jueves, 12 de diciembre de 2013

Posconflicto y "refundación" del Estado en Colombia



Dr. Gustavo Palomares Lerma

La aplicación de los acuerdos de paz en un escenario de posconflicto en Colombia debe suponer una verdadera refundación del Estado y, por ende, de algunas de sus políticas públicas estratégicas para que este paso histórico cumpla el papel transformador en la sociedad colombiana que impida un “cierre en falso” del proceso de superación histórico de la violencia.
 
El éxito o fracaso en estas políticas transformadoras del Estado dependerá, en buena medida, de la capacidad para fortalecer la estructura territorial en una dinámica decidida descentralizadora y federalizante. La exigencia histórica de un nuevo “pacto” regional —mejor, federal—, acorde a la diversidad geográfica, con una nueva estructura administrativa moderna diversificada que instale capacidades humanas y materiales en las regiones. En resumen, construir Estado presente y activo en el territorio.
 
En Colombia, las políticas públicas se han desenvuelto en una especie de “esquizofrenia” entre el marco jurídico constitucional descentralizador y la práctica gubernamental del día a día, centralista y centralizadora. Sin embargo, las principales dinámicas presentes y futuras que afectan a las políticas públicas esenciales del Estado colombiano en ámbitos estratégicos de los acuerdos de paz y en la gestión del posconflicto, pero sobre todo en el desarrollo y la protección de los derechos fundamentales de la población —especialmente la más vulnerable—, pasan principalmente por la periferia territorial y no por el centro bogotano.
 
Se abre camino en este escenario futurible deseable, la posición de aquellos que defendemos un “Estado inteligente”, en donde la inteligencia radica en poner la ecuación social y la realidad descentralizadora como centros definidores de sus políticas públicas. La resolución de esta ecuación arroja siempre el mismo resultado: una sociedad más justa, igualitaria y avanzada.
 
Sin embargo, para que el Estado pueda realizar ese papel de motor transformador en Colombia en una realidad diaria en paz, es esencial introducir cambios profundos en su cultura democrática. La democracia no es sólo la única forma compatible con la libertad y la justicia; también es la única forma de participación política que basa su esencia en la igualdad y en la equidad. Estos dos principios no sólo son la esencia y el valor de la democracia —como decía Kelsen—, sino que son la base de una verdadera cultura de y para la paz.
 
La consecuencia inmediata de la aplicación de los acuerdos de paz tiene que ser la voluntad decidida para construir ese Estado transformador. Esta nueva forma “inteligente” de entender la realidad estatal y las políticas públicas, en una realidad desigual como la colombiana, es lo contrario de un “Estado bruto”, ese “Estado mínimo” que sólo llega a ser “suficiente” para unos pocos, ausente en gran parte de su estructura territorial, de acciones puntuales y sobre una base asistencial. El Estado que necesitamos para este nuevo tiempo, por el contrario, es aquel que se identifica por tener verdaderas políticas de Estado —no de partidos— en educación, salud, nutrición, cultura; orientado hacia la superación de las gruesas inequidades, capaz de impulsar la concertación entre lo económico y lo social; un gran promotor de la sociedad civil. El Estado de concertación que necesitamos para este escenario de recuperación de valores se opone a ese otro que conocemos bien después de sufrirlo tanto tiempo: el que planifica íntegramente de forma hermética las políticas públicas con una escasa participación de los territorios y ninguna de la ciudadanía.
 
En esta nueva fase histórica necesitamos superar la guerra para poder ocuparnos de los conflictos lógicos en cualquier sociedad democrática; para ello debemos partir de una perspectiva que considere la realidad estatal como un todo complejo en donde la visión descentralizada, a la hora de asegurar la presencia, el buen gobierno y efectividad del Estado colombiano, es una de las piezas fundamentales para el desarrollo y para hacer posible una sociedad colombiana en paz, más justa e igual, para nosotros y para nuestro hijos.
 
En conclusión, la necesaria reforma y “refundación” del Estado colombiano no puede plantearse como hacía el príncipe de Salina en la novela El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, cuando decía “… cambiémoslo todo para que todo siga igual”.

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