sábado, 11 de agosto de 2012

Otra posición para Venezuela frente a la guerra civil siria

Dr. Kenneth Ramírez


El conflicto sirio se ha prolongado por casi 17 meses dejando un saldo de más de 20 mil muertos, 50 mil refugiados y miles de desplazados. Se trata ya de una auténtica guerra civil con ramificaciones internacionales, en la que cada una de las partes cuenta con valedores foráneos que le suministran apoyo diplomático, financiero, logístico o militar.
 
El gobierno de Venezuela se ha alineado con el gobierno de Bashar al-Assad -quien ejerce el poder de forma autoritaria desde que lo heredó de su padre Hafez en 2000-, en el entendido de que éste representa un gobierno “socialista árabe” y “anti-imperialista”; suscribiendo el discurso de Damasco, según el cual, el levantamiento sirio –mayoritariamente sunita- es obra de “terroristas infiltrados” por EEUU y sus aliados y por tanto no representa al pueblo sirio.
 
El apoyo venezolano se ha traducido en numerosas declaraciones políticas al más alto nivel a favor de Bashar al-Assad; en un respaldo diplomático desde la Asamblea General de Naciones Unidas junto a los países de la ALBA y en la participación en la Conferencia de “Verdaderos Amigos de Siria” celebrada recientemente en Teherán; así como en el importante envío de cuatro cargamentos de 300 mil barriles de diesel al puerto sirio de Banias en los últimos 8 meses, que han sido pagados a PDVSA con nafta siria, con lo cual Damasco burla las sanciones internacionales, ahorra divisas y mantiene el esfuerzo bélico a pesar de las consideraciones humanitarias que esto último supone.
 
Esto coloca a Venezuela en una posición de apoyo irrestricto al actual gobierno de Damasco al lado de Irán, Rusia y China –aunque Moscú y Beijing no califican a la oposición de “terrorista”-, lo cual niega la compleja realidad siria y no resulta plausible ni en lo ideológico ni en lo geoestratégico.
 
Empezando por el aspecto ideológico, cabe decir que Bashar al-Assad es indefendible incluso desde una posición de izquierdas como sostiene el gobierno venezolano, ya que encabeza una dictadura que ha venido reprimiendo brutalmente a su pueblo y le niega la posibilidad de mayores libertades, convivencia y bienestar. El propio Ignacio Ramonet, editor de Le Monde Diplomatique e intelectual de referencia para el movimiento anti-globalización, ha expresado que este mal llamado “socialismo árabe” no es otra cosa que un Estado autoritario y que los insurgentes sirios merecen la ayuda de todos los demócratas. La defensa a ultranza que se ha venido haciendo de Bashar al-Assad, como se hizo en su momento de Muammar Gaddafi, nos coloca en una posición extremista que nos aísla y afecta la imagen de Venezuela a nivel internacional.
 
En cuanto al aspecto geoestratégico, Siria está demasiado distante, siendo además poco relevante en lo político-diplomático, petrolero o comercial para Venezuela como para representar un aliado estratégico que realmente apalanque nuestra proyección internacional, sin embargo, sí que constituye un aliado importante para Irán. De manera que estamos frente a una adopción acrítica de la estrategia geopolítica iraní, que nada tiene que ver con nuestros intereses nacionales, nos expone a posibles sanciones internacionales y nos aleja de Arabia Saudita y demás monarquías petroleras sunitas del Golfo. Esto ya ha generado una reducción de nuestro margen de maniobra en la OPEP, cuando justamente nuestra posición geográfica nos invita a mediar cuando surjan conflictos entre nuestros socios petroleros que puedan menoscabar la cohesión de la Organización.
 
Por tanto, consideramos que Venezuela debe optar por otra posición respecto a la sangrienta guerra civil que está desgarrando a Siria. Dicha posición debería contemplar los siguientes puntos esenciales:
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1) Apoyo a la mediación de la ONU tendiente a finalizar el conflicto e impulsar la transición política hacia la Nueva Siria: el Enviado Especial del Secretario General de la ONU y la Liga Árabe para Siria, Kofi Annan, ha renunciado recientemente a su cargo, manifestando el obstáculo que ha supuesto la división de las potencias del Consejo de Seguridad de la ONU y la poca disposición de Bashar al-Assad de cumplir con los compromisos adquiridos. Venezuela debe brindar apoyo diplomático al nuevo enviado de la ONU y la Liga Árabe (como posibles candidatos se han mencionado los nombres del ex–canciller de Argelia, Lakhdar Brahimi, y del ex-canciller de España, Miguel Ángel Moratinos, ambos diplomáticos expertos en Medio Oriente y resolución de conflictos), para que logre un cese al fuego de las partes verificable y la delegación de los poderes de Bashar al-Assad en un gobierno transitorio que impulse un proceso de reformas en Siria hacia un sistema político más democrático.
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2) Reconocimiento del rol de la mayoría sunita en la Nueva Siria: 74% de la población es musulmana sunita, por lo que deben tener mayor participación y representación en las instituciones gubernamentales de conformidad a su peso demográfico. Este aspecto es subrayado por muchos de nuestros socios de la OPEP que comulgan con esta rama del Islam, y entre ellos, de manera conspicua Arabia Saudita.
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3) Respeto y participación de las minorías en la Nueva Siria: 12% de la población es alawita, sin embargo, controlan el gobierno, la economía y el ejército, excluyendo a la mayoría sunita. Los alawitas, que fueron excluidos de las instituciones gubernamentales hasta que el Partido Baaz de los Assad llegó al poder en 1963, ahora creen que su supervivencia está ligada a la del régimen. Esto hace necesario tomarlos en cuenta en las negociaciones de cara a una Nueva Siria, ya que de lo contrario, el país podría ser sacudido por años de guerra civil, peor que el conflicto que desoló a El Líbano entre 1975 y 1990. Esto además puede acercar a Irán –otro importante socio de la OPEP- a una solución negociada, en tanto que Teherán entiende que los alawitas, que comparten muchas creencias y prácticas con la rama del Islam shiíta, son sus aliados naturales en Siria y su puente hacia la población shiíta de El Líbano.
 
Asimismo, como en el caso de los alawitas, tanto cristianos, drusos, kurdos y demás minorías religiosas y étnicas deben ser respetadas, y contar con participación y representación proporcional en la toma de decisiones en la Nueva Siria. Debe evitarse cualquier tipo de revanchismo que lleve a un prolongado y sangriento conflicto sectario.
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4) Mantener la integridad territorial del país: cualquier tipo de partición siria debe ser rechazada ya que tiene un gran potencial de desestabilización en el Medio Oriente. No obstante, esto no es óbice para que la Nueva Siria pueda dotarse -si lo decide durante su proceso de transición política- de estatutos autonómicos para ciertas regiones como Latakia y Kurdistán, en el caso que se considerara que eso permitiría una mejor convivencia en libertad.
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5) Impulsar la permanencia de Naciones Unidas en Siria a largo plazo: es deseable que se cree una misión especial de la ONU para acompañar el proceso de transición política, suministrar ayuda humanitaria, apoyar labores de reconstrucción y contribuir a fortalecer la seguridad del país -evitando la proliferación de milicias, la presencia de grupos extremistas y procurando un manejo adecuado del arsenal químico que actualmente posee Damasco.
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En conclusión, frente al conflicto sirio, la única postura cónsona con nuestros valores e intereses, es impulsar una salida negociada que inicie un proceso de transición política y garantice la reconciliación nacional, el respeto a las minorías, la integridad territorial y la seguridad nacional y ciudadana. Esto, además, es una demanda de la pacífica y próspera Comunidad Siria en Venezuela que asciende a alrededor del millón de habitantes entre inmigrantes y descendientes –la segunda en importancia-, y reproduce en buena medida el complejo mosaico étnico-religioso del país de Sham.

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