martes, 2 de agosto de 2016

Dos años del “Califato del Terror”


Dr. Kenneth Ramírez

A dos años de haber proclamado su “Califato del Terror” tras la toma de Mosul –segunda ciudad de Irak–, el grupo terrorista Estado Islámico de Irak y Siria (por su acrónimo en árabe, Dáesh) presenta un balance ambiguo. Por un lado, como demuestran los ataques más recientes en Niza (14 de julio, 84 muertos), Bagdad (3 de julio, más de 200 muertos), Daca (1 de julio, casi 30 muertos), Estambul (28 de junio, más de 40 muertos), Bruselas (22 de marzo, 35 muertos), París (13 de noviembre, 137 muertos) y Beirut (12 de noviembre, 43 muertos), Dáesh retiene una considerable capacidad para atacar a sus enemigos cercanos y lejanos. Además de su emirato central -localizado en Siria e Irak-, mantiene provincias virtuales (wilayas) sostenidas por grupos asociados en Afganistán, Chechenia, Daguestán, Sinaí, Libia, Filipinas, Nigeria, Somalia y Yemen. Y a esto debe sumarse células encubiertas por todo el Mundo, y una red de propaganda 2.0 que ha logrado radicalizar a individuos (los “lobos solitarios”) llevándolos a cometer atentados como el de Orlando (12 de junio, 50 muertos). Una multinacional del terror que ha desbancado a Al-Qaeda como líder de la yihad global.

Por otro lado, Dáesh ha sido expulsado de Kobani y Palmira (Siria), Tikrit, Ramadi y Faluya (Irak), con lo cual ha perdido el 20% del territorio que controlaba en Siria y el 47% del territorio que controlaba en Irak. Un franco repliegue territorial fruto de las campañas militares en su contra. Además, ha tenido una merma en su número de combatientes, desde 33.000 en 2014 hasta entre 18.000 y 22.000 en 2016. Y una caída de su producción petrolera, desde 70 mil barriles diarios en 2014 hasta 20 mil barriles diarios en 2016, que le ha causado una fuerte crisis económica.

Recordemos, que a diferencia de Al-Qaeda, Dáesh busca la construcción de un Califato en todo el Mundo musulmán (según las fronteras que tenía en el siglo VII) como entidad concreta y tangible (gobierno, moneda, ejército, e identidad) para satisfacer el deseo de “pertenecer a algo grande” bajo el principio Baqiya wa tatamaddad (“permanecer y expandirse”). No obstante, aferrarse a un territorio implica un error estratégico para un grupo terrorista, ya que ofrece objetivos fijos para una campaña militar, y esto explica la erosión de sus capacidades expuesta anteriormente. La estrategia de la Administración Obama contra Dáesh ha tenido cierto éxito en el tablero iraquí, mediante una ofensiva área que ha contado con el apoyo sobre el terreno del ejército iraquí, las milicias shiítas y fuerzas de Irán (aunque resulte sorprendente, comparten intereses), por lo cual se estima que la captura de Mosul ocurrirá en los próximos meses. Empero, en el tablero sirio, la cuestión es más complicada. Las ofensivas aéreas de EEUU y de Rusia contra Dáesh no han estado coordinadas, y la guerra civil impide contar con apoyos sólidos sobre el terreno. Los rebeldes sirios siguen siendo muy débiles sin el apoyo del exterior que sólo ofrecen las petro-monarquías, y las milicias kurdas han logrado hacer retroceder a Dáesh pero sufren los ataques de Turquía; por otra parte, la campaña aérea de Rusia junto al Ejército de Assad y el apoyo de Hezbollah e Irán se concentran más en golpear a los rebeldes sirios en la batalla de Alepo, que en avanzar contra la capital de Dáesh en Raqqa. Qatar parece haber maniobrado para que el Frente al-Nusra haya roto recientemente con Al-Qaeda, para unificar a las milicias islámicas en contra de Dáesh y Assad a la vez.

Estas realidades dibujan un cuadro complejo, que de ser tomadas por separado por ojos inexpertos, llevan a dos posibles falsas conclusiones: pensar que nos enfrentamos a una amenaza existencial o que la derrota de Dáesh está a la vuelta de la esquina. En consecuencia, más allá de que se pueda pronosticar un desmantelamiento progresivo del emirato central de Dáesh y la eliminación de su líder, el autoproclamado “Califa Ibrahim”, Abubaker al-Bagadadi; lo cierto es que resulta difícil que este grupo yihadista desaparezca por completo en el corto plazo, como muestra el ejemplo de Al-Qaeda tras la muerte de Bin Laden.

Mientras tanto, el Mundo sigue perdiendo la batalla contra el yihadismo, ya que a pesar que se cumplan los pronósticos más halagüeños respecto a la campaña militar contra Dáesh, se siguen reproduciendo las mismas ideas y políticas equivocadas. Se ha popularizado en las democracias más avanzadas la idea de choque de civilizaciones, con un concomitante rechazo a los musulmanes a la vez aprovechado y atizado por emergentes líderes populistas -de Marine Le Pen y Frauke Petry a Donald Trump-; y ha empezado a defenderse un modelo neo-autoritario (verbigracia, Abdel Fatah al-Sissi en Egipto) como solución. Al tiempo, se sigue desatendiendo la causa profunda que origina el yihadismo: las ansias de cambio de los jóvenes árabes (60% de la población tiene menos de 25 años y más de la mitad no tiene empleo), a los que se coloca a elegir entre regímenes despóticos que no ofrecen oportunidades e imanes radicales que con una versión torcida del Islam ofrecen una “vida placentera” en el cielo (Firdaws) tras el martirio.

EEUU y la UE deben replantear su política exterior y de seguridad con un enfoque multidimensional que promueva el cambio pacífico y la prosperidad del Medio Oriente (relanzando proyectos como la Unión para el Mediterráneo), y revisar sus políticas migratorias y de integración a sus sociedades de emigrantes musulmanes. Por su parte, América del Sur debe entender que no está exenta de la amenaza, ya no sólo por las bajas que los ataques de Dáesh han producido en su diáspora -donde debemos mencionar con dolor a los venezolanos Sven Silva que murió en París y Simón Carrillo que murió en Orlando-, sino por el desmantelamiento de una célula en Brasil que planificaba ataques contra los Juegos Olímpicos de Rio. Ergo, América del Sur en general y Venezuela en particular, deben contribuir más activamente en la lucha contra Dáesh, mediante más cooperación regional e internacional –entre otras cosas, para asegurarse que las redes de apoyo yihadistas no estén utilizando el espacio suramericano ni los sistemas financieros de los Estados-, promoviendo la paz en Siria, y llevando soluciones inteligentes a las discusiones multilaterales. ¿Y usted qué opina?

@kenopina

China en el COVRI


Prof. Eloy Torres

Recientemente el Consejo Venezolano de Relaciones Internacionales (COVRI) realizó un curso sobre ese milenario país. La estructura del curso abarcó elementos de su historia, cultura y civilización, economía y geopolítica. El temario organizado, y dictado, por los profesores Kenneth Ramírez y Eloy Torres, buscó navegar por los diversos, como polémicos momentos que conforman a la China de hoy.

Se trató sobre los aspectos fundamentales: ¿Qué es China?, luego,  las guerras del  opio y su efecto en la mentalidad china para explicar su actual realidad, los modelos enfrentados: el nacionalista de Chiang Kai-shek y el comunista de Mao Tse Tung. El triunfo de este último y su posterior enfrentamiento con la URSS. El difícil camino para las reformas en el comunismo chino y los liderazgos tras la muerte de Mao TseTung: desde Deng Xiaoping hasta Xi Jinping, el petróleo como elemento estratégico y las materias primas, el “sueño chino” y el “socialismo de mercado”; la política exterior y su diplomacia; la incorporación a la ONU y sus relaciones con los EEUU. La visita de Kissinger y Nixon a China y sus consecuencias para la guerra de Vietnam: el ascenso al rango de gran potencia; su gran estrategia y la nueva ruta de la seda; sus relaciones con América Latina en general y con Venezuela en particular.

Hay que tomar en consideración que este curso fue un esfuerzo del COVRI para actualizar su agenda epistemológica en el sentido de ser fieles a su filosofía central: ser un instrumento para la reflexión. Vale decir, un eje que combine los elementos académicos, políticos y burocráticos (profesionales del oficio diplomático) a fin de producir una creciente síntesis que ayude a la aproximación a los temas que agendan al Mundo. Hoy China es una realidad y más que eso es, la gran potencia del siglo XXI: por lo menos ella muestra esas intenciones. ¿Lo logrará? Es un asunto que las tendencias históricas responderán. No todo está escrito, falta mucha tela que cortar. Sin embargo, había necesidad de desafiar el inmovilismo académico, político y burocrático, y el COVRI lo hizo. China debe ser estudiada en todas su dimensiones. Venezuela tiene una relación con ella que debe ser estimulada y basada en una perspectiva que base su filosofía en lo que los propios chinos sostienen: beneficio mutuo y ganar-ganar.

Esto viene a cuento, pues nuestro país y nuestra política exterior, salvo honrosas excepciones, jamás se plantearon una relación con ese país en los términos que ella hoy se expresa. Siempre fuimos unidireccionales. Nunca tuvimos el olfato para observar el Mundo en forma global. Los párvulos funcionarios que se llenaban la boca con sentencias e informes sobre la política internacional, nunca miraron a China, como tampoco miraban a Cuba. Posiblemente, y es lo más seguro, el “chip” del anticomunismo y de la Guerra Fría, no permitieron un acercamiento real a ese país. No se trata de reproducir momentos polémicos, sino reconocer los errores cometidos y por los cuales hoy sufrimos con esta administración política en la Venezuela del siglo XXI.

El COVRI hizo lo que  otros, en diversos momentos y con mayores recursos jamás se plantearon hacer: observar la política exterior, no como una práctica exclusivamente diplomática, sino como un hecho político, a fin de traer beneficios al país. Hoy, Chávez y Maduro se han beneficiado en lo personal de esa relación con China, en nombre del país; cuando hemos debido, hace rato, hacer que fuera todo el país el que se beneficiare de la relación con China. A ella, como a ningún país, le importa Venezuela; le importa lo que ella tiene en su subsuelo, montañas y tierras. Venezuela debe aprovechar inteligentemente esa circunstancia para salir gananciosa. Requiere de una política exterior decente, no escatológica ni procaz, sino muy seria, proactiva  y cónsona con los  intereses nacionales.

El curso “China en el siglo XXI” es un intento por llamar la atención para que otros asuman, con audacia, la reflexión sobre China, como sobre otros actores que no son observados por la lente de esos “otros”. Mientras, el COVRI seguirá en lo suyo: promover la reflexión, la discusión, el pensamiento y la oferta académica, profesional y política que contribuya a la construcción de la nueva política exterior que tanto requiere nuestro país.

@eloicito