lunes, 7 de abril de 2014

Integración energética regional

 
Prof. Rafael Quiroz Serrano
 
En el actual contexto latinoamericano, las políticas energéticas vienen desempeñando un papel creciente y de aspecto fundamental en los procesos de integración regional.
 
Ello se explica debido a que la energía es una de las bases sobre las cuales se sustenta la globalización, en tanto que es el fundamento de las sociedades en sus actividades económicas, sociales y políticas. Los hidrocarburos, en particular el petróleo, se convirtieron, desde la segunda mitad del siglo pasado en la principal fuente de energía, base de la matriz energética que rige el progreso social y económico de los países del mundo, tanto desarrollado como emergentes.
 
La integración como fórmula prioritaria y vital
 
En tiempos tan conflictivos y dilemáticos, como también exigentes y competitivos, la integración resurge fortalecida como fórmula prioritaria y vital para los países emergentes, aun en vías de desarrollo. Si estos países no concurren en torno a una integración real y definitiva, corren el gran riesgo, no sólo de rezagarse ante los demás países que conforman los diferentes bloques, sino de perecer devorados por un mercado un tanto inhumano y descarnado, donde impera la ley del más fuerte, y donde se podría escenificar “una pelea entre lobos y corderos”, y donde los corderos están obligados a pelear. Porque de lo que se trata es precisamente de eso: que se está obligado a competir; y a competir con monstruos del negocio, y en un mercado y comercio internacional abiertos y globalizados, por lo que la respuesta es sí o sí. Nada más anti dialéctico.
 
Ante esta realidad, la integración regional hoy en día constituye una vertiente o fórmula de inserción a la globalización y a la economía internacional, donde se acepten las peculiaridades y diferencias, y se respeten las diversidades y lo fundamental de las culturas nacionales; y no inserciones subordinadas que nos sigan condenando permanentemente a la dependencia y al atraso.
 
Cuando se habla de integración en Latinoamérica, prácticamente se hablan del Tratado de Montevideo de 1960 hasta el presente, es decir, más de cinco décadas en proceso, algunos lentos, otros tediosos o lánguidos. Desde luego que esto resulta corto si se compara con los procesos de integración que vivió la Unión Europea, que se tomó más de cincuenta años, además de una guerra mundial que sobrepasó los 55 millones de muertos, y además se trataba de pueblos heterogéneos, con múltiples culturas, variados sistemas, diversidad de idiomas y diferentes historias, y sin embargo lo lograron después de una larga travesía por todo un desierto de años. América Latina es mucho menos heterogénea y mucho menos diversificada en todo; los países latinoamericanos son raíces de un mismo tronco, entonces por qué no lograrlo, más aun cuando los tiempos y las mismas circunstancias convocan para tan nobles propósitos.
 
En este sentido, son valiosos los aportes que se han obtenido hasta ahora en los esquemas de integración subregional en América Latina, como la Comunidad Andina de Nacionales (CAN), de la cual Venezuela se retiró sin razón cierta alguna, la Unión de naciones Suramericanas (UNASUR) y el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), porque no sólo han definido aranceles externos comunes, sino que también han configurado Zonas de Libre Comercio. Por lo que es fundamental seguir consolidando los vínculos interregionales para llegar a una integración real y cierta, tan prioritaria y vital en estos tiempos saturados de controversia.
 
Integración y desarrollo
 
Toda integración implica esfuerzos, a veces hasta ciertos sacrificios, porque la integración es absoluta, completa y total, o no es integración. Por ello, cuando se habla de integración, se habla de un proceso no sólo comercial, sino también económico, cultural y político; es decir, una integración fundamentalmente humana, que abarque a todos los sectores y niveles de una región, y a todas las actividades que el hombre realiza en sociedad para vivir mejor y desarrollarse. De allí que toda integración tiene como objetivo principal el desarrollo, y todo desarrollo tiene como objetivo principal al hombre, al ser humano, que tiene que seguir siendo el hito y el destinario de toda acción humana. De manera tal que los pueblos se integren a estos procesos con resultados sociales positivos, y no sigan ausentes y marginados, haciendo meramente el papel de testigos mudos de la integración.
 
Un desarrollo sustentable, como se ha venido conceptualizando en los últimos años, que no sólo garantice la conservación de los recursos naturales y del medio ambiente, sino también las condiciones y los equilibrios sociales que deben ser sustentables. Hoy por hoy, el desarrollo sustentable de los países latinoamericanos pasa necesariamente por el meridiano de la integración. Por lo que integración y desarrollo van juntos de la mano, como un binomio inseparable. Integración y desarrollo sustentable que tienen que lograrse para realidades sociales, políticas y económicas propias, diseñados y elaborados por, para y desde América Latina, y que por tanto sean realmente nuestros, de manera que constituyan camino y no laberinto, como hasta ahora han constituido.
 
El nuevo siglo XXI junto el nuevo mileno trajeron consigo una revisión profunda de las políticas energéticas liberalizadoras, y su sustitución por políticas que privilegian un rol mucho más activo de los Estados en la planificación de los mercados energéticos, y en la regularización/coordinación de las inversiones, tanto públicas como privadas, en el sector. Igualmente, los enfoques de integración energética han trasladado su centro de atención, pues han ido de lo hemisférico a lo estrictamente latinoamericano, suramericano y caribeño. De tal manera, que no hay duda que la integración energética comienza a tomar fuerza como tema de las políticas nacionales de desarrollo y como estrategia de la geopolítica regional.
 
Publicado originalmente en El Mundo Economía y Negocios