miércoles, 9 de mayo de 2012

El espíritu de la Declaración Schuman y la integración latinoamericana

Prof. Angel Castillo Siri

Desde 1985 se conmemora oficialmente el 9 de mayo como el Día de Europa, para recordar la en ese día del año 1950, el Ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Robert Schuman, ofreció un discurso en donde proponía que Alemania y Francia estableciesen una organización abierta a otros países europeos para controlar el conjunto de la producción de carbón y de acero por medio de una Alta Autoridad común. La intención era controlar la producción de estos insumos esenciales para la fabricación de armamentos de modo que no se permitiese una carrera armamentista como las que degeneraron en las dos guerras mundiales del siglo XX, re direccionando dicha producción hacia el crecimiento económico sostenido y sentando las bases para una federación europea.
 
La Declaración Schuman permitió iniciar el largo proceso de construcción de la Unión Europea y concretar la visión de Aristide Briand, quien 20 años antes buscó establecer una unión federal europea como mejor garantía a la paz de la región. La intención era resolver el problema de seguridad de Francia a través de la cooperación económica con su industrializado vecino, el cual lo invadió dos veces en 50 años y propiciar también la cooperación política en el continente. En la era de Monnet y Schuman, con una Alemania dividida y la amenaza de una mayor expansión soviética, el proyecto empezó a concretarse en etapas sucesivas.
 
La crisis de deuda que vive actualmente gran parte de la Unión Europea es otro reto más en este largo proceso que no ha estado exento de fallas, cuestionamientos, incertidumbre e incluso retrocesos. Cuando el parlamento francés rechazó en 1954 la creación de la Comunidad Europea de Defensa afectó el alcance de la integración desde el inicio, y no fue hasta 1999 que la UE tuviese formalmente una política común en materia de seguridad y defensa hasta 1999; la aprobación del Tratado de Maastricht de 1992 fue rechazada por referendo en Dinamarca, y en Francia apenas fue aprobado en un referéndum similar, indicando que las poblaciones de los países europeos no apoyaban plenamente el proceso de integración hacia el Área Monetaria Europea; las crisis cambiarias de 1992 y 1993 forzaron a la ampliación temprana de la banda de flotación de las monedas europeas respecto a la unidad de cuenta europea (ECU) de 2,25% a 15%, generando dudas sobre la viabilidad del proyecto de moneda común planteado en Maastricht solo un año antes; y el rechazo de Francia y Holanda, vía referéndum, a la Constitución Europea en 2005, volvieron a demostrar que la visión de una Europa federada aún no cala en el ciudadano común y que sus preferencias agregadas apuntan más bien a sentimientos de identificación nacionales/locales.
 
La superación de estas dificultades nace de la comprensión, al menos desde la perspectiva de los líderes europeos, de que es esencial mantener y reforzar la cooperación en la Unión Europea. Es un lineamiento base de política exterior de cada país, conscientes de su interdependencia y de la necesidad de generar regímenes para interrelacionarse y que acepten cierto grado de supranacionalidad. Esto los lleva constantemente a negociar y buscar alternativas en el marco del mismo proyecto, el cual ha ampliado su número de miembros hasta llegar a los 27 países actuales.
 
Si observamos la integración latinoamericana, proceso paralelo al europeo, se adopta un enfoque diferente: la multiplicación de los acuerdos y la evasión de compromisos; la segregación y la falta de profundidad. En los últimos años hablar de integración en la región es hablar de UNASUR y CELAC, teniendo proyectos de largo plazo como ALADI, CAN y MERCOSUR. Mientras Grecia se divide entre permanecer o salir del euro luego de 2 años de recesión y la aplicación de duras medidas de austeridad, como se evidenció en las elecciones parlamentarias del pasado domingo, y Hollande, aunque revisionista del Pacto Fiscal, quiere mantener a Francia en el euro, Venezuela sale de la CAN por un tratado de libre comercio bilateral, cuya negociación aprobó mediante la aceptación de la Decisión 598 de 2004 y que no implica para el país compromisos como los estipulados en los criterios de convergencia de la Zona Euro, es decir, compromisos que establezcan metas para la política económica en general. Ningún acuerdo de integración latinoamericano ha llegado a ser tan ambicioso y a establecer reglas en tantos aspectos.
 
Si bien la realidad latinoamericana posee sus propias características y dinámicas que evidentemente requieren de un modelo de integración ajustado a sus circunstancias, esta inconsistencia recurrente permite prever que será más factible una estabilización de la crisis europea actual que el inicio con pie firme de un proyecto de integración sólido en la región.