Prof. Eloy Torres
No
es mi deseo personalizar la discusión sobre la política de nuestro país. Sin
embargo, no puedo eludir lo aprendido en el seno familiar, por cuanto uno
refleja en público lo que se aprende en
casa. Es posible que algunos lectores de estas líneas conozcan buena
parte de las cosas que en ellas aparecen; por lo que voy a generalizar, pero al
mismo tiempo, prolijo en las cosas que pienso exponer. Yo crecí en un hogar
comunista. Mi padre, fue un dirigente del Partido Comunista de Venezuela (PCV),
honesto y verdadero sindicalista, que no reposero, forjador de organizaciones
obreras, insurrecto, parlamentario, pero también, lo suficientemente
inteligente para comprender que lo que él había hecho en su vida de
revolucionario, conducía inevitablemente a un desastre, más allá de sus buenas
intenciones, forjadas todas, en la creencia de un posible Mundo justo,
respetuoso y elevadamente educado. Fundó el Movimiento al Socialismo (MAS),
junto con Pompeyo, Teodoro, Freddy, Germán, Caraquita Urbina y otros tantos, al
divorciarse del comunismo y de Stalin, como dice Teodoro Petkoff, justamente por
creer en la democracia y por la cual luchó hasta sus últimos días, pues murió y
se llevó esa creencia in pectore.
Para
un hombre, como mi Padre, que hizo de su vida una verdadera universidad, dicho
esto en términos de Máximo Gorki: fue un autodidacta. Apenas culminó el tercer
grado de instrucción primaria y abrazó la política con espíritu de superación.
Combatió la obscuridad de su tiempo con la filosofía galleguiana: superar la
barbarie y alcanzar la civilización. Ésta, emanaba de una educación fraguada en
la política, concretamente en el sindicalismo, instrumento fundamental de esta
época. Se aventuró y escribió 4 libros, centenares de artículos y dictó cátedra
de sindicalismo en múltiples cursos y conferencias a lo largo de su vida. Hay
todavía muchos testigos vivos que pueden confirmar que lo escrito, no es
mentira ni exageración filial.
Esto
viene a cuento, pues jamás fue obsceno, vulgar ni escatológico. Su autoridad
emanaba de su esfuerzo por superar sus dificultades existenciales con un
sentido, por demás, de creer en la necesidad de crecer intelectualmente. Eso
nos los inyectó en nuestra familia. Él -junto a mi Madre, a pesar de la enorme
multiplicidad de contratiempos: clandestinidades, prisiones, persecuciones,
limitaciones materiales- construyó un hogar decente; todos sus hijos graduaron
y son gente de bien, como quien dice y siempre vimos en él, una especie de un
profesor que busca que sus hijos hablaran correctamente, sin estridencias o
vulgaridades. El comunismo, en nuestra familia, se mostraba con un lenguaje
elevado y con libros para fortalecerlo. El poeta Goethe en uno de sus escritos
sentenciaba: “Al hombre, cuando lo acompaña una recia voluntad, moldea el Mundo
a su gusto”. Él, mi Padre, se formó a sí mismo y proyectó en su comportamiento
y en nosotros, sus hijos, esa idea goethiana.
La
experiencia nos indica que la política trae siempre sacrificios, momentos de
tensión, de enfrentamientos, donde incluso, gracias a ella, puedes perder hasta
la vida. Corría el año 62 y mi Padre, irresponsablemente, abrazó la
insurrección armada para derrocar a Don Rómulo Betancourt. El PCV o una parte
de ese partido habían comprado el ticket
de la violencia. La ceguera se apoderó de la inteligencia de estos líderes,
entre ellos, Eloy. Recuerdo un momento muy interesante. En enero de 1962; Cuba
fue excluida de la Organización de Estados Americanos (OEA). Eran los tiempos
de tensión por la Guerra Fría. El enfrentamiento con los EEUU estaba a flor de
piel. Los discursos del líder cubano, tabaco en mano, eran desde nuestra
entonces perspectiva, vigorosamente electrizantes. Fidel siempre fue un buen
orador. Éste, sin embargo, a pesar de ser excluido su país, por inscribirlo en
una realidad geopolíticamente extraña al Hemisferio: hay que decirlo, con razón
o sin ella, Fidel, jamás se comportó procazmente. Fue polémico, duro,
agudamente agresivo, empero en público, con sus enemigos, nunca se comportó con
vulgaridades. Luego, su Canciller, el Dr. Raúl Roa fue un magistral hombre
pleno de humor, sarcasmo y enamorado de su oficio.
El
caso es que en una ocasión de intensos debates en la OEA; mientras Raúl Roa defendía
con argumentosa su país; el representante norteamericano ante esa organización
regional, tras escuchar el discurso de Roa, se le acercó y, palabras más,
palabras menos, le dijo: “le felicito por su lenguaje, rico en anécdotas y
sobriamente denso en argumentos”. Era una verdadera diplomacia,
en la que no cabía la vulgaridad, grosería o actitudes destempladas por parte
de ese ilustrado hombre, con quien podías estar de acuerdo o no; lo
significativo es que su gobierno, a pesar de las grandes tensiones, en el seno
de la OEA fue defendido con argumentos y no con insultos.
El
siglo XXI tenemos un gobierno venezolano que se comporta cual malandro o guapo de
barrio. Me viene a la mente una cita del Dr. Hans Joaquín Leu, Profesor de
Política Internacional en los cursos de Postgrado en la UCV; él siempre
utilizaba la acepción conductista de Robert Merton, según la cual la política
exterior es la conducta de un Estado frente al mundo exterior. El actual
gobierno se comporta de una manera poco cónsona, no con los patrones
elementales de una conducta exterior normal, sino de una manera irreflexiva,
grosera y la cual, pasará mucho tiempo para que esos insultos e improperios sean
borrados de los anales de las relaciones internacionales. La vieja sabiduría
popular indica que nunca debes “tirar” la puerta tan duro, que luego no la
podrás abrir. Quedarás encerrado.
La
actitud del alto gobierno, sus desplantes ofensivos, su agresividad verbal,
repleta de vulgaridades hacia el Secretario General Luis Almagro, demuestra un cocktail, peligroso, por demás, de
ignorancia y audacia. Pretender copiar estilos de otros, caso concreto el de
Fidel Castro, cuando su país fue expulsado de la OEA confirma su absurda
audacia; luego ignoran que su actitud jamás, repito, mostró en público ese
lenguaje vulgar. Fidel, pienso yo, hombre formado por los jesuitas, fue esclavo
de esa educación. No hay que ser procaz para mostrar tus posturas. Estos
chavistas-maduristas no ponderan las cosas. Ellos, reeditan mal los ejemplos.
Fidel fue y es una tragedia, mas, repito siempre mostró educación. En tanto éstos,
son una farsa, al copiar muy mal las posturas del líder cubano. No les importa
el daño que le infringen a Venezuela con esas actitudes. Basta recordar una clásica
frase que retrata a estos personajes: Après
moi le deluge, atribuida reiteradamente a Luis XV, cuando, en realidad, fue
su cortesana favorita: Jeanne-Antoinette Poisson, conocida como Madame
Pompadour quien lo dijo. Ella, al consolarle, por sus derrotas militares lo
decía, traducido a los términos criollos: ¡No le pares, después de nosotros que
importa!
En tal
realidad nos encontramos. Para la Venezuela democrática que de nuevo asomó la
cabeza el 6 de diciembre de 2015, será muy difícil, que no imposible,
reconstruir una nueva política exterior. El recuerdo de estos 17 años cuya
sinfonía altisonante, procaz, grosera e irreverentemente torpe, que lejos de
alcanzar, con dinero petrolero, lo que la política debe hacer para alcanzar un
cierto respeto y liderazgo internacional, lo que ha hecho es mostrar lo
contrario: corrupción, limitaciones de ideas, proyectos y una permanente delusion, como dicen en inglés; es
decir, una falsa ilusión de creer en una “soberanía e independencia frente al
imperio”, para lo cual se ha obligado a todo el país a una “guerra económica”
que, desde su inicio, ha sido perdida, gracias a la corrupción edificada por
estos mariscales chavistas-maduristas de la muela, del verbo. Nuestra futura
conducta frente al Mundo exterior se deberá inscribir en la necesidad de
encontrar el punto central del realismo político, que no ideologizado, mucho
menos grosero o pendenciero.
No
podemos seguir incidiendo en una adumbra que busca esconder lo que queremos
realmente. Pero, para ello necesitamos de gente preparada, consustanciada con
las ideas de la negociación, conocedores de historia, derecho, idiomas, pero
fundamentalmente, el idioma de la buena educación y la prudencia. Ya basta de
tanto escándalo, gritos y groserías. Ello no es propio del gentilicio
venezolano, más bien es la expresión de este grupo de individuos quienes, en
mala hora, conducen al país al desastre. Pero, también hay que decirlo: en sus
filas, hay factores que están dando inicio a un proceso oposicionista al interior
del oficialismo.
Felizmente,
hemos comprendido que las cosas no se pueden presentar en blanco y negro. El
chavismo-madurismo revela fisuras. Los más radicales insisten y no son, para
nada, comedidos a la hora demostrar su falta de escrúpulos para robar o
confiscar al país y convertirlo en su hacienda particular. Otros, exudan que no
se puede ser indiferente ante tanta vulgaridad y ante tanto robo a la cosa
pública. Ya se perciben los malos y podridos frutos de esta revolución. Son lo
que Marx llamó: “la estufa de los nuevos tiempos”. Éstos, se edificarán con un
lenguaje elevando, tal como lo quiso Don Rómulo Gallegos, cuando literariamente
dibujó su positivismo civilizador, del cual mi Padre fue un seguidor y quien
siempre me machacaba: “la política es un acto pedagógico y no un torneo de
groserías”. Se trata del país y éste siempre estará aquí, los jerarcas chavistas-
maduristas no.