Dr. Kenneth Ramírez
Hemos arribado al 10º Aniversario de
la polémica invasión a Irak. Por ello, merece la pena preguntarnos: ¿Cuáles han
sido las consecuencias de esta decisión en la última década? Y más importante
aún, ¿la decisión de llevar los marines
a Bagdad fue la correcta?
Los optimistas –en su mayor parte neoconservadores-, señalan el derrocamiento de Saddam Hussein, la creación de un gobierno electo y una economía que crece en casi 9% anual. Además, subrayan que la producción petrolera ascendió a 3 MMBD en 2012 según la OPEP, y las exportaciones a 2,4 MMBD, lo cual supera sus niveles anteriores a la guerra. En esta línea, la Agencia Internacional de Energía pronostica que Irak aumentará su producción petrolera a 4,2 en 2015 y 6,1 MMBD en 2020, convirtiéndose en un transformador (game changer) del mercado petrolero en la presente década, si no empeoran sus precarias condiciones de seguridad y estabilidad política.
Recientemente, los neoconservadores han agregado que los cambios de Irak abrieron la puerta a las grandes transformaciones que se han dado recientemente en la región, dejando por fin atrás los vetustos anclajes geopolíticos de la Guerra Fría.
Los escépticos –en su mayor parte realistas y liberales pragmáticos- responden que sería un error vincular la Guerra de Irak a la “Primavera Árabe” porque los acontecimientos en Túnez y Egipto en 2011 tienen sus propios orígenes internos, además de tener conexión con el impacto de la crisis económica mundial en esos países; mientras que las acciones del Presidente George W. Bush y su retórica, desacreditaron -en lugar de apuntalar- la causa de la democracia en el región.
Los optimistas –en su mayor parte neoconservadores-, señalan el derrocamiento de Saddam Hussein, la creación de un gobierno electo y una economía que crece en casi 9% anual. Además, subrayan que la producción petrolera ascendió a 3 MMBD en 2012 según la OPEP, y las exportaciones a 2,4 MMBD, lo cual supera sus niveles anteriores a la guerra. En esta línea, la Agencia Internacional de Energía pronostica que Irak aumentará su producción petrolera a 4,2 en 2015 y 6,1 MMBD en 2020, convirtiéndose en un transformador (game changer) del mercado petrolero en la presente década, si no empeoran sus precarias condiciones de seguridad y estabilidad política.
Recientemente, los neoconservadores han agregado que los cambios de Irak abrieron la puerta a las grandes transformaciones que se han dado recientemente en la región, dejando por fin atrás los vetustos anclajes geopolíticos de la Guerra Fría.
Los escépticos –en su mayor parte realistas y liberales pragmáticos- responden que sería un error vincular la Guerra de Irak a la “Primavera Árabe” porque los acontecimientos en Túnez y Egipto en 2011 tienen sus propios orígenes internos, además de tener conexión con el impacto de la crisis económica mundial en esos países; mientras que las acciones del Presidente George W. Bush y su retórica, desacreditaron -en lugar de apuntalar- la causa de la democracia en el región.
Aunque la salida de un dictador como
Hussein fue importante, Irak es ahora un lugar violento, con fuertes luchas sectarias
entre sunitas y shiítas y ataques terroristas frecuentes. De hecho, una serie
de atentados terroristas cobraron la vida de sesenta personas en este 10°
Aniversario de la invasión, los cuales han sido reivindicados por Al-Qaeda. A
este panorama de por sí difícil, hay que agregar, la autonomía kurda que raya casi
en la independencia y el autoritarismo del Primer Ministro Nouri al-Maliki.
Cualesquiera que sean los beneficios
de la guerra, los escépticos argumentan, son demasiado escasos para justificar
los costos inaceptables: más de 150.000 iraquíes y unos 4.500 soldados
estadounidenses muertos, y un costo estimado de cerca de 1 billón de dólares
–20 veces lo estimado por la Administración Bush-, lo que ni siquiera incluye a
largo plazo los costos de salud y discapacidad para unos 32.000 soldados
estadounidenses que resultaron heridos.
Tal vez las cosas puedan cambiar dentro de una década, pero en este momento, la mayoría de los estadounidenses consideran que los escépticos tienen razón; y en consecuencia, la Guerra de Irak seguirá influyendo en la política exterior de EEUU en los próximos años. La Administración Obama no sólo retiró las tropas de EEUU de Irak y se encuentra haciéndolo de Afganistán –en un cronograma que se extiendo hasta 2014-, sino que ha sido muy reticente a involucrarse en nuevas campañas exteriores, ya sea en Irán, Siria o Malí. El apoyo del Presidente Obama a la “Operación Protector Unificado” en Libia en 2011, no fue más allá de brindar apoyo aéreo cercano a los entonces rebeldes libios que deseaban derrocar a Muammar Gaddafi; dejando claro a sus aliados y al Consejo Nacional de Transición libio, que no pondría tropas sobre el terreno. Incluso dejó que Reino Unido y Francia llevaran buena parte del esfuerzo militar y diplomático.
En la próxima década, es muy poco probable que EEUU intente otra prolongada ocupación y transformación de un país (national building). Recordemos que el Ex -Secretario de Defensa, Robert Gates, poco antes de dejar el cargo, declaró que cualquier asesor que recomiende tal curso de acción “debería hacerse examinar la cabeza”. Algunos le llaman a esto neo-aislacionismo, pero quizás es mejor llamarlo prudencia y pragmatismo.
Aunque una década puede ser demasiado pronto para dar un veredicto definitivo sobre las consecuencias a largo plazo de la Guerra de Irak, no es demasiado pronto para evaluar el proceso por el cual la Administración Bush tomó sus decisiones.
La Administración Bush utilizó tres argumentos principales para justificar la invasión de Irak. La primera, los vínculos de Saddam Hussein con Al-Qaeda. Las encuestas de opinión pública muestran que muchos estadounidenses aceptaron esta conexión, pero la evidencia no lo sostiene. De hecho, se mostró a posteriori que esos supuestos vínculos eran prácticamente inexistentes, y que fue la caída de Saddam Hussein lo que llevó a la creación de Al-Qaeda de Mesopotamia como afiliado del grupo de Bin Laden.
El segundo argumento fue que la sustitución de Hussein con un régimen democrático era una manera de transformar políticamente el Medio Oriente. Varios miembros neoconservadores de la Administración Bush había instado a una política de “cambio de régimen” en Irak mucho antes de asumir el cargo, pero no fueron capaces de implementarla durante sus primeros ocho meses en la Casa Blanca. Después del 11-S, se movieron rápidamente para impulsar esta política, aprovechando la ventana de oportunidad que le brindaron los ataques terroristas.
Bush habló con frecuencia de “cambio de régimen”, de una "agenda de la libertad" y de un “Nuevo Medio Oriente” con sus partidarios, citando el papel de EEUU en la democratización de Alemania y Japón, tras la ocupación militar que siguió a la derrota de las Potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial. Pero la Administración Bush no tuvo cuidado en el uso de las analogías históricas e imprudentemente no se preparó para una ocupación efectiva en un país musulmán.
El tercer argumento se centró en prevenir que Saddam Hussein desarrollara armas de destrucción masiva. La mayoría de los países convinieron en que Saddam Hussein había desafiado las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU por años. Por otra parte, la Resolución 1441, aprobada por unanimidad, colocó la carga de la prueba a Hussein.
Mientras la Administración Bush fue criticada más tarde cuando los inspectores no encontraron rastros de un programa iraquí de armas de destrucción masiva; la opinión de que Saddam Hussein habría estado desarrollándolas, fue ampliamente compartida por muchos países, y entre ellos, Reino Unido, España, Italia, Portugal, Polonia, Japón y Australia. La prudencia podría haber comprado más tiempo a los inspectores dirigidos por Hans Blix, pero EEUU ya tenía un pensamiento comprometido al respecto y no estaba solo en este error.
George W. Bush ha dicho que la historia lo rescatará y se compara a sí mismo con el Presidente Harry Truman, quien dejó el cargo con una baja popularidad debido a la Guerra de Corea, y está bien ponderado en la actualidad. ¿Será realmente el juicio de la historia tan benigno con Bush?
Los historiadores e internacionalistas estadounidenses señalan que se requieren cerca de 50 años antes de que se pueda apreciar realmente el legado exterior de un Presidente. Pero una década después de que dejó el cargo el Presidente Truman, el Plan Marshall y la OTAN fueron vistos ya como logros sólidos. Bush carece de éxitos comparables para compensar su mala gestión de Irak, por no hablar de Afganistán.
Incluso si los acontecimientos fortuitos conducen a un Medio Oriente mejor en otros 10 años, los futuros historiadores e internacionalistas probablemente criticarán la forma en que George W. Bush hizo sus decisiones y sopesó los costos y riesgos de sus acciones. Una cosa es tratar de reforzar la hegemonía de una potencia; y otra cosa muy diferente, es colocarla al borde del precipicio.
Tal vez las cosas puedan cambiar dentro de una década, pero en este momento, la mayoría de los estadounidenses consideran que los escépticos tienen razón; y en consecuencia, la Guerra de Irak seguirá influyendo en la política exterior de EEUU en los próximos años. La Administración Obama no sólo retiró las tropas de EEUU de Irak y se encuentra haciéndolo de Afganistán –en un cronograma que se extiendo hasta 2014-, sino que ha sido muy reticente a involucrarse en nuevas campañas exteriores, ya sea en Irán, Siria o Malí. El apoyo del Presidente Obama a la “Operación Protector Unificado” en Libia en 2011, no fue más allá de brindar apoyo aéreo cercano a los entonces rebeldes libios que deseaban derrocar a Muammar Gaddafi; dejando claro a sus aliados y al Consejo Nacional de Transición libio, que no pondría tropas sobre el terreno. Incluso dejó que Reino Unido y Francia llevaran buena parte del esfuerzo militar y diplomático.
En la próxima década, es muy poco probable que EEUU intente otra prolongada ocupación y transformación de un país (national building). Recordemos que el Ex -Secretario de Defensa, Robert Gates, poco antes de dejar el cargo, declaró que cualquier asesor que recomiende tal curso de acción “debería hacerse examinar la cabeza”. Algunos le llaman a esto neo-aislacionismo, pero quizás es mejor llamarlo prudencia y pragmatismo.
Aunque una década puede ser demasiado pronto para dar un veredicto definitivo sobre las consecuencias a largo plazo de la Guerra de Irak, no es demasiado pronto para evaluar el proceso por el cual la Administración Bush tomó sus decisiones.
La Administración Bush utilizó tres argumentos principales para justificar la invasión de Irak. La primera, los vínculos de Saddam Hussein con Al-Qaeda. Las encuestas de opinión pública muestran que muchos estadounidenses aceptaron esta conexión, pero la evidencia no lo sostiene. De hecho, se mostró a posteriori que esos supuestos vínculos eran prácticamente inexistentes, y que fue la caída de Saddam Hussein lo que llevó a la creación de Al-Qaeda de Mesopotamia como afiliado del grupo de Bin Laden.
El segundo argumento fue que la sustitución de Hussein con un régimen democrático era una manera de transformar políticamente el Medio Oriente. Varios miembros neoconservadores de la Administración Bush había instado a una política de “cambio de régimen” en Irak mucho antes de asumir el cargo, pero no fueron capaces de implementarla durante sus primeros ocho meses en la Casa Blanca. Después del 11-S, se movieron rápidamente para impulsar esta política, aprovechando la ventana de oportunidad que le brindaron los ataques terroristas.
Bush habló con frecuencia de “cambio de régimen”, de una "agenda de la libertad" y de un “Nuevo Medio Oriente” con sus partidarios, citando el papel de EEUU en la democratización de Alemania y Japón, tras la ocupación militar que siguió a la derrota de las Potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial. Pero la Administración Bush no tuvo cuidado en el uso de las analogías históricas e imprudentemente no se preparó para una ocupación efectiva en un país musulmán.
El tercer argumento se centró en prevenir que Saddam Hussein desarrollara armas de destrucción masiva. La mayoría de los países convinieron en que Saddam Hussein había desafiado las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU por años. Por otra parte, la Resolución 1441, aprobada por unanimidad, colocó la carga de la prueba a Hussein.
Mientras la Administración Bush fue criticada más tarde cuando los inspectores no encontraron rastros de un programa iraquí de armas de destrucción masiva; la opinión de que Saddam Hussein habría estado desarrollándolas, fue ampliamente compartida por muchos países, y entre ellos, Reino Unido, España, Italia, Portugal, Polonia, Japón y Australia. La prudencia podría haber comprado más tiempo a los inspectores dirigidos por Hans Blix, pero EEUU ya tenía un pensamiento comprometido al respecto y no estaba solo en este error.
George W. Bush ha dicho que la historia lo rescatará y se compara a sí mismo con el Presidente Harry Truman, quien dejó el cargo con una baja popularidad debido a la Guerra de Corea, y está bien ponderado en la actualidad. ¿Será realmente el juicio de la historia tan benigno con Bush?
Los historiadores e internacionalistas estadounidenses señalan que se requieren cerca de 50 años antes de que se pueda apreciar realmente el legado exterior de un Presidente. Pero una década después de que dejó el cargo el Presidente Truman, el Plan Marshall y la OTAN fueron vistos ya como logros sólidos. Bush carece de éxitos comparables para compensar su mala gestión de Irak, por no hablar de Afganistán.
Incluso si los acontecimientos fortuitos conducen a un Medio Oriente mejor en otros 10 años, los futuros historiadores e internacionalistas probablemente criticarán la forma en que George W. Bush hizo sus decisiones y sopesó los costos y riesgos de sus acciones. Una cosa es tratar de reforzar la hegemonía de una potencia; y otra cosa muy diferente, es colocarla al borde del precipicio.