lunes, 20 de abril de 2015

Con el Esequibo como con las Malvinas


Embajador (r) Julio César Pineda

El histórico diferendo de Venezuela con el Reino Unido (posteriormente con Guyana por el Esequibo) y el caso de las Malvinas, tienen en común el reclamo histórico frente al imperialismo británico y sus injerencias en América Latina. En ambos casos, tanto por Argentina como por Venezuela, se invoca el principio del Uti Possidetis Juris, y el despojo territorial por una potencia extranjera. Reclamos que nuestros países nunca han dejado de presentar, tanto a nivel bilateral como multilateral, aunque últimamente la diplomacia argentina ha sido muy activa frente a las Malvinas, mientras que Venezuela ha dejado de lado el caso del Esequibo por otros intereses estratégicos.

La Constitución argentina es clara cuando establece "las islas Malvinas, y los espacios marítimos e insulares correspondientes, son parte integrante del territorio nacional". Y en su legislación interna sobre la nacionalidad afirma que: son argentinos todos los que nazcan en el territorio de la República, sea cual fuera la nacionalidad de sus padres, y declara inválida y sin ningún efecto jurídico las pérdidas o cancelaciones de la nacionalidad argentina. Por lo tanto, todos los nacidos en las islas Malvinas son argentinos, porque estos territorios son ocupaciones ilegales e ilegitimas del Reino Unido; esto para evitar el principio de autodeterminación que la corona inglesa siempre ha aludido, y fortalecer el principio de integridad territorial del Estado.

Como Argentina, la Constitución venezolana establece que "el territorio y demás espacios geográficos de la República son los que correspondían a la Capitanía General de Venezuela antes de la transformación política iniciada el 19 de abril de 1810, con las modificaciones resultantes de los tratados y laudos arbitrales no viciados de nulidad".

El laudo arbitral del 3 de octubre de 1899, donde se le quitó a Venezuela la territorialidad de 159.500 km2 es írrito y carente de toda validez, por eso el Acuerdo de Ginebra de 1966, donde se abre la discusión y la negociación sobre el Esequibo. La Capitanía General de Venezuela desde 1777 tuvo como límite este al río Esequibo.

Los británicos siempre aspiraban estas posesiones por sus recursos naturales. En 1822 el propio Bolívar exigía a Don Pedro Gual comunicarse con el enviado plenipotenciario en Inglaterra José Rafael Revenga sobre esas pretensiones coloniales. La debilidad de Venezuela no solamente fue jurídica, sino política, por la inestabilidad de esa etapa histórica, de golpes y caudillos, más preocupados por el poder interno que por el destino de nuestras fronteras.

Las Malvinas

En el caso de las Malvinas el archipiélago tiene una extensión cercana a los 12.000 km2. En 1833 el imperio británico invadió las Malvinas en un acto ilegal e ilegitimo, con una política expulsión y sustitución de la población original. El gobierno argentino el 17 de junio de 1833 formalmente reclamó la soberanía territorial del archipiélago con nota diplomática, alegando sus derechos territoriales. Reclamo que Argentina nunca ha dejado de presentar frente al Reino Unido.

El gobierno argentino, desde 1945 ha sido muy activo en los foros internacionales y lo presenta como una permanente política de Estado. Ha logrado incluir el tema en el Comité de Descolonización de la ONU. En el MERCOSUR, cuenta con total apoyo, incluyendo el respaldo permanente de Venezuela. Igualmente en la ALADI. Y con los Jefes de Estado y de Gobierno del Grupo de Rio. En UNASUR desde 2010, siempre está presente el reclamo argentino, con decisiones como impedir el ingreso en sus puertos de los buques que enarbolen la bandera de las Malvinas y el control del comercio incluyendo la explotación de hidrocarburos y minas en esa región. El 5 de febrero de 2012, el ALBA, donde Venezuela ejerce un papel fundamental, también se solidarizó no solamente con el planteamiento diplomático sino con acciones concretas, frente a los barcos con banderas de las Malvinas.

¿Contundencia?

La diplomacia venezolana no ha tenido tal contundencia en el reclamo internacional por el territorio del Esequibo. Es tiempo para nuevos pronunciamientos y acciones, especialmente cuando Guyana actúa en forma provocativa con autorizaciones y concesiones a compañías extranjeras en el Esequibo. El último acto hostil ha sido el del barco de la Exxon Mobil, compañía que pretende realizar actividades de exploración petrolera en la zona en reclamación, sin contar con la previa notificación a Venezuela contemplada en el Acuerdo de Ginebra, además en momentos de una difícil situación entre Caracas y Washington, y contando con el pleno respaldo de los países del CARICOM, muchos de los cuales se han beneficiado de los programas de PETROCARIBE. 

Publicado originalmente en El Universal

El fracaso panameño


Dr. Luis Daniel Álvarez V.

Es complicado tratar de buscar resultados favorables de algún hecho cuando las expectativas que se habían tejido ante la actividad eran bastante pobres y limitadas. Lo que se había previsto para la Cumbre de las Américas en Panamá no distó mucho de lo que se vislumbraba, un escenario en el que Cuba y EEUU coparan la escena y donde los demás mandatarios trataran de potenciar sus temas y puntos de vista.

Lamentablemente, la Cumbre tendió hacia el fracaso desde sus inicios cuando la sociedad civil quedó maniatada a unos foros con muy poca publicidad y relevancia. A esto debe sumarse la denuncia formulada por disidentes del gobierno de Cuba, como Rosa María Payá, que alegaron haber sido retenidos e interrogados a su llegada a Panamá, recibiendo luego una escueta disculpa por parte del gobierno local.

El Presidente Juan Carlos Varela expresó en diversas ocasiones una visión muy limitada de la democracia, pues a su juicio, el hecho de que existan comicios es una garantía de que el sistema marcha correctamente. Nada dice el Jefe de Estado panameño sobre los distintos casos en los que se desconoce diariamente la Constitución y se burla la voluntad electoral expresada en las urnas. Todo ello lleva a rememorar los aciagos días de 1989, en cuanto a la condena del gobierno del Presidente Carlos Andrés Pérez al desconocimiento del triunfo de Guillermo Endara y luego a la invasión estadounidense. Lejos de quedarse con un comentario genérico, como el formulado por Varela, Pérez manifestó exigencias concretas para que se respetara la constitucionalidad en Panamá. Como él, algunos otros Presidentes condenaron las maniobras continuistas de Manuel Antonio Noriega.

Otro Presidente que salió con exceso de titulares en las primeras planas de la prensa fue Raúl Castro, quien ejercía para muchos una suerte de magnetismo hacia los demás Jefes de Estado que se apresuraban a saludarlo y fotografiarse con él. Si bien el reingreso de la isla a la institucionalidad latinoamericana puede ser el comienzo de la anhelada democratización, se observa con preocupación que los densos nubarrones de represión, censura y carestía que han caracterizado a Cuba desde la llegada de los Castro al poder quedan de lado, como si nada hubiese pasado y sin que existan elementos que permitan asegurar que las cosas están cambiando para mejor.

Logró Panamá ser noticia por algunos días. El encuentro, como ha sido costumbre en las últimas reuniones de este tipo, no alcanza el consenso necesario para declaraciones finales y termina siendo una palestra para que todos los asistentes hablen de lo que mejor les parezca. El anhelo es que dentro de tres años logre la Cumbre en Perú mayores resultados. Sería importante que a diferencia de lo ocurrido en Panamá, el próximo encuentro sea un paso al desarrollo y a la democracia y no el escenario para egos, revanchismos y discursos de muy pobre nivel.

@luisdalvarezva

Cien años de una guerra


Prof. Eloy Torres

Hace cien años, la guerra hacía estragos. Toda una danza macabra y bélica sobre miles de cadáveres. Era la I Guerra Mundial. La de las Naciones como la llamaron. Una mortandad absurda. 4 años de pólvora, bengala, cañones, trincheras, bayonetas, sangre y formol; eso lo  experimentó el Mundo, fundamentalmente Europa que abrazó el siglo XX con la desesperanza y violencia en el alma. El motivo aparente: unas balas disparadas por un terrorista serbio aferrado a la idea de la independencia de su pueblo del multinacional Imperio Austro-Húngaro, asesinaron a Francisco Fernando, el Archiduque heredero de esa realidad. Ocurrió en Sarajevo, el 28 de junio de 1914. Fue  excusa para una guerra, que duró 4 años luego de derramarse sangre de millones de seres humanos.

Su final generó una borrachera de libertades circunstanciales. Se pretendió exorcizar al continente europeo de la violencia. El resultado fue lo contario, pues almacenó resentimientos vestidos con camisas ideológicas, cocidas con tres telas distintas, pero con los mismos hilos: sangre, exclusión, marginación y violencia. A saber: el fascismo, nazismo y comunismo. Las consecuencias las conoció el Mundo 20 años después con la II Guerra Mundial.

La triunfante Europa no quería más guerra. Francia exudaba un rechazo hacia ella desde su fin en 1918. Fue pacifista. Tuvo más de 1 millón y medio de víctimas. Alemania un poco más de 2 millones. Los sufrimientos también afectaron a Rusia. Ella engendró un particular monstruo: el comunismo. Europa devastada, llegó a convivir con sus traumatismos y víctimas y extrañaba la “Belle Époque”, de antes de la guerra. Durante los “años locos”, idealizado por Scott Fitzgerald, los europeos bailaban al compás de una desesperación que presagiaba  conflictividad. Apareció la frivolidad como acto antropológico irracional. Se intuía lo peor. Lo confirma la prisa por disfrutar de la vida, pues sabían que bailaban sobre ríos de sangre y eso no es agradable.

El fin de la guerra estimuló a toda una pléyade de pensadores, escritores, poetas, pintores, músicos que rechazaron los valores estéticos, políticos y morales que dieron pie a ese absurdo. Con gran razón rechazaban, bajo cualquier forma, el elogio a la violencia. Conmemorarla era peor. La primera guerra fue eso: un horror.

Los años 1914–1918 representan un emblemático acontecimiento histórico que hizo de esa historia, la historia de todas las naciones. No es casual que esa conflagración fuese bautizada como la “Gran Guerra”. Todavía se escribe sobre ella y es objeto de análisis de militares, políticos y diplomáticos quienes han marcado su impronta en documentos y memorias personales. Han construido una red explicativa de las causas y una producción historiográfica interesantísima.

De la mano del Embajador y Profesor Demetrio Boersner, hemos aprendido a ponderar, entre otros, al mutilado de guerra Pierre Renouvin, quien dirigió la colección “Documents diplomatiques francaises”. Interesante que la gran mayoría de sus escritos abordan el tema desde la perspectiva de los grandes hombres: políticos, diplomáticos y militares y dejan, a un lado, al hombre simple. La población civil, la más afectada es abandonada por esa lente historiográfica. La guerra es observada desde arriba. Quien experimentó el horror de esas masacres en las trincheras, no ha sido sujeto de la Historia. Hay que decirlo, incluso el mismo Renouvin quien, perdiese un brazo durante los combates. La opinión de los combatientes debería ofrecer, según entendemos, una mayor información sobre la manera de cómo se condujeron las operaciones, pero su horizonte fue muy limitado. Los ingleses y alemanes de ese periodo se han comportado, con el mismo criterio, de ver la guerra a gran escala y, repetimos, desde arriba.

El elemento de las mentalidades colectivas, hizo aparición en ese conflicto y, creemos, mantiene aún su vigencia. Ésta, a pesar de los cambios, incluso tecnológicos, pervive. La Primera Guerra Mundial estalló en el momento en que la industria experimentaba una expansión económica. Sin embargo, todos los descubrimientos científicos y tecnológicos no pudieron calmar las tensiones políticas internacionales. Por el contrario, fueron usados como instrumentos bélicos. Otro elemento a tomar en cuenta para explicar esa guerra fue el deseo colectivo de que ella ocurriera. Las ideas nacionalistas y democráticas tomaron mucho terreno, particularmente en el multinacional Imperio Austro-Húngaro, donde las minorías apuntaban su mirada hacia sus países troncos que exudaban libertad e independencia. Frente a ese entusiasmo, la muerte mostraba sus fauces.

Las estructuras culturales eran similares. Muchos elementos hicieron su aparición: el automóvil, el avión, el tanque de guerra. La industria se desarrollaba rápidamente. Mientras esto ocurría, todavía se usaba la carreta en los caminos europeos. La guerra transformó esa mentalidad, pero mantuvo su impulso inicial: el nacionalismo. La industria, se transformó en la gran fuerza motora de Alemania, Francia, Italia, Inglaterra e incluso Rusia. Ésta, en menor medida,  parafraseando a Paul Kennedy, por su extensión territorial y grandes recursos, ostentaba  la membrecía de ese club de “las potencias mundiales”. Era el momento de la expansión de los poderes industriales.

Inglaterra y Alemania se disputaban el control marítimo. Rusia y el Imperio Austro-Húngaro intensifican el conflicto por el control de los Balcanes. Los esfuerzos diplomáticos fueron insuficientes para atenuar las tensiones. Alemania y Rusia las empujaban. Los medios de comunicación eran muy débiles y ello contribuyó al aumento de la conflictividad. Se usaba el telégrafo y estos informaban de la urgencia, muy tarde; luego de producirse los acontecimientos. La guerra era inminente.  Nadie ponderaba las consecuencias. Había en el ambiente la creencia de que el fin del siglo XIX abría la centuria de las nacionalidades que ganaban terreno junto a las ideas democráticas. Los Estados podían y debían ser organizados bajo la forma de regímenes representativos y parlamentarios.

Historiadores consideran que la causa de la Primera Guerra Mundial se resume al enfrentamiento de los pueblos bajo la égida de los imperios y los intentos desesperados de éstos por su autodeterminación. La contradicción entre el Imperio y la negativa de otorgarla. Cierto, había inconformidad con el régimen fronterizo imperial impuesto, como de sus abusos. La alianzas en 1914, todas hostiles entre sí, enmarcadas en una rivalidad, abrazaron al viejo continente y se extendieron a otros meridianos. Los combates fueron sangrientos. El mar, tierra y aire, sus escenarios para el despliegue de los adelantos tecnológicos. El resultado: 4 imperios desaparecieron; surgimiento de 3 ideologías que aún mantienen cierto vigor y murieron casi 10 millones de seres humanos.

El final de la I Guerra Mundial permitió el avance de dictaduras, más fuertes que el sentimiento democrático. La banalización de la violencia, sin precedentes en esa Europa, lo permitió, pues, nadie quiso escuchar las voces que clamaban por evitar el resurgir de los tambores de la guerra. Versalles había humillado a Alemania. Ella se rearmó gracias al apoyo que Stalin, en secreto, le acordase. Un desastre, una tragedia que atropelló a buena parte de la Humanidad y marcó la pauta para que ella renaciera 21 años después. 

@eloicito