domingo, 12 de abril de 2015

Napoleón, una gesta irrepetible


Prof. Eloy Torres

Un irónico Hegel decía “…la historia nos enseña que de ella no aprendemos nada”. Con la excepción de Alejandro Magno, ningún hombre logró tanto poder e influencia como Napoleón. Su vida fue una novela, gustaba decir. Dotado de una inteligencia, aprovechó las circunstancias que le ofreció la historia; principalmente, de la Revolución francesa. Él fue no sólo un genio militar, sino que destacó como el Estadista que modernizó a Francia. Creó el Banco de Francia; alcanzó un concordato con El Vaticano, creó la Orden Legión de Honor; impuso una reforma administrativa e   introdujo la institución de la Prefectura; reformó la educación al imponer el liceo; dio vida al todavía Código civil, del cual es epónimo.

En pleno apogeo del poder fue, no sólo Emperador de Francia; también Rey de Italia, protector de la Confederación del Rin, mediador de la Confederación Helvética. Ejerció influencia sobre Holanda, España, a la que invadió; un fracaso, como otros; pero, Napoleón Bonaparte se había topado con la historia. Rodeado de mentes brillantes: Talleyrand, habilidoso negociador internacional; Fouché, en las cuestiones de seguridad pública; Decrés, en la Naval; Gaudón, al frente de la economía; Berthier, en materia de guerra; y Portalis, en cultura, etc. Cada hombre cercano a él representaba el ciclo del momento y era portador de su propia luz. Napoleón simplemente los encarnaba y ellos ejecutaban. El no cambió a Francia, sino a toda Europa. Con  cañones y pólvora intentó modernizarla, pero también con instituciones propias del avasallante capitalismo que forzaba el paso y se imponía en el Mundo. Tras su derrota en 1815, nada fue igual.

No obstante, dueño de una infalibilidad de creer en su superioridad; no respetó los límites ni las proporciones de la historia, como dice Kissinger. Condenado al triunfo, murmuraba con frecuencia, se empeñó en atacar Rusia en 1812. Otro fracaso que señaló el inexorable inicio del agotamiento del ciclo histórico que le permitió surgir como Napoleón, El Grande. Abdicó en 1814, tras ser derrotado y hecho prisionero. Escapó y, pretendiendo alargar su consorcio con la gloria, retomó el poder. Fueron 100 días que le sumaron un poco más de dramatismo a su leyenda, propia de la época. Pero, todo había cambiado. Era muy tarde para comprenderlo. De nuevo, fue derrotado en 1815 y, enviado prisionero a la inhóspita isla de Santa Elena, cerca del Africa, donde 6 años después, murió en los brazos de la historia. Su gloria es irrepetible.

Lo que es permanente es el agotamiento que se produce en los ciclos históricos que dan vida a los liderazgos políticos; por mucho que algunos, abusivamente, pretendan hacer creer que éstos se pueden extender. Napoleón fue grande no por destruir un Mundo, sino por construir otro. En tanto que ciertos personajes en pleno siglo XXI, a quienes la suerte les alcanzó para que destruyeran su Mundo; lo hicieron, pero se fueron sin construir nada. Por lo que es válido el abuso de utilizar la frase de Marx: “…Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”. ¿Habrá que leer historia?  

@eloicito

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