Prof. Angel Castillo Siri
La VI Cumbre de las Américas, celebrada el pasado fin de semana en Cartagena, Colombia, concluyó sin la declaración final que caracteriza este tipo de eventos. Desde la Primera Cumbre, realizada en Miami en 1994, los miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA) han establecido acuerdos y programas de acción para atender los problemas de la región. Si bien nunca existe consenso pleno en la complicada agenda regional, al menos se logra acordar una declaración amplia, basada en mínimos y directrices generales. En esta oportunidad, el documento oficial de la Cumbre fue elaborada por el Grupo de Revisión de la Implementación de Cumbres (GRIC) de la OEA, titulado “Mandatos Derivados de la Sexta Cumbre de las Américas”. Los cinco mandatos corresponden a desarrollar políticas respecto a los desastres naturales; la seguridad ciudadana, la integración en infraestructura, el uso de tecnologías de la información y las comunicaciones, y la erradicación de la pobreza, la desigualdad y la búsqueda de equidad.
La V Cumbre, celebrada en 2009, en Puerto España, culminó con una Declaración, el Compromiso de Puerto España, que, en 16 páginas, planteó los siguientes compromisos: Promover la prosperidad humana; Promover la seguridad energética; Promover la sostenibilidad ambiental; Reforzar la seguridad pública; Reforzar la gobernabilidad democrática; y Reforzar el seguimiento de la Cumbre de las Américas y la efectividad de la implementación.
Los aspectos que mantienen continuidad en agenda son el tema de la pobreza y de la seguridad. Respecto a la V Cumbre, poco se dijo en torno al fomento de la democracia, medio ambiente y energía. Más pesó en Cartagena el tema de la incorporación de Cuba y de la disputa por Malvinas. Esto indica nuevamente lo difícil que está resultando en América encontrar puntos comunes y darles continuidad a pesar de que gran parte de lo gobiernos son los mismos de 2009.
Es de notar que en Puerto España, las directrices para promover la seguridad energética incluían aspectos como integración energética, respeto a la soberanía en el manejo de recursos energéticos, cooperación en infraestructura, tecnología, consumo sustentable y eficiente, cuidado del medio ambiente y la diversificación de la matriz energética. Este aspecto, en el que Venezuela posee un liderazgo natural, no se desarrolló en esta oportunidad, lo cual es señal de un planteamiento errado de las prioridades de agenda en la política exterior venezolana hacia la región en la Cumbre: si en los últimos años ha habido un esfuerzo significativo por diversificar las relaciones en materia de energía y dar peso a los recursos venezolanos en la región a través de acuerdos de suministro y de Seguridad Energética, la prioridad debió haber sido seguir profundizando estos lineamientos. Esto indica una notable falta de continuidad en la persecución de los objetivos estratégicos de política exterior que no puede circunscribirse al paralelismo ALBA-TCP, sino que debe proyectarse en todos los foros y no subordinarse a temas que no tengan incidencia inmediata sobre nuestros recursos.
Por su parte, Colombia, sin declaración final, alcanzó dos objetivos importantes, ambos vinculados a los Estados Unidos:
1) En la declaración de los Presidentes Santos y Obama luego de su reunión bilateral el 15 de abril, se anunció que el Tratado de Libre Comercio Colombia-EE.UU. finalmente empezaría a aplicarse a partir del 15 de mayo de 2012. Es la consumación del esfuerzo de 20 años cuando el hoy Presidente Santos era Ministro de Comercio y propuso lograr el TLC con el mercado más importante de la región.
2) En su declaración, el presidente Obama indicó su apoyo a la aspiración colombiana de ingresar a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), al afirma que “cuando Colombia busque membresía en esta organización, Estados Unidos va a apoyar su candidatura.” En la región, solo México es miembro de dicho grupo que gestiona acciones coordinadas en foros de alto nivel como el G-20. De este modo, Colombia busca su propio camino para proyectarse en el escenario internacional tal como lo hacen Brasil, México y Argentina, sin una verdadera representación de la región.