domingo, 12 de abril de 2015

Las Américas y la "diplomacia Coppertone"


Dr. Gustavo Palomares Lerma

Desde la primera reunión a la actual de Panamá, las Cumbres de las Américas dormían en el sueño de las históricas buenas voluntades de los Estados Unidos con América Latina hasta que Obama rompió con más de cincuenta años de bloqueó a Cuba. Cuando Clinton lanzó su “Iniciativa de Miami” allá por 1994 —emulando aquella Alianza para el Progreso de Kennedy—, nadie sospechó los escasos logros de una iniciativa que pretendía ampliar aún más ese sueño hegemónico del presidente Monroe para adueñarse de ese continente, esta vez por la vía del acuerdo de integración económica de los socios.

El Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) ha ido trenzando un sinnúmero de acuerdos diversos, pero más por la inercia de un regionalismo abierto que por un liderazgo buscado por los Estados Unidos y negado, primero por Chávez y luego por Lula y otros líderes regionales. Parece evidente que este mecanismo de cumbres continentales, como también históricamente ha sido la OEA, han jugado un claro papel instrumental para el vecino del norte. Primero el de la organización regional para contener y prevenir a cualquier precio el contagio comunista a esta zona de inmediata influencia. Y después el ALCA con la globalización económica, para afirmar la primacía comercial y el modelo neoliberal, conteniendo así la ambición económica y comercial creciente de otros actores en la región, especialmente la Unión Europea y China. En ambos casos, Cuba era el bastión modélico a derrotar: en el ámbito ideológico-estratégico y también en el económico en su resistencia a ultranza que encuentra el oxígeno para la supervivencia en los países “compañeros” de la ALBA.

La Cumbre de Panamá probablemente sólo será recordada por esa primera foto de ambos mandatarios después de anunciar Obama el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, más allá de un distante saludo en los funerales del expresidente sudafricano Nelson Mandela. Una foto para la historia, la de un presidente estadounidense que valientemente rompe la perseverancia en el embargo de sus ocho antecesores y la de un “líder revolucionario”, capaz de hacer lo que ni tan siquiera fue capaz de hacer Fidel.

El fin del embargo y la llegada de millares de estadounidenses o cubanos americanos —se calcula que casi un millón el primer año— puede suponer una verdadera revolución social y sociológica para la isla. Obama puede lograr un desembarco más efectivo y sutil que el de Bahía de Cochinos, pero esta vez con turistas, dólares, medios informativos y comercio. La puesta en marcha de la “Diplomacia Coppertone” como alternativa a las numerosas tentativas militares y criminales puestas en marcha en los últimos cincuenta años para derrocar el castrismo.

Si el Che o Camilo Cienfuegos levantaran la cabeza, podrían comprobar cómo su hipótesis del “humanismo revolucionario”, “la revolución de la amplia sonrisa”, la fuerza transformadora del hombre por las dinámicas sociales frente a los cambios por el fusil o la fuerza, pueden ser también una realidad tangible en Cuba. Y en esta ocasión, una vez más, contra la autocracia de un personalismo insostenible. El muro en Berlín no pudo aguantar las dinámicas del mercado, ni el empuje de los pueblos.

En Cuba también es así: los cubanos se encuentran en un proceso acelerado de maduración, de forma muy especial desde la desaparición de Fidel de la primera línea de la escena política, y pueden asumir esta apertura como un verdadero catalizador de un cambio que hoy nadie discute. La pérdida del argumento principal en el discurso oficial y la cierta relajación en las duras consecuencias del embargo pueden suponer la quiebra de las principales causas que alimentaban el sentimiento nacional y nacionalista de los cubanos como respuesta a la agresión exterior. Y por el lado de los apoyos externos, el margen de maniobra se estrecha aún más, cuando algunos de los socios principales de Cuba, fuera y dentro del continente americano, valoran como una oportunidad histórica la voluntad de cambio.

Publicado originalmente en El Espectador 

Napoleón, una gesta irrepetible


Prof. Eloy Torres

Un irónico Hegel decía “…la historia nos enseña que de ella no aprendemos nada”. Con la excepción de Alejandro Magno, ningún hombre logró tanto poder e influencia como Napoleón. Su vida fue una novela, gustaba decir. Dotado de una inteligencia, aprovechó las circunstancias que le ofreció la historia; principalmente, de la Revolución francesa. Él fue no sólo un genio militar, sino que destacó como el Estadista que modernizó a Francia. Creó el Banco de Francia; alcanzó un concordato con El Vaticano, creó la Orden Legión de Honor; impuso una reforma administrativa e   introdujo la institución de la Prefectura; reformó la educación al imponer el liceo; dio vida al todavía Código civil, del cual es epónimo.

En pleno apogeo del poder fue, no sólo Emperador de Francia; también Rey de Italia, protector de la Confederación del Rin, mediador de la Confederación Helvética. Ejerció influencia sobre Holanda, España, a la que invadió; un fracaso, como otros; pero, Napoleón Bonaparte se había topado con la historia. Rodeado de mentes brillantes: Talleyrand, habilidoso negociador internacional; Fouché, en las cuestiones de seguridad pública; Decrés, en la Naval; Gaudón, al frente de la economía; Berthier, en materia de guerra; y Portalis, en cultura, etc. Cada hombre cercano a él representaba el ciclo del momento y era portador de su propia luz. Napoleón simplemente los encarnaba y ellos ejecutaban. El no cambió a Francia, sino a toda Europa. Con  cañones y pólvora intentó modernizarla, pero también con instituciones propias del avasallante capitalismo que forzaba el paso y se imponía en el Mundo. Tras su derrota en 1815, nada fue igual.

No obstante, dueño de una infalibilidad de creer en su superioridad; no respetó los límites ni las proporciones de la historia, como dice Kissinger. Condenado al triunfo, murmuraba con frecuencia, se empeñó en atacar Rusia en 1812. Otro fracaso que señaló el inexorable inicio del agotamiento del ciclo histórico que le permitió surgir como Napoleón, El Grande. Abdicó en 1814, tras ser derrotado y hecho prisionero. Escapó y, pretendiendo alargar su consorcio con la gloria, retomó el poder. Fueron 100 días que le sumaron un poco más de dramatismo a su leyenda, propia de la época. Pero, todo había cambiado. Era muy tarde para comprenderlo. De nuevo, fue derrotado en 1815 y, enviado prisionero a la inhóspita isla de Santa Elena, cerca del Africa, donde 6 años después, murió en los brazos de la historia. Su gloria es irrepetible.

Lo que es permanente es el agotamiento que se produce en los ciclos históricos que dan vida a los liderazgos políticos; por mucho que algunos, abusivamente, pretendan hacer creer que éstos se pueden extender. Napoleón fue grande no por destruir un Mundo, sino por construir otro. En tanto que ciertos personajes en pleno siglo XXI, a quienes la suerte les alcanzó para que destruyeran su Mundo; lo hicieron, pero se fueron sin construir nada. Por lo que es válido el abuso de utilizar la frase de Marx: “…Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”. ¿Habrá que leer historia?  

@eloicito