María
Fernanda Hernández
Asia y América Latina son
regiones parte de los llamados “ascendentes del Sur”, según lo catalogó el
Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en su informe anual
sobre Desarrollo Humano “El ascenso del
Sur: Progreso Humano en un Mundo diverso”, donde se habla del crecimiento
del Sur, el cual puede mantenerse sostenible o simplemente haber llegado a la cúspide
de sus posibilidades.
Las estrategias que
desarrollen actualmente estas regiones determinaran indirectamente la
sostenibilidad de su auge. Las regiones del Sur, coinciden en algunas
características de su status quo, pero al mismo
tiempo guardan entre sí diferencias profundas en sus estrategias –o muchas
veces, en la presencia y ausencia de planes estratégicos-, lo que generan una
amplia grieta a nivel de sus proyecciones de desarrollo.
Una región milenaria como
Asia, luego de recuperar su autonomía en el siglo pasado, se encuentra hoy en
día llena de prosperidad económica, tigres e innovación, pero también tiene
rivalidades geopolíticas y barreras. Sin duda, es el nicho de potencias
consolidadas y emergentes, con una capacidad productiva bastante envidiable. Para
nadie es un secreto que existe una gran concentración de países en el Sur y Este de Asia que han generado un foco de
tecnología y han desarrollado estrategias de inversión a largo plazo.
América Latina es parte de
este Sur en propulsión, luego de superar desde guerras de guerrillas, fuertes
crisis económicas y dictaduras brutales. Hoy en día, es una región que tiene -a
pesar de algunas excepciones- una amplia estabilidad política y sistemas
democráticos consolidados, prosperidad económica y diversos mecanismos de
integración, siendo muchas veces envidiada por su “suerte” -recordemos su exitosa
gestión e impacto casi nulo de la crisis económica mundial del 2008-. Aunque América
Latina posee en común con Asia la prosperidad económica y las múltiples
barreras existentes, no posee tigres ni innovación.
Sin embargo, es utópico
augurar escenarios sin obstáculos que superar para estas regiones. Ante desafíos
transnacionales –erradicación de la pobreza, disminución de la desigualdad, la
seguridad ciudadana o el Cambio Climático- no hay una vía más efectiva que la
cooperación y la integración regional -como primer paso- e internacional como
el ideal.
Si bien es cierto que para
Asia, el proceso de integración regional se ha venido desplegando con elementos
–como lo son la eficiencia y el pragmatismo de sus acuerdos y mecanismos- que
han catapultado diversos grados de desarrollo económico en los distintos
países, esto no es sinónimo de un aumento asegurado de desarrollo humano en todas
las regiones del continente. Podemos visualizar esta afirmación en la reciente
aprobación de nuevas normativas por parte del Ministro de Educación del movimiento
islamista Hamas, quienes gobiernan la Franja de Gaza en Oriente Próximo; normas
las cuales impedirán que los hombres impartan clases a las niñas de las
Escuelas y se dividirán a los niños de las niñas al cumplir los nueve años.
En el caso de América Latina,
observamos una región con países que se encuentra en una permanente carrera de
relevo que promueve el enfoque a resolver coyunturas domésticas y no encargarse
de un trabajo estructural. Además, existen elementos básicos que mitigan el
proceso de integración con visión de desarrollo, y uno de los principales son
las diferencias de los modelos ideológicos que debilitan u obstruyen los
distintos mecanismos de integración que han sido creados. Es menester destacar
que con la reciente desaparición física de Hugo Chávez, este elemento a nivel
regional ha perdido fuerzas y quienes esperaban que el Presidente Correa
pudiese liderar de manera similar la ALBA, se quedaron con mucho que desear con
el resultado de la propuesta de reforma del Sistema de la Comisión
Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH) de la OEA; situación que resulta
entendible, con la falta de los niveles de carisma y acceso a recursos
similares a los que poseía el finado Presidente venezolano.
No cabe duda que los
contextos de estas dos regiones que describimos se encuentran en proceso evolutivo
-seguramente hace veinticinco años, en términos de desarrollo humano, Polonia
en medio de la escasez, el comunismo y la pobreza no imaginaba que algún día iba
a estar a la altura de la Unión Europea-. La diferencia entre el grado de
prosperidad que pueda alcanzar cada región, radicará en la efectividad de las
estrategias de promoción del desarrollo y mecanismos de integración que se
apliquen.
Si nos ubicamos desde una
perspectiva a largo plazo, definitivamente el principal reto a superar para el
continente asiático, será penetrar la barrera cultural que mitiga el proceso
integrado de crecimiento, donde se pueda generar una ampliación de las
capacidades tecnológicas e inversión en educación al resto del continente, que
aumente aún más la productividad y despliegue un amplio y fuerte bloque
regional. Por otra parte, para América Latina es vital un cambio en los modelos
de desarrollo que se han venido aplicando, y diseñar planes para el progreso en
el área de innovación; debido a la ausencia de oportunidades, la gran mayoría
de los profesionales prefieren invertir sus conocimientos en países que no solo
valoren sus capacidades, sino que puedan ofrecerles un alto nivel de calidad de
vida, convirtiéndose esto en una profundad perdida no sólo de capital, sino de
talento humano.
Será cuestión de tiempo y
políticas aplicadas, las que nos darán respuesta de si este auge del Sur se
convertirá en sostenible, o si simplemente muchas de estas regiones ya
encontraron la cúspide de sus posibilidades.