lunes, 23 de mayo de 2016

Ceausescu como ejemplo de la historia


Prof. Eloy Torres

Hemos escrito en otras oportunidades sobre este individuo. Rafael Poleo, hombre inteligente, culto y agudo observador, sabiamente, en sus escritos, utiliza, como epígrafe, una frase de André Gide, a saber: “Todas las cosas son ya dichas; pero como nadie escucha, es preciso comenzar de nuevo”. No es nuestra intención extrapolar lo ocurrido en Rumania en 1989 a lo que acontece en esta tierra de gracia en 2016. ¡Por favor! Las realidades son muy distintas, incluso la personalidad de los principales actores, los de entonces y los de hoy.

También hemos escrito que Ceausescu fue un hombre que se encontró con una realidad ya construida y no ésta encontró a Ceausescu. Como todo individuo, formado en la escuela de la “modestia comunista”, se veía como un hombre cuya ambición, no era otra que servirle a su Partido y a su pueblo. Era la época del comunismo, donde no podía existir otro Dios, que no fuera Stalin. Al morir éste, esa gracia divina fue heredada o se la repartieron todos los líderes comunistas. Fue un encanto, llamarse “Secretario General del Partido”. Es el resultado del “culto a la personalidad”. En Venezuela se reproduce aceleradamente esa realidad, primero con el “Comandante eternamente muerto”, hoy con el “Presidente obrero”, esta última, ha sido una condición, la del “obrero”, exageradamente usada por los totalitarismos comunistas.

Ceausescu desde su “entronización” en 1965 paulatinamente eliminó, de los puestos claves  del Partido, a todos los miembros de la vieja guardia comunista. Inicialmente, el poder era compartido con otros dirigentes, hasta que el ladino líder lo concentró en su persona. Elena, su esposa, poco a poco, fue accediendo al poder, junto a Nico, su hijo. Seis de esos dirigentes rumanos defenestrados por Ceausescu tomaron su “revancha” en marzo de 1989, cuando la situación catastrófica amenazaba la paz interna de Rumania e hicieron pública una carta en la que pedían la renuncia del “líder de los Cárpatos”, como le llamaban en la exposición mediática del régimen.  

También hay que decirlo: Ceausescu continuó con la supuesta política independista como autonomista frente a Moscú de su predecesor, George Dej.  Rumania se distinguió, durante su mandato (1965-1989) por posturas un tanto “rebeldes” frente a las presiones del Kremlin. Fue el primer Estado socialista que reconoció a la entonces República Federal alemana; Ceausescu fue más allá y no rompió relaciones con Israel, tras la “Guerra de los Seis Días”. Todos los países socialistas, miembros del Pacto de Varsovia, lo hicieron, sólo Rumania no. Los motivos reales son otra discusión. Es el hecho político lo que importa.

Ceausescu experimentó su momento de gloria en agosto de 1968, cuando se produjo la intervención militar de la URSS y todos los países miembros del citado Pacto, en Checoslovaquia, para acabar con el ejemplo de la “Primavera de Praga”. Ceausescu protestó esa intervención y asumió su rol de líder y cumplió a cabalidad  lo que Winston Churchill llamó “the finest hour”, es decir, la hora más fina y aprovecharla al máximo. Él calculó que su país no sería invadido, siempre y cuando no se extralimitara en sus posturas reformistas, fundamentalmente en lo que se refiere a las reformas políticas y económicas. Sin embargo, fue astuto y hábil al vender al Occidente y al Mundo en general la imagen de ser el epitome de un liderazgo defensor de la soberanía rumana frente al expansionismo de la URSS.

Pero, como dice el filósofo Hegel, la razón y sus astucias, hicieron de Ceausescu, con el tiempo, un “desecho político”. No hay que olvidar que la astucia de la razón trabaja sordamente pero de manera imparable. Ya no había espacio para tanta habladuría de “soberanía” frente a una URSS que se desmoronaba. Era cuestión de tiempo. Gorbachov apareció y con sus decisiones políticas desmanteló el imperio soviético. Lo que vino después es otra discusión. Pero, el socialismo y comunismo se desmoronaban en Europa. Ceausescu era un estorbo. No lo quiso entender. En diciembre de 1989 pretendió reiniciar su gloria en el mismo punto donde la obtuvo en 1968; el balcón fue el escenario desde donde, esta vez, inició, junto con su esposa Elena, el corto viaje a la muerte.

En la mitología griega se dice que los dioses, cuando quieren que los hombres se pierdan,  primero le hurtan la mente. Hay hombres que pierden la mente, por voluntad propia. Ceausescu basó su liderazgo en la perspectiva de un particular populismo. Vendió la idea de haber iniciado un proceso modernizador. En pleno apogeo de su popularidad confirmó el aforismo señalado: perdió las perspectivas y se embarcó en un proceso grandilocuente y fantasioso. Ayudado por una incultura general, pero prisionero de un universo lingüístico: apenas 400 palabras, Ceausescu en forma muy zamarra y además falto de modestia creyó iniciar la historia de su país desde 1968. Repito: atrapó paulatinamente el poder en sus distintas esferas y se convirtió en el “Conducator”, líder de los Balcanes, el Titán de Rumania, el edificador de su época de oro, teórico fundamental del marxismo. Edificó en su país la idea que él, junto con Tito, el Mariscal de Yugoslavia, eran los gestores de un proceso nuevo y distinto.

Su mujer, fue elegida miembro del Comité Central en 1973; luego Vice-Primer Ministro. Los eternos aduladores: poetas, escritores, pintores, cantantes ofrecían sus obras a estos dos personajes. Ella se convirtió en la segunda de a bordo del régimen. Nada se movía sin su aprobación. Luego apareció Nico, el hijo. Todo se configuraba para convertir a Rumania en una “monarquía socialista”. Fin de Mundo o bien el realismo que no socialista, sino mágico en el socialismo.  

Para Ceausescu, un hombre de muy limitados horizontes, cuyo liderazgo surgió de las componendas al interior de ese partido comunista que llegó al poder con los tanques soviéticos, era suficiente la visión voluntarista para ver en la industria pesada el motor del desarrollo económico. Sin una clase obrera, sino campesinos desprovistos del saber técnico, se pretendió erigir un monumento al impulso automotriz. Los franceses ávidos de vender su “tecnología” se apostaron en la ciudad de Pitesti, cercana a Bucarest y con capital francés y del Estado rumano, instalaron una fábrica para ensamblar vehículos de marca Renault. Rumania se impuso como meta vender esos automóviles por doquier, incluso en Venezuela, pretendieron hacerlo, pero la cultura automotriz venezolana impregnada por la norteamericana lo impidió. Era un contrasentido. Se buscó industrializar forzosamente a un país agrario y cuya cultura estaba alejada de esos esquemas rígidos del orden obrerista. Un intento que no tomó en cuenta esos factores ni los elementos necesarios para la eficiencia productiva, como se desconoció la ausencia de materias primas, propias de una industria. Un caos total. El populismo venía trajeado con el nacionalismo y un sentimiento antisoviético. Un costoso proceso que requería de ingresos en dólares para comprar tecnología occidental que Rumania no producía y,  para lo cual recurría al Fondo Monetario Internacional y la Banca Comercial internacional para así mostrar el rostro de un progreso económico. El Partido Comunista Rumano era el representante de la clase obrera rumana y Nicolae Ceausescu era el “Conducator”.

Esta industrialización forzosa y forzada mostró un rostro triunfante en la década de los 70, pero, en los 80 observó la creciente crisis que aceleró el fin del sistema. Ceausescu desde 1982 buscó rígidamente, radicalizar sus relaciones con el sistema bancario internacional y con el FMI. Se propuso pagar toda la deuda externa (13.000.000.000 de dólares) cuestión que hizo en 1989. Cual campeón de boxeo que gana todos los rounds de un combate, gritó al Mundo para que Rumania escuchara: “ya no le debemos ni un solo dólar a los capitalistas occidentales”. Fue el periodo más negro de la historia de ese país. No había que comer, había frio. Las penurias eran inmensas y el odio almacenado en el alma de cada rumano fue suficiente como para presagiar un final tenebroso para Ceausescu y su clan familiar.

Fueron muchos los proyectos faraónicos y llenos de megalomanías. Por ejemplo, la edificación del complejo habitacional para que viviera la nomenclatura del Partido comunista rumano: la “Casa del Pueblo”. Ésta fue edificada a un costo enorme y sin control administrativo. El consumo eléctrico de ésta era enorme, mientras la población sufría los reiterados cortes de luz, especialmente en invierno y los rumanos eran penalizados por utilizar artefactos que generasen calor con electricidad. Desde 1966 fue prohibido el aborto. Con Ceausescu todo se magnificó, pues él pretendía obligar que cada familia procreara bastantes niños. El rumano se resistía, pues no quería que sus niños crecieran y se educaran como pescados que no hablan, ni como burros que trabajan sin sentido de vida.

Por otro lado y más grave, era el sistema represivo y vigilante. Más de 10.000 informantes. Cada uno de éstos tenía bajo su férula la cifra de 50 informantes. Una represión total. El sistema orwelliano en pleno desarrollo. Hay quienes dicen que ya no era lo mismo como en los años 50, cuando los soviéticos estaban en tierra rumana. Fuimos testigos de cuando ese “pueblo vegetal” como le llamare una extraordinaria poetisa rumana, en 1987, se levantó para protestar. Hubo huelgas de obreros sin conciencia de clase. Mas, todos esos movimientos marcaron el camino que desembocó en diciembre de 1989.

Internacionalmente se recuerdan sus encuentros con Nixon, Ford y Carter, luego el paseo en la carroza real de la Reina de Inglaterra, igual la visita a toda América Latina, especialmente a Venezuela que la visitó dos veces: una de Estado y otra, muy breve, para transmitir, personalmente un faraónico e irrealizable proyecto a Carlos Andrés Pérez. Una locura más. Luego, paulatinamente, esos contactos se fueron minimizando. Fueron intensos los encuentros con Bokassa, el dictador centroafricano que luego se hizo Emperador; con Mugabe, el depravado y corrupto dictador de Zimbabwe; con el delirante Kim Il Sung, para cerrar el círculo de los asiduos visitantes; queda el emblemático Yasser Arafat, quien siempre buscaba dinero en las arcas rumanas para financiar los proyectos palestinos.

Paradójicamente para el rumano de los últimos 150 años quien desarrolló un fuerte sentimiento anti ruso, sus esperanzas se dirigían hacia Gorbachov, el nuevo y joven líder soviético del Kremlin con su rostro reformador del sistema soviético y del socialismo. En un esfuerzo desesperado, Ceausescu intentaba resucitar su política antisoviética, realizó condenas al Pacto Ribbentrop- Molotov, en el XIV Congreso del Partido Comunista Rumano en noviembre de 1989. Fue todo un fracaso, los rumanos ya no compraban ese discurso “nacionalista” que utilizó durante 24 años. Ceausescu ya no era el mismo de 1968. El hombre que se opuso a la invasión soviética en Checoslovaquia ese año, esta vez le solicitó a Gorbachov intervenir en Polonia para frenar al Sindicato polaco Solidarnosc y a su líder Lech Walesa. Gorbachov se niega, explicando que los días de la Doctrina Brezhnev de la soberanía limitada, había pasado. Era tiempo de la era Sinatra, “My Way”.

En octubre de 1989, Gorbachov y Ceausescu de nuevo se reunieron en Berlín con motivo del 40 aniversario de la proclamación de R.D.G. Gorbachov le advierte a Erich Honecker, el líder alemán quien era poco proclive a los cambios en su país, al igual que Ceausescu. Gorbachov sentenció palabras más, palabras menos lo siguiente: “la historia no perdona a quienes se oponen a ella”. Fue tan cierto ese argumento que Ceausescu emblemáticamente y con elación se opuso a los cambios. Los resultados están a la vista y los recogió la historia. El líder rumano, 45 días después de ese encuentro con Gorbachov, se hizo reelegir en el XIV congreso del Partido Comunista rumano por unanimidad. Semanas después estalló la revuelta en Timisoara, ciudad cercana a Yugoslavia. Era cosa de días. Para  Ceausescu, comenzó la cuenta regresiva.

La ironía de la historia hizo que el penúltimo estalinista de Europa (el último está en Bielorrusia) terminase su vida en términos sangrientos. Fue un regalo que trajo la emblemática noche de navidad, la cual siempre fue rechazada por el comunismo.  Ceausescu fue fusilado junto a su esposa. Acabó rodeado de odio y rechazo general. Vishinski, de quien hemos escrito en otra oportunidad, habría estado orgulloso, al ver la imagen del anciano Ceausescu cuya sangre fue vertida en las paredes de una vieja casa de la ciudad de Tirgoviste, cercana a Bucarest. Fue muerto, junto a Elena, su esposa, por las balas que disparara un pelotón de soldados, al cumplir la orden de un tribunal dirigido por el Ministro de la Defensa de Rumania. Un acto que sirve de ejemplo a quien promete la ilusión de un paraíso, pero hacen que el pueblo viva un verdadero infierno. ¡Nicolás, hay que aprender a leer las enseñanzas de la historia!

@eloicito