Dr. Kenneth Ramírez
En 1952, Isaiah Berlin escribió en la revista
Foreign Affairs, un artículo
brillante “El Generalísimo Stalin y el arte de gobernar”. En este texto señala
que el principal problema práctico para quienes han logrado realizar una
revolución es evitar que sucumba en los extremismos del cansancio y oportunismo post-revolucionario
(Caribdis) o el fanatismo ideológico auto-destructivo (Escila).
Para evitar esos extremos ruinosos y conservar el poder, Stalin inventó –según
Berlin- la llamada “dialéctica artificial”, lo cual permitía explicar los cambios
bruscos en la línea oficial del Partido Comunista de la URSS –experiencia bien
conocida por los Castro. El gobierno revolucionario, en cuanto observa
indicios de anhelo fatídico de una vida tranquila, debe apretar las riendas,
intensificar la propaganda, exhortar e intimidar. Los que evadan las
responsabilidades, los amantes de la comodidad, los que dudan y los herejes se
eliminan. Esta es la “tesis”. El resto de la población, debidamente aleccionada
y dominada por el temor, se lanza a las labores requeridas y todo
avanza durante un tiempo. Pero los puristas revolucionarios van demasiado
lejos. Entonces llega el momento en que la población, demasiado atemorizada o hambrienta,
se torna apática; ha llegado la hora de la clemencia. Se acusa a los fanáticos
de oprimir al pueblo, se les castiga y purga. Se permite un pequeño aumento de la libertad. Esta
es la “antítesis”. El pueblo vuelve a respirar, hay optimismo, y sigue un período
relativamente más feliz. Esto conduce de nuevo a la indisciplina; y una
vez más a la necesaria vuelta del rigor ideológico.
“Se
trata de un instrumento mecánicamente poderoso y exhaustivo para la sumisión de
seres humanos, para quebrar sus voluntades al tiempo que éstos desarrollan sus
máximas habilidades para la producción material organizada, el sueño de los
explotadores capitalistas más despiadados y megalomaníacos. Pues emerge de una
represión aún mayor de la libertad y los ideales de la Humanidad de la que
Dostoyevski otorgó a su Gran Inquisidor”.
Este zigzag
dialéctico constante en la línea oficial del Partido Comunista, también ayuda a
dar sensación de debate interno y permite responder a las necesidades de
política exterior según los períodos históricos. “En situaciones
revolucionarias (picos), liquida a los aliados inservibles, avanza y lucha; en
situaciones no revolucionarias (valles), acumula fuerza mediante alianzas ad hoc, construye frentes populares,
adopta disfraces liberales y humanitarios, y cita textos antiguos que impliquen
la posibilidad, casi la conveniencia, de una coexistencia pacífica y tolerancia
mutua. Esto último tendrá la doble ventaja de
comprometer rivales potenciales, al tiempo que avergüenza a las oposiciones de
derecha porque van contra los mejores y más sinceros defensores de la libertad
y de la Humanidad”.
Tras la muerte de Chávez y la crisis
económica en Venezuela –su principal socio comercial e impulsor de la ALBA-,
los hermanos Castro detectaron que América Latina entraba en una fase de valle.
Además, ya estaban en cuenta de la apatía y malestar del pueblo cubano. Así,
con la ayuda del Papa Francisco y Canadá, Raúl Castró sostuvo por año y medio
conversaciones secretas para el deshielo con EEUU, que -no olvidemos- el
Presidente Obama ofreció desde la campaña de 2008. En diciembre de 2014, fue
anunciado públicamente la oscilación dialéctica que sorprendió a propios y
extraños, y descolocó a una Caracas desinformada.
Después de quince meses se han reabierto las
Embajadas, se ha flexibilizado el embargo, y se produjo la visita de Obama a
Cuba en marzo pasado –la primera de un Presidente de EEUU en 88 años. Esto
último marcó el cénit del restablecimiento de las relaciones, mientras Raúl
Castro reiteró que para normalizarlas debe finalizar el embargo –lo cual
compete al Congreso de EEUU. En todo caso, los hermanos Castro han obtenido
legitimidad y una victoria simbólica con la aceptación de Obama del fracaso de
la política de aislamiento de EEUU a la Revolución Cubana. Por otra parte, han
conseguido una alternativa al menguante financiamiento de Venezuela –se estima
que las remesas, viajes y comercio con EEUU pueden significar entre 5 y 7 mil
millones anuales-, y apoyo a las reformas económicas para alcanzar un
“socialismo próspero y sostenible”.
Naturalmente, el Presidente Obama ha pedido apertura
política y respeto a los derechos humanos, pero también ha subrayado que los
cambios dependerán del pueblo cubano, como lo manifestó en el Gran Teatro de La
Habana. Por su parte, los Castro han respondido con una vieja táctica de
negociación: el policía bueno (Raúl) y el policía malo (Fidel). El segundo
encargado de defender los principios socialistas y el anti-imperialismo como
supuesta crítica al acercamiento a Washington del primero. Esto explica la
visita del Presidente Maduro a La Habana a pocos días del arribo de Obama, y el
artículo “El hermano Obama” de Fidel en el Granma
respondiendo a sus “palabras almibaradas” a pocos días de su partida.
De esta forma, los Castro intentan manejar
las demandas de EEUU, minar las esperanzas de la disidencia y mitigar riesgos, mientras
replican el modelo chino en Cuba y hacen del Mariel un “Shanghái caribeño”:
apertura económica sin cambios políticos pero con relevo de liderazgo en 2018,
que permita insuflar optimismo al pueblo cubano y preservar el poder en manos del
Partido Comunista. Paralelamente, respaldan al Presidente Maduro frente a la
Orden Ejecutiva de Obama y le aconsejan un equívoco inmovilismo, para seguir
beneficiándose del crudo venezolano y utilizar su influencia en Caracas como
baza con Washington. A nivel regional, optan por el antifaz humanitario
albergando las negociaciones de paz de Colombia y colaborando en la lucha
contra pandemias –del ébola al zika-, para avergonzar a los críticos de la
política de compromiso de Obama hacia Cuba. Si algo cambia –verbigracia, un
triunfo republicano en las elecciones de EEUU que trabe el proceso o un rebote
del petróleo que fortalezca a Venezuela-, pueden hacer que la tesis fidelista
pase a ser otra vez la línea oficial del Partido –nuevo zigzag-, y defenestrar a los exaltados con la antítesis raulista. He
aquí la estrategia de “dialéctica artificial” y la táctica teatral de los
Castro, que ha confundido a no pocos colegas que creen observar una incipiente lucha
por el poder en La Habana, incluso con toques de comedia clásica. El Presidente
Maduro debe entender el juego cubano y dar su propio golpe de timón. ¿Y usted
qué opina?
@kenopina