lunes, 20 de abril de 2015

Cien años de una guerra


Prof. Eloy Torres

Hace cien años, la guerra hacía estragos. Toda una danza macabra y bélica sobre miles de cadáveres. Era la I Guerra Mundial. La de las Naciones como la llamaron. Una mortandad absurda. 4 años de pólvora, bengala, cañones, trincheras, bayonetas, sangre y formol; eso lo  experimentó el Mundo, fundamentalmente Europa que abrazó el siglo XX con la desesperanza y violencia en el alma. El motivo aparente: unas balas disparadas por un terrorista serbio aferrado a la idea de la independencia de su pueblo del multinacional Imperio Austro-Húngaro, asesinaron a Francisco Fernando, el Archiduque heredero de esa realidad. Ocurrió en Sarajevo, el 28 de junio de 1914. Fue  excusa para una guerra, que duró 4 años luego de derramarse sangre de millones de seres humanos.

Su final generó una borrachera de libertades circunstanciales. Se pretendió exorcizar al continente europeo de la violencia. El resultado fue lo contario, pues almacenó resentimientos vestidos con camisas ideológicas, cocidas con tres telas distintas, pero con los mismos hilos: sangre, exclusión, marginación y violencia. A saber: el fascismo, nazismo y comunismo. Las consecuencias las conoció el Mundo 20 años después con la II Guerra Mundial.

La triunfante Europa no quería más guerra. Francia exudaba un rechazo hacia ella desde su fin en 1918. Fue pacifista. Tuvo más de 1 millón y medio de víctimas. Alemania un poco más de 2 millones. Los sufrimientos también afectaron a Rusia. Ella engendró un particular monstruo: el comunismo. Europa devastada, llegó a convivir con sus traumatismos y víctimas y extrañaba la “Belle Époque”, de antes de la guerra. Durante los “años locos”, idealizado por Scott Fitzgerald, los europeos bailaban al compás de una desesperación que presagiaba  conflictividad. Apareció la frivolidad como acto antropológico irracional. Se intuía lo peor. Lo confirma la prisa por disfrutar de la vida, pues sabían que bailaban sobre ríos de sangre y eso no es agradable.

El fin de la guerra estimuló a toda una pléyade de pensadores, escritores, poetas, pintores, músicos que rechazaron los valores estéticos, políticos y morales que dieron pie a ese absurdo. Con gran razón rechazaban, bajo cualquier forma, el elogio a la violencia. Conmemorarla era peor. La primera guerra fue eso: un horror.

Los años 1914–1918 representan un emblemático acontecimiento histórico que hizo de esa historia, la historia de todas las naciones. No es casual que esa conflagración fuese bautizada como la “Gran Guerra”. Todavía se escribe sobre ella y es objeto de análisis de militares, políticos y diplomáticos quienes han marcado su impronta en documentos y memorias personales. Han construido una red explicativa de las causas y una producción historiográfica interesantísima.

De la mano del Embajador y Profesor Demetrio Boersner, hemos aprendido a ponderar, entre otros, al mutilado de guerra Pierre Renouvin, quien dirigió la colección “Documents diplomatiques francaises”. Interesante que la gran mayoría de sus escritos abordan el tema desde la perspectiva de los grandes hombres: políticos, diplomáticos y militares y dejan, a un lado, al hombre simple. La población civil, la más afectada es abandonada por esa lente historiográfica. La guerra es observada desde arriba. Quien experimentó el horror de esas masacres en las trincheras, no ha sido sujeto de la Historia. Hay que decirlo, incluso el mismo Renouvin quien, perdiese un brazo durante los combates. La opinión de los combatientes debería ofrecer, según entendemos, una mayor información sobre la manera de cómo se condujeron las operaciones, pero su horizonte fue muy limitado. Los ingleses y alemanes de ese periodo se han comportado, con el mismo criterio, de ver la guerra a gran escala y, repetimos, desde arriba.

El elemento de las mentalidades colectivas, hizo aparición en ese conflicto y, creemos, mantiene aún su vigencia. Ésta, a pesar de los cambios, incluso tecnológicos, pervive. La Primera Guerra Mundial estalló en el momento en que la industria experimentaba una expansión económica. Sin embargo, todos los descubrimientos científicos y tecnológicos no pudieron calmar las tensiones políticas internacionales. Por el contrario, fueron usados como instrumentos bélicos. Otro elemento a tomar en cuenta para explicar esa guerra fue el deseo colectivo de que ella ocurriera. Las ideas nacionalistas y democráticas tomaron mucho terreno, particularmente en el multinacional Imperio Austro-Húngaro, donde las minorías apuntaban su mirada hacia sus países troncos que exudaban libertad e independencia. Frente a ese entusiasmo, la muerte mostraba sus fauces.

Las estructuras culturales eran similares. Muchos elementos hicieron su aparición: el automóvil, el avión, el tanque de guerra. La industria se desarrollaba rápidamente. Mientras esto ocurría, todavía se usaba la carreta en los caminos europeos. La guerra transformó esa mentalidad, pero mantuvo su impulso inicial: el nacionalismo. La industria, se transformó en la gran fuerza motora de Alemania, Francia, Italia, Inglaterra e incluso Rusia. Ésta, en menor medida,  parafraseando a Paul Kennedy, por su extensión territorial y grandes recursos, ostentaba  la membrecía de ese club de “las potencias mundiales”. Era el momento de la expansión de los poderes industriales.

Inglaterra y Alemania se disputaban el control marítimo. Rusia y el Imperio Austro-Húngaro intensifican el conflicto por el control de los Balcanes. Los esfuerzos diplomáticos fueron insuficientes para atenuar las tensiones. Alemania y Rusia las empujaban. Los medios de comunicación eran muy débiles y ello contribuyó al aumento de la conflictividad. Se usaba el telégrafo y estos informaban de la urgencia, muy tarde; luego de producirse los acontecimientos. La guerra era inminente.  Nadie ponderaba las consecuencias. Había en el ambiente la creencia de que el fin del siglo XIX abría la centuria de las nacionalidades que ganaban terreno junto a las ideas democráticas. Los Estados podían y debían ser organizados bajo la forma de regímenes representativos y parlamentarios.

Historiadores consideran que la causa de la Primera Guerra Mundial se resume al enfrentamiento de los pueblos bajo la égida de los imperios y los intentos desesperados de éstos por su autodeterminación. La contradicción entre el Imperio y la negativa de otorgarla. Cierto, había inconformidad con el régimen fronterizo imperial impuesto, como de sus abusos. La alianzas en 1914, todas hostiles entre sí, enmarcadas en una rivalidad, abrazaron al viejo continente y se extendieron a otros meridianos. Los combates fueron sangrientos. El mar, tierra y aire, sus escenarios para el despliegue de los adelantos tecnológicos. El resultado: 4 imperios desaparecieron; surgimiento de 3 ideologías que aún mantienen cierto vigor y murieron casi 10 millones de seres humanos.

El final de la I Guerra Mundial permitió el avance de dictaduras, más fuertes que el sentimiento democrático. La banalización de la violencia, sin precedentes en esa Europa, lo permitió, pues, nadie quiso escuchar las voces que clamaban por evitar el resurgir de los tambores de la guerra. Versalles había humillado a Alemania. Ella se rearmó gracias al apoyo que Stalin, en secreto, le acordase. Un desastre, una tragedia que atropelló a buena parte de la Humanidad y marcó la pauta para que ella renaciera 21 años después. 

@eloicito

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