jueves, 19 de septiembre de 2013

Escenarios de pos-conflicto: errores y recomendaciones

 
Dr. Gustavo Palomares Lerma
 
Las distintas experiencias internacionales en gestión del posconflicto, siendo todas radicalmente diferentes y no comparables —ni tan siquiera como hipótesis— parten de una evidencia que se convierte en axioma: lo fácil es firmar, lo difícil es cumplir.
 
Las dificultades para ejecutar y llevar a cabo los acuerdos en el nuevo escenario propicio de paz no sólo se encuentran en la acomodación de éstos a una realidad diversa, desigual y descentralizada, como es la colombiana, sino también en no cometer errores que provoquen “cierres en falso” que abran espacios a la frustración, al sentimiento de engaño, a la falta de justicia o a la insuficiente reparación.
 
Si revisamos situaciones tan dispares como pueden ser la española, derivada de una guerra civil —sin ser extensible a otra realidad española como la del conflicto vasco—, la de los enfrentamientos sangrientos en Centroamérica, por no hablar de las luchas tribales en el centro de África, los procesos de transición y consolidación democrática en el cono sur latinoamericano o, incluso, la nueva realidad interracial sudafricana; todos estos casos demuestran que, para que no exista vuelta atrás en estos procesos, es fundamental conocer la verdad; no “enterrar” la memoria histórica y resarcir económica y, sobre todo, moralmente a las verdaderas víctimas inocentes. La reconciliación no es posible si las víctimas sienten que existe impunidad.
 
Leyes de víctimas cortas y planes de reinserción mal orientados —origen de bacrim y maras— como ocurrió en Centroamérica; leyes de perdón y “punto final” que suponían claros ejercicios de impunidad —incluso con delitos graves de lesa humanidad— como ocurrió en el cono sur; o incluso, leyes de memoria histórica y de reparación insuficientes, o también amnistías y grandes silencios, como ocurre respectivamente en España y Chile, provocan que estos procesos superadores de la violencia se encuentren condenados a repetirla en sus distintos tipos y formas, reabriendo cada cierto tiempo esas heridas no cerradas.
 
Un error repetido y grave en estos escenarios posteriores a situaciones conflictivas en proceso de transición es la falta de un proceso de legitimación de “abajo arriba” que suponga una apropiación del mismo por parte de la ciudadanía implicada. Es el caso de acuerdos de paz firmados en la mesa de negociación, incluso con proceso constituyente en marcha, con gran despliegue mediático y gran cobertura internacional, que son rechazados electoralmente —como ocurrió en Guatemala— o que no logran una aceptación homogénea dentro de cada una de las filas de los contendientes y que provocan brotes de recrudecimiento de la violencia en escenarios de posconflicto, como ocurrió en el caso de Irlanda del Norte. Es imprescindible crear condiciones sociológicas, simbólicas e, incluso, míticas, capaces de propiciar un imaginario colectivo superador de la violencia, como ocurrió en Sudáfrica. Mandela y su Invictus es un ejemplo de refundación personal y nacional.
 
La pedagogía de la paz es un ejercicio imprescindible para preparar al tejido social en una dura labor de comprensión, aceptación y abandono de la violencia como un elemento de normalidad social. Este ejercicio debe partir de un reconocimiento responsable de los errores cometidos durante el conflicto para desde ahí, plantear nuevos compromisos éticos e, incluso, morales de protagonismo en la paz. Nuevos “pactos” individuales y colectivos transformadores de la violencia y, sobre todo, de las causas que la provocan. En conclusión, crear un nuevo escenario, de verdad; no cambiarlo todo —también la Constitución— para que todo siga igual.

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