Dr. Kenneth Ramírez
El estallido de las protestas en Venezuela en febrero pasado, le ha
planteado a la Presidenta Dilma Rousseff un asunto muy incómodo, en pleno año
electoral y de celebración de la Copa Mundial de Fútbol en Brasil.
Desde el principio, el entorno de la Presidenta Rousseff, entendió que más
allá del detonante que han sido las protestas estudiantiles y el progresivo descontento
social ante la crisis económica, la causa real se encontraba en la mala lectura
que los sectores radicales de la oposición venezolana habían hecho de los
resultados de los procesos electorales de 2013, los cuales redujeron las distancias y dibujaron un país
dividido. En este sentido, observaron #LaSalida como una estrategia de acoso y
derribo al Presidente Maduro, la cual Brasil no podía convalidar dado sus
intereses y afinidades ideológicas con el gobierno venezolano. Por tanto, era
preferible guardar silencio y no pisar esta “concha de banana” en un año tan
sensible como 2014; al fin y al cabo ellos también estaban terminando de
gestionar su propia ola de protestas iniciada en junio de 2013.
Geopolíticamente, el gobierno de Venezuela ha servido en la última
década como ariete contra la OEA, el ALCA y la Comunidad Iberoamericana; es
decir, proyectos liderados por EEUU y España, potencias a quienes Brasil debe
expulsar del espacio suramericano entendido como su “esfera de acumulación y
legitimación”: léase esfera de influencia exclusiva. Hasta 2007, el Presidente
Lula debió cohabitar con un alto protagonismo del Presidente Chávez, pero a
partir de allí, con los hallazgos petroleros en el área pre-sal y el modelo chavista
empezando a mostrar sus límites, Caracas empezó a entrar en la órbita de Brasilia.
Con la muerte de Chávez y la crisis económica, el declive de la ALBA se
aceleró; dejando al MERCOSUR como el proyecto de integración, y la UNASUR y la
CELAC como los foros políticos, desde donde Brasil desea organizar la región:
la estrategia de los círculos concéntricos. En consecuencia, algunos asesores
de la Presidenta Rousseff estiman que un hundimiento de Maduro es un severo
revés para el proyecto geopolítico de Brasil, sobre todo porque consideran que
la oposición se alinearía con EEUU; olvidando que el “Protocolo de La Guzmania”
–que recién cumplió 20 años- abrió las puertas para una nueva relación antes de
Chávez.
Además, tenemos el comercio bilateral -6 millardos de dólares- y las
inversiones -abanderadas por Odebrecht- que han ascendido considerablemente en
la última década, y que son abiertamente favorables a Brasil –aunque con el
Presidente Maduro se han acumulado deudas con empresas brasileñas por 2,5
millardos.
En consecuencia, la Presidenta
Rousseff esgrimió en un primer momento, el principio de No Intervención y se
colocó detrás de MERCOSUR/UNASUR: "No cabe a Brasil discutir lo que
Venezuela tiene que hacer (…) Brasil no se manifiesta sobre la situación
interna de ningún país". Así, Brasil evitaba pronunciarse sobre la situación
en Venezuela y también eludía discutirla en la OEA, la cual consideraba el foro
que podía dar respaldo internacional a la #LaSalida -sobre todo cuando Panamá
pidió darle voz a María Corina Machado el pasado 21 de marzo. De allí, la frase
del Representante brasileño en la OEA, Breno de
Souza: “El objetivo de esta reunión no es transformarse en un circo para una
platea externa”.
No obstante, el 5 de marzo, a un año
de la muerte de Chávez, la Presidenta Rousseff prefirió no viajar a Caracas y enviar
en su lugar a su asesor Marco Aurelio García, con lo cual transmitía su preocupación
sobre la manera como se estaban encarando las protestas. De hecho, este
funcionario le entregó una carta al Presidente Maduro del Ex–Presidente Lula,
donde después de recordar a Chávez y saludar ampulosamente su legado, señaló
que “en este delicado momento” resulta “necesario un diálogo con todos los
demócratas”.
Esto último, obedeció al nuevo análisis que realizó el entorno de
la Presidenta Rousseff, donde empezó a subrayarse los tiempos difíciles que
atraviesa Maduro: no reúne el apoyo de los militares y tiene a Diosdado Cabello
como rival. No tiene carisma y sobrevive gracias al capital político heredado
de Chávez. Por tanto, y tomando en cuenta que la relación presidencial carece
de la empatía que existía en la era Lula-Chávez, debían descartarse las declaraciones
estridentes que serían contraproducentes y generarían presión adicional. En
lugar de ello, debían realizarse gestiones diplomáticas discretas, dejando
claro que no se tolerarán los excesos represivos y la necesidad de diálogo con
la oposición moderada.
En este contexto, la Presidenta Rousseff optó por convocar una Reunión
de Cancilleres de la UNASUR al margen de la investidura de la Presidenta
Bachelet en Santiago el pasado 12 de abril, y no dar así total respaldo al
Presidente Maduro con una cumbre presidencial; al tiempo que dialogó con el
Vicepresidente de EEUU, Joe Biden, para
expresarle su preocupación sobre la oposición radical venezolana, quien a su
vez le transmitió su petición de mayor firmeza con Caracas. Esto terminó
desembocando en la primera visita de la Comisión de Cancilleres de la UNASUR,
que tuvo algunos resultados prometedores.
Sin embargo, la nueva escalada represiva y la no designación del testigo
de buena fe, ha colocado en tela de juicio el compromiso del gobierno
venezolano para cumplir las recomendaciones de la UNASUR.
De hecho, el error político que ha
supuesto el desafuero sumario de María Corina Machado, hizo que el tema
Venezuela se haya deslizado de lleno a la campaña electoral brasileña –elemento
que agrega mayor presión a la Presidenta Rousseff. Por ello, el Senador Ricardo
Ferraço -Presidente de la Comisión de Política Exterior y aliado del candidato presidencial
opositor Aécio Neves-, invitó a María Corina Machado a una audiencia para
escuchar su postura el pasado 2 de abril e impulsó un acuerdo para enviar una
comisión parlamentaria plural a Venezuela. Como antecedente de esto, tenemos la
carta firmada por el Ex–Presidente Cardoso junto a otros ex–presidentes
latinoamericanos pidiendo diálogo en Venezuela y respeto a la Carta Democrática
Interamericana a principios de marzo; y las críticas plasmadas en medios
brasileños por el Ex-Canciller Lampreia y el Ex-Embajador Rubens Barbosa, quienes
han señalado como “vergonzosa” la “timidez” brasileña en el caso venezolano –que
dista mucho de su actuación en otras crisis como la de Bolivia en 2008 y
Paraguay en 2012- y una “mancha” a la credibilidad del país.
Brasil está llamado a jugar un rol
destacado en el proceso de transición abierto en Venezuela con la muerte de Chávez.
En este sentido, su ligero cambio de política desde el silencio solidario con
el Presidente Maduro hacia un apoyo cauto, ha sido un paso en la dirección
correcta, pero resulta aún insuficiente. Una potencia emergente debe ejercer
liderazgo con responsabilidad cuando surgen crisis en el vecindario. Esperemos
que Brasil, en el marco de la segunda visita de la Comisión de Cancilleres de
la UNASUR, empiece a mostrar ese liderazgo necesario.
@kenopina