Dr.
Kenneth Ramírez
En febrero de 2012, Yemen era citado con
optimismo como un capítulo de la “Primavera Árabe”, ya que las protestas populares
debilitaron a Alí Abdullah Saleh, quien había gobernado con puño de hierro como
Presidente de la República Árabe de Yemen (Yemen del Norte) desde 1978, y como Presidente
de la República de Yemen después de la unificación –el país estuvo dividido
entre 1918 y 1990. La renuncia de Saleh terminó concretándose tras una intensa
mediación del Consejo de Cooperación del Golfo –por sus siglas en inglés, GCC- liderado
por Arabia Saudita, país vecino que tiene una gama de intereses en Yemen. En
primer lugar, Riad ha maniobrado para mantener la “Primavera Árabe” fuera de la
Península Arábiga, ya que amenaza su propia estabilidad política; y de hecho, mil
soldados sauditas fueron enviados a sofocar el levantamiento de la mayoría
shiíta contra la monarquía sunita de Bahréin en 2011. Además, tanto en Bahréin
como en Yemen, Arabia Saudita –como líder de los musulmanes sunitas- busca evitar
que los levantamientos de la población shiíta sean aprovechados por su rival
geopolítico Irán –como líder de los musulmanes shiítas. En tercer lugar, Riad
necesita combatir de grupos terroristas desde Al-Qaeda en la Península Arábiga
–que se declaró responsable del atentado contra Charlie Hebdo- hasta grupos que le han jurado fidelidad al
ISIS, los cuales operan en el Sur de Yemen y amenazan la legitimidad religiosa
del Rey de Arabia Saudita como “Guardián de las Dos Sagradas Mezquitas”.
Finalmente, Riad necesita asegurar el Estrecho de Bab el-Mandeb que conecta el
Mar Rojo con el Golfo de Adén -el cual es flanqueado por Yemen-, y por donde
pasan 3,8 millones de barriles diarios de petróleo.
Con la salida de Saleh, su Vicepresidente
Mansour Hadi, formó un gobierno de unidad e instaló entre marzo de 2013 y enero
de 2014, la Conferencia para el Diálogo Nacional de Yemen. No obstante, no pudo
resolver la crucial definición de una estructura del Estado. Mientras que los secesionistas del Sur
quieren dividir Yemen en dos regiones bajo la hegemonía sureña, los grupos del
Norte se posicionan a favor de una federación de seis regiones y un equilibrio
de poder. No es coincidencia que en el Sur se encuentre la mayor parte de sus 3
millardos de barriles de reservas de petróleo y sus 17 billones de pies cúbicos
de gas natural, que aunque son insignificantes si se compara con las que poseen
sus vecinos del Golfo, son claves para el segundo país más pobre del Mundo árabe.
Los Houthis, marginados por ser acusados como
agentes de Irán, han luchado para obtener más poder para los zaydíes –secta shiíta
que se concentra en el Norte de Yemen y que representa 45% de la población. Se
alzaron en armas en 2004, en un conflicto que se extendió hasta 2009, cuando se produjo una
intervención puntual saudita. En agosto de 2014, consiguieron capitalizar la
indignación por los recortes en los subsidios a los combustibles, y
emprendieron una ola de protestas –con la ayuda de su otrora enemigo Saleh que
busca regresar al poder y facilitó la movilización de parte de la mayoría
sunita. El 21 de septiembre de 2014,
se firmó el Acuerdo Nacional para
la Paz y el Reparto del Poder, bajo el auspicio de la ONU. El Presidente Mansour
Hadi permanecería en el cargo hasta que la nueva Constitución federal fuera
aprobada, se restablecería los subsidios y se celebrarían elecciones. Empero,
los Houthis reanudaron las protestas y tomaron la capital Saná, el 19 de enero de 2015. Mansour Hadi se declaró
víctima de un golpe de Estado y pidió la intervención de la ONU y el GCC.
Ante todo esto, Arabia Saudita decidió la
semana pasada emprender la “Operación Tormenta Decisiva”, que implica un
bombardeo a gran escala, seguido de una invasión terrestre –que aún no se ha
producido-, para debilitar a los Houthis y reinstalar a Mansour Hadi en Saná.
Para ello, Riad ha dispuesto 150 mil soldados y 100 cazabombarderos, y cuenta
con el apoyo de una amplia coalición que agrupa al GCC –excluyendo Omán-,
Jordania, Marruecos, Pakistán, Egipto y Sudán, además del respaldo diplomático
de EEUU y Turquía que culpó directamente a Irán de esta nueva crisis. Aunque era
de esperar una respuesta saudita, sobre todo porque la toma del poder de los
Houthis podría darle a Irán presencia en las dos riberas del Estrecho Bab el-Mandeb
–Teherán ha venido fortaleciendo vínculos con Djibouti y Eritrea-, así como una
cabecera de playa en la Península Arábiga; lo que resulta muy llamativo es el
creciente militarismo de las petro-monarquías del GCC, que siempre habían
optado por utilizar aliados o la diplomacia financiera masiva en estos
conflictos. Detrás de este nuevo enfoque, se encuentra el nuevo
Rey Salman, quien impulsa la constitución de un bloque sunita conservador
y militante para llenar el vacío que está dejando la menor disposición de EEUU
a intervenir en la región, frenar la proyección geopolítica de Irán, sofocar
impulsos revolucionarios árabes y combatir grupos terroristas: El “Invierno
Sunita” como punto final de la “Primavera Árabe” y el ascenso de Irán.
Aunque los bombardeos han generado un repunte
leve –en torno a 5%- de los precios del petróleo, debido a la preocupación por Bab
el-Mandeb, lo cierto es que los rebeldes yemenitas no tienen capacidad para afectarlo;
y ya buques sauditas, egipcios y estadounidenses lo resguardan. Empero, todo
esto no deja de ser muy peligroso, ya que más allá de la soterrada lucha
Riad-Teherán en todo el arco shiíta, la presencia saudita en Yemen podría desembocar
en una amenaza mucho más tangible para el principal productor petrolero de la
OPEP: Miles de yihadistas alimentando a Al-Qaeda y al ISIS en su frontera Sur, dado que el premio ahora sería la lucha directa contra lo que
tipifican como el “régimen apóstata” de Riad.
Publicado originalmente en El Mundo Economía
y Negocios
@kenopina