Prof. Luis Daniel Álvarez
Existen muchos casos en los
que los gobiernos no escatiman en usar cualquier recurso para ganar adhesiones.
Aunque suene macabro, algunos recurren a actos fúnebres con tal de dar una
demostración de dolor colectivo y evidenciar altos niveles de cohesión política.
En el fondo, las exequias
terminan convirtiéndose en una patética manifestación pública desde la que se
profieren ataques hacia los adversarios, se promueven revanchismos e incluso,
en muchos casos, se resalta la presencia de grupos paralelos al andamiaje legal
del Estado, que sin ningún pudor muestran sus armas mientras reiteran su
lealtad al Gobierno.
La información oficial es la
única que se transmite, en la medida en que crecen los rumores y no es
descabellado observar cómo algunos países y personalidades se inmiscuyen en
asuntos internos, fijando posición sobre la naturaleza del fallecido y en
muchos casos manifestando sus puntos de vista, los cuales muchas veces están
alterados por la distancia y el desconocimiento de lo ocurrido. El desfile que
acompañó al sepulcro a Francois Duvalier el 24 de abril de 1971 se convirtió en
un episodio más de culto a la personalidad. Todo giró alrededor del hombre que
durante catorce años y recurriendo a una tétrica mezcla de sangrienta represión
e invocaciones espiritistas, logró hacerse con la Presidencia vitalicia de su
país, entregando el gobierno a su hijo Jean Claude quien entonces tenía 19 años
y gobernaría hasta 1986.
El pasado sábado 4 de
octubre Jean Claude Duvalier murió en Haití, dejando como legado una estela de
sangre y corrupción. Inexplicablemente el Presidente Martelly decidió hacerle
funerales de Estado demostrando que aún hay muchos gobiernos que aprovechan los
funerales para hacer proselitismo.
Publicado originalmente en El Universal
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