jueves, 12 de junio de 2014

EEUU, Libia y la sombra del yihadismo


Victor Hugo Matos

Desde la llegada de Barack Obama a la presidencia, uno de los pilares sobre los que ha querido sustentar su política exterior es la idea de que EEUU debe plantear una nueva aproximación hacia el Medio Oriente; sobre todo, después del fiasco de las intervenciones militares en Irak y Afganistán, que han dejado 8000 bajas. A partir de esto, el hecho de que el inicio de su primer mandato coincidiera con la eclosión de la “Primavera Árabe” -que generó expectativas optimistas respecto a una posible democratización del Medio Oriente-, fue aprovechado por la Casa Blanca como una oportunidad para corregir el rumbo y rescatar la imagen de EEUU en la región, lo cual ya había comenzado con el discurso de Obama en la Universidad de El Cairo.

Siendo esta la base de la nueva política de Obama hacia Medio Oriente, fue la desestabilización temprana del régimen libio la que convirtió a este país en el campo de pruebas de una nueva estrategia del Departamento de Defensa y la Casa Blanca, de realizar intervenciones limitadas sustentadas en la acción conjunta con miembros de la OTAN y apoyando a elementos locales sobre el terreno,  sumado a la búsqueda de apoyo de la Comunidad Internacional, la cual quedó plasmada en la Resolución 1973 (2011) del Consejo de Seguridad que enmarcó dicha intervención. No obstante, en retrospectiva, se hacen palpables las interrogantes de cuáles fueron los intereses concretos de EEUU en dicha operación, en la medida en que la movilización de recursos operativos realizada por EEUU no se correspondía con la reducida importancia que tenía Libia mas allá de su posesión de petróleo, armas químicas y una alicaída influencia en África y el Mundo árabe,  sobre todo si se toma en cuenta el reposicionamiento de Gaddafi después del 11-S, y la cooperación entre los gobiernos europeos y Trípoli en materia energética y comercial con Italia como principal socio -mucho mayor que la participación de EEUU en este sentido.

A pesar de ser una de las intervenciones más limpias de EEUU desde la Guerra del Golfo, los años subsecuentes a la misma han demostrado que la caída de Gaddafi no necesariamente ha implicado un cambio positivo para Libia,  sobre todo cuando dicho país se ha transformado en un clásico Estado fallido, donde las milicias armadas ostentan más poder real que los miembros del recién reformado ejército libio, sobre todo cuando las mismas han tomado desde hace casi un año, el control de las terminales más importantes hasta provocar una drástica caída de sus exportaciones petroleras.

Además de las milicias, Libia se ha convertido en un eje para la actividad yihadista en la zona,  lo que quedó evidenciado con el ataque al consulado estadounidense de Bengasi en 2012 realizado por Ansar-Al Sharia, un grupo asociado a Al-Qaeda, que además mantiene contactos irregulares con otros grupos presentes en territorio libio como Al Qaeda del Magreb Islámico,  Al Qaeda de la Península Arábiga y miembros de la brigada Al-Mulathameen -conocido grupo terrorista argelino. Añadido a esto, el propio gobierno libio sufre una profunda división entre sus filas, donde desde hace algunas semanas el general retirado Jalifa Hifter -exiliado hasta 2011 en EEUU- se ha alzado en armas contra el gobierno libio, ya que  considera que este ha hecho poco por desarmar a las milicias que se han incorporado dentro del ejército regular y que considera extremistas apoyados directamente por  el gobierno libio de Ahmed Maiteq, lo que lo ha llevado a atacar tanto el Parlamento libio, por considerarlo influenciado por fuerzas islamistas, como a campamentos militares tales como el de la Brigada de Mártires del 17 de Febrero, que fue bombardeado el pasado 27 de mayo.

Dados todos estos elementos, cabe preguntarse si la Administración Obama habrá cometido en Libia los mismos errores que cometió la Administración Bush en Afganistán e Irak, al asumir que un Estado con una debilidad institucional tan clara,  claramente dividido en estamentos tribales y extremadamente dependiente del liderazgo carismático, podía  realizar una transición rápida hacia un sistema con al menos algunos rasgos de gobernabilidad democrática; cuando es claro,  que el gobierno de transición libio no entendió las necesidades y deseos de los  habitantes de Misrata o Bengasi, quienes rechazaron el nuevo modelo político centralista que se ha querido imponer desde Trípoli.

Es inevitable asumir entonces, que poco a poco Libia se está convirtiendo en un riesgo de seguridad  para sus propios ciudadanos y el Mediterráneo, en la medida en que el factor desestabilizador de las milicias y los grupos yihadistas vinculados a Al-Qaeda pueden ir transformando a Libia en una nueva Somalia o Yemen, donde la violencia y el derramamiento de sangre están a la orden del día. A esto se le añade el impacto negativo que está teniendo la situación en Estados vecinos, como fue la movilización hacia Mali de miembros de la etnia Tuareg aliados de Gaddafi y que fue un factor clave durante la breve existencia del Estado Islámico de Azawad, o también el hecho de que algunos terroristas argelinos usen el territorio libio como santuario –recordemos el ataque a la planta de gas ubicada en In Amenas (Argelia), el 16 enero de 2013, donde murieron al menos 67 rehenes.

Lo que sí es cierto, es que Libia estará presente en los intereses de EEUU, dado las consecuencias potencialmente negativas para la seguridad de Europa, África, y Medio Oriente, sobre todo por la posibilidad de convertirse en un corredor para elementos yihadistas como Al Qaeda y sus afiliados, Boko Haram de Nigeria o Al-Shabab de Somalia, que podrían afectar los frágiles gobiernos africanos y plantearse ataques en territorio europeo. Por otra parte, las inmensas reservas de petróleo y gas de Libia, la convierten en clave para una seguridad energética europea que hoy por hoy se encuentra amenazada por los sueños neo-imperiales de Putin en Europa del Este. Además, queda claro que la actuación de la Administración Obama hacia Libia seguirá siendo debatida en el seno de la política estadounidense, con la posibilidad de que sea uno de los temas claves en las próximas elecciones presidenciales, pudiendo llegar a ser una piedra en el zapato para las aspiraciones presidenciales de Hillary Clinton en 2016, dado el puesto que ocupaba durante el ataque al consulado de Bengasi.

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