Prof.
Felippe Ramos (*)
La
campaña electoral y las elecciones del 2014 en Brasil han sido un huracán
político.
Cuando todos hablaban en el
fenómeno Marina Silva, que
sería capaz de ganar a la presidenta Dilma Rousseff en segunda ronda, los
resultados de la primera ronda del 05 de octubre mostraron a Dilma con 41,59%,
Aécio Neves con 33,55% y a Marina con solamente 21,32% de los votos válidos, lo
que ha llevado a una segunda ronda el 26 de octubre entre los dos primeros. Sin
embargo, el complejo escenario no es tan
novedoso como ha sido anunciado.
Desde la elección de Lula en 2002, ha sido
buscada una alternativa a la polarización entre el PT (partido de Lula y Dilma)
y el PSDB (partido del ex presidente Cardoso y del actual candidato Aécio
Neves). En las tres elecciones presidenciales
anteriores siempre hubo un tercer candidato que alcanzó un porcentaje
considerable de los votos presentándose como una tercera vía. En 2010, la misma Marina Silva,
entonces en el Partido Verde (PV), ya había logrado casi 20 millones de votos
quedándose también, como hoy, en tercer lugar. La
novedad, por lo tanto, no es ésa.
Otro punto importante, aunque tampoco
novedoso, es que el segundo lugar en verdad no lo obtuvo Aécio Neves, sino que
la suma de abstenciones (27,6
millones o 19% en un país en donde el voto es obligatório), votos blancos (4,4
millones) y votos nulos (6,7 millones), alcanzando 38,7 millones o 27% del total
de 142,8 millones de electores. Aécio obtuvo 33,5% de los votos válidos, pero
en términos absolutos eso significa 34,8 millones de votos. El
mismo escenario pasó en las elecciones de 2010 cuando el candidato opositor
José Serra (PSDB) tuvo menos votos que los votos inválidos y abstenciones.
De esta manera, no es solamente de los
electores de Marina que Dilma o Aécio pueden sacar más votos, sino también de
los electores que no han escogido un candidato hasta ahora. Al mismo tiempo, si
esa parte del electorado no ha votado por Dilma, tampoco ha identificado en los
candidatos opositores la alternativa de cambio que ellos buscan representar. Hay,
entonces, un problema de legitimidad de representación en Brasil y eso, que ya
venía ocurriendo desde las elecciones anteriores, quedó aún más claro a partir
de las protestas de junio de 2013.
Brasil tiene una tendencia de comportamiento
electoral al nivel presidencial que puede ser presentada así:
(a)
voto PT, los que defienden la continuidad de las políticas de ese partido;
(b)
voto anti-PT, más alineado con el opositor de derecha PSDB;
(c)
voto “nueva política”, los que siempre buscan una tercera vía, y
(d)
los ni-ni, los que no votan ni en uno, ni en otro y en general ni siquiera van
a votar en el día de las elecciones.
Sobre el primero campo, el voto PT, el
politólogo André Singer ya explicó muy bien que hubo un cambio en el
electorado: desde una minoría de clase media progresista para amplias capas de
la población más pobre, beneficiadas por los programas sociales, la
distribución del ingreso, la reducción de la desigualdad y el aumento real del
salario mínimo. La prueba es no solamente la división regional de votos (las
partes menos desarrolladas del país con mayoría de votos al PT y las partes más
ricas con mayoría opositora), sino también la "xenofobia" interna de
la clase media de las regiones ricas hacia los electores del PT en las regiones
más pobres. En las redes sociales se ha demostrado
extremo odio de clase en contra de los nordestinos, los habitantes del Noreste
brasileño, la región menos desarrollada del país.
Estos
son los dos electorados consolidados: uno que apoya el proyecto del PT
moderadamente liberal (en las costumbres), socialdemócrata (en la política)
y neodesarrollista (en la economía); el otro, el voto anti PT que en
general apoya el opositor PSDB que fue empujado de la socialdemocracia a la
derecha conservadora (en las costumbres), elitista (en la política) y
neoliberal (en la economía), debido a la ascensión del PT a la presidencia y su
cambio hacia la moderación en el ejercicio del gobierno en un contexto de
coalición amplia y dificultad de gobernabilidad. Por su parte, los votos
"nueva política" escogieron, como tendencia, a Marina Silva, en 2010
y 2014. Y aún hay más gente que las que componen estos tres electorados; más
allá de los votos válidos hay las personas realmente existentes. Es decir, hay
los 38,7 millones que no votaron por nadie. Entre ellos pueden ubicarse tanto
los resignados e indiferentes, como los defensores de una "nueva política"
que no se han identificado con el proyecto presentado por Marina.
Si la novedad no es la búsqueda de una
alternativa a los dos proyectos y electorados consolidados, lo que quizás sea
novedoso es la posible capacidad de determinación del resultado electoral,
debido a esa búsqueda de alternativa. Muy diferente de lo que plantearon los
manifestantes de junio, sin embargo,esa
posible alternativa al PT (hace doce años en el poder) sólo se ha consolidado
con el desplome de Marina y el regreso de un candidato clásico de la vieja
política, Aécio Neves, el playboy, como tildado por El País. Su candidatura es, en ese
sentido, una gran construcción discursiva hecha con apoyo de la gran prensa con
miras a movilizar el sentimiento por cambios que está difuso en la ciudadanía.
La candidatura Aécio se ha aprovechado de ese
síntoma de la ciudadanía brasileña porque las protestas fueron gigantescas,
pero difusas, sin programa o agenda, sin líderes u organizaciones fuertes. La
fuerza de ese experimento democrático callejero se ha transformado en amenaza a
la continuidad de un proyecto que, si bien lejos de lo que aspiran las masas,
es más cercano que el proyecto conservador maquillado de novedad. Junio
de 2013 fue, por lo tanto, el comienzo real de la carrera presidencial para
sacar el PT del poder a través de la movilización táctica (y
con técnicas de mercadeo) del sentimiento amplio y difuso en defensa de
cambios. Eso sólo
ha sido posible porque hay una brecha gigantesca entre el sistema de
representación y el sistema de legitimidad. Los movimientos y protestas difusos
generan el clima de cambio, pero no son capaces, por su falta de organización,
de generar consecuencias en el sistema político institucionalizado. En las elecciones ganan los profesionales y no los soñadores.
Como reacción a la calle, los más conservadores y profesionales se movilizan
más. El Congreso
nacional es el mejor ejemplo: la próxima legislatura tendrá diputados y
senadores aún más conservadores que los que todavía se quedan hasta fines del
año. Tras las protestas, la respuesta del sistema de representación ha sido
cerrarse aún más. El PT ha perdido diputados (de 88 a 70), el PSDB ha aumentado
(de 44 a 55); también crecieron los representantes
evangélicos, militares y defensores del agronegocio. Como dijo el periodista Germán
Aranda, “los brasileros protestaron como nunca y votaron como siempre”.
Asimismo,
al revés de los deseos de la calle, el regreso del PSDB a la gran escena
política luego del desplome de Marina es una señal de la consolidación del
bipartidismo de coalición en Brasil; es decir, un sistema político que presenta
28 partidos representados en el Congreso Nacional aunque solamente dos (PT y
PSDB) tengan la capacidad de hegemonía, comprendida como el impulso de dos
proyecto claros y en pugna que atraen los demás partidos para composiciones más
amplias. Si el PSDB ha intentado ganar a través de la propaganda (manipulación
del amplio deseo de cambio), el PT, además del mercadeo político (campaña del
miedo del pasado) ha comprendido parcialmente que su única salida es dialogar
con el nuevo espíritu difuso de la ciudadanía, aunque tenga dificultad por el
hecho de ser gobierno hace 12 años.
Ha buscado ser directo y específico al
electorado "nueva política" y ni-ni: defiende una constituyente exclusiva
para la reforma política y subraya que, mientras no se cambie el sistema de
representación, es importante tener como representante la opción existente que
más se acerca de los planteamientos de la calle y que está más abierta al
diálogo. La campaña del miedo tendrá que ser
equilibrada con el discurso de que el PT apoyará e impulsará también la
profundización de la democracia, en lo que pese el Congreso aún más
conservador. Más
que discurso, será necesario recordar que, cuando las protestas de junio
emergieron, mientras los gobiernos estadales más conservadores reprimían los
manifestantes, la presidenta Dilma reconoció la legitimidad de sus demandas e
invitó a sus representantes para dialogar y presentar su agenda en Brasilia.
A la ciudadanía descontenta y deseosa de
cambio habrá que recordarle que diversos países han pasado por situaciones de
gran movilización y protestas difusas para luego ver electos políticos aún más
conservadores (España, Grecia). El voto útil en la primera ronda migró de Marina
hacia Aécio. En la segunda ronda, Dilma debe buscar
que esos votos migren de Marina y de los ni-ni hacia el PT. Las agendas progresistas que el PT,
como partido del poder, no puede más implementar tendrán que venir de nuevas
movilizaciones y organizaciones. Para los que están más a la izquierda, sin
embargo, es mejor tener el PT en Brasília que el PSDB. Por ahora, sobre quién va a ganar las
elecciones, sólo puedo recordar, como lo hizo el senador Eduardo Suplicy (PT),
la canción de Bob Dylan: "the answer, my friend, is
blowing in the wind, the answer is blowing in the wind".
(*)
Director del Instituto SUREAR e Investigador de la Misión del IPEA en Venezuela
Publicado originalmente en América Economía