerse en clave individual, ya que la Embajadora Samantha Power tiene un Doctorado en Derechos Humanos y es una gran activista; y en clave de política interna, ante unas elecciones legislativas de medio término a tiro de piedra y un conjunto de senadores republicanos presionando al Secretario de Estado, John Kerry, para que tratara de impedir la llegada de Venezuela al Consejo de Seguridad.

Washington solicitó a Bogotá que intentara romper el consenso regional en torno a la candidatura venezolana, pero el Presidente Santos no tenía interés en confrontar a Venezuela, ya que es un país acompañante de la mesa de diálogo de paz con las FARC en La Habana y se sigue apostando por rescatar el comercio bilateral –ahora afectado por la lucha de Venezuela contra el contrabando. Ya existen suficientes perturbaciones en la relación como para añadirle un elemento más; más aún cuando no existe interés de parte de otros países latinoamericanos ni una voluntad clara de EEUU. En consecuencia, no se puede decir que el ingreso de Venezuela al Consejo de Seguridad es un “rotundo triunfo” contra una “campaña imperialista”, aunque si debe decirse que es un éxito diplomático.

En tercer lugar, hay que señalar que debería revisarse la posición nacional en diferentes conflictos que marcan la agenda actual, donde se ha tenido una actitud sesgada y extremista que no abona a la búsqueda de soluciones diplomáticas creativas para fortalecer la paz y seguridad internacionales. Asumir una posición anti-estadounidense, anti-israelí e izquierdista radical no representa a todos los venezolanos ni tampoco ese voto latinoamericano que debe honrarse. En este sentido, hay una gran oportunidad para ejercer una posición equilibraba y constructiva, en consulta amplia y permanente con sectores nacionales y regionales, aprovechando la presencia de Ecuador, Uruguay y Argentina, en las presidencias pro-témpore de la CELAC, UNASUR y MERCOSUR, respectivamente. Debe evitarse caer en la tentación de utilizar el Consejo de Seguridad como megáfono para la pugnacidad, la destemplanza y el tremendismo con el único propósito de atraer reflectores, ocupar titulares de prensa, y tratar de desviar la atención de la opinión pública nacional de problemas urgentes como la crisis económica actual que podría agravarse con la caída de precios del petróleo que estamos experimentando. Ya Rusia y China se ocupan perfectamente de bloquear con su veto iniciativas de EEUU; de manera, que una posición confrontativa está de sobra y no aporta estratégicamente nada relevante.

En cuarto lugar, necesario subrayar que el gobierno debe, por coherencia, acatar todas las recomendaciones que los distintos órganos, programas y grupos técnicos de Naciones Unidas le han dado. Por tanto, nuestra llegada al Consejo de Seguridad es también una oportunidad para reactivar el diálogo, y propiciar el encuentro y la reconciliación de todos los venezolanos. No olvidemos que el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, ha hecho llamados a retomar el diálogo; el Grupo de Trabajo sobre Detenciones Arbitrarias del Consejo de DDHH ha llamado a la liberación de Leopoldo López y Daniel Ceballos; y otros órganos han realizado observaciones sobre importantes violaciones a los DDHH en el país.

Finalmente, resulta fundamental para poder desarrollar esta posición de Estado, pragmática, equilibrada, conciliadora y constructiva, designar un diplomático con formación y experiencia. Respecto a esto sería totalmente inadecuado darle esa responsabilidad a María Gabriela Chávez –como ha trascendido-, quien no tiene la preparación necesaria para interactuar en forma efectiva con otros embajadores como los de Rusia y China, Vitali Churkin y Wang Min respectivamente –ambos internacionalistas y diplomáticos de carrera-, o la citada Samantha Power. El Presidente Maduro bien haría en considerar asignar esta responsabilidad a un embajador experimentado como Alfredo Toro Hardy –quien actualmente se encuentra en un destino poco relevante como Singapur.

@kenopina