Dr. Kenneth Ramírez
Desde
la expulsión de Fatah y la toma de Gaza por Hamás en 2007, Israel ha
establecido un bloqueo absoluto sobre este pequeño territorio de 360 kilómetros
cuadrados donde viven apilados 1,8 millones de palestinos, y lo ha invadido en
tres ocasiones: Operación Plomo Fundido (2008), Operación Pilar Defensivo
(2012) y Operación Margen Protector (2014). Para Israel se trata de extirpar un
“grupo terrorista”, mientras para Hamás se trata de una “guerra santa” de
resistencia contra el “enemigo sionista”. Dos visiones extremistas y
excluyentes del otro, que se han empecinado en luchar una guerra asimétrica que
ya dura siete largos años –un capítulo propio dentro del largo conflicto
árabe-israelí-, donde los precarios altos al fuego como el que fue alcanzado a
última hora del pasado jueves a instancias del Secretario General de Naciones
Unidas, Ban Ki-moon, no se traducen en acuerdos de paz duraderos. Una y otra
vez acusaciones recíprocas sobre quién ha empezado, una y otra vez sangrientos
combates, declaraciones incendiarias y gran sufrimiento para la población asediada
–esta vez con un terrible saldo de 1428 palestinos muertos y 8265 heridos en 24
días-, que terminan en una precaria tregua unilateral o negociada hasta la
nueva escalada.
Sin
importar la superioridad militar de Israel y su avanzado sistema anti-misiles
“Cúpula de Hierro”, y por más contundente que sea la destrucción que genere en
Gaza, Hamás no será eliminado. Tanto Israel como Hamás se necesitan, ya que han
sustituido la política por la guerra. Demonizar al enemigo, jugar con el temor
y el resentimiento hacia el otro, y asumir una postura de superioridad moral,
genera réditos políticos en cada bando. Netanyahu se convierte en el hombre
fuerte de la política israelí y garantiza que un debilitado Hamás gobierne Gaza
sin que esta se convierta en un caos yihadista, mientras a su vez debilita a
Fatah y justifica la ausencia de concesiones en la mesa de negociaciones de paz
que israelíes y palestinos instalan cada cierto tiempo debido a la presión
internacional. Muchos recordarán que Israel facilitó la formación de Hamás como
contrapeso a Fatah y el liderazgo de Arafat en los años ochenta. Por su parte, Hamás
brinda a los famélicos palestinos victorias morales y el sufrimiento que pueda
perpetrar al enemigo en cada incursión –63 soldados israelíes muertos y 150
heridos en esta ocasión, mucho más que en las anteriores invasiones- como
sustituto tanto de una victoria definitiva que no pueden alcanzar, como de una
gestión pública eficiente y un bienestar social que no pueden proporcionar. Los
dos se odian, y se necesitan.
No
obstante, Netanyahu le hace un flaco favor a la causa israelí invadiendo a Gaza
cada dos o tres años; mientras Hamás hace lo propio con la causa palestina al
mantener la división con Fatah –que controla la Autoridad Nacional Palestina
desde Cisjordania-, así como al provocar o responder a los envites de
Netanyahu.
A
todo lo expuesto se le ha añadido otro elemento que atiza el conflicto: los
recursos de hidrocarburos de la Cuenca de Levante -que el Servicio Geológico de
EEUU estima en 1,7 millardos de barriles de petróleo y 122 billones de pies
cúbicos de gas natural-, que comparten tanto Israel como El Líbano y Palestina –sobre
todo a través de la fachada marítima de Gaza. Aunque modestos –al compararlos
con reservas como las que posee Venezuela-, estos recursos son lo
suficientemente atractivos para que Israel busque como mínimo evitar que los
correspondientes a Gaza –con un valor estimado de 7 millardos de dólares- sean
explotados por los palestinos, y como máximo utilizarlos en su propio
beneficio. De manera que mantener el conflicto en Gaza sirve para evitar su
explotación, lo cual Fatah desde la Autoridad Nacional Palestina ha estado a
punto de lograr en varias ocasiones, llegando incluso a sostener conversaciones
a principios de 2014 con el Presidente Putin y la empresa rusa Gazprom. Este
resultado tampoco lo desea Hamás, que tiene interés en capitalizar estos
recursos en su beneficio exclusivo.
Hay
una sola salida para este conflicto. Las partes y los mediadores deben utilizar
este nuevo cese al fuego como impulso definitivo del proceso de paz, lo cual
implica reanudar las negociaciones para la creación de un Estado palestino con
las fronteras de 1967, y el compromiso de los miembros del denominado Cuarteto
para Medio Oriente (Naciones Unidas, EEUU, la Unión Europea y Rusia) de usar
toda su influencia para impedir otro fracaso. Además, es necesario un ambicioso
programa de reconstrucción de Gaza y de mejora de sus condiciones sociales. Esto
supone el fin del bloqueo, la reconciliación entre Hamás y Fatah en el marco de
las instituciones del nuevo Estado palestino, la explotación de los recursos de
hidrocarburos presentes en los territorios palestinos en beneficio de su pueblo
y la inserción de Palestina en el Mundo. A cambio, Hamás debe desarmar Gaza
bajo supervisión internacional, y Fatah debe controlar los pasos fronterizos.
Israel
no puede continuar con la guerra con Hamás sin erosionar su legitimidad internacional;
y Hamás no puede continuar jugando con fuego, ya que la permanente división de
las facciones palestinas no contribuye a materializar el Estado palestino y las
revueltas árabes desde 2011 le han hecho perder aliados. El mayor revés fue la
caída de Mohamed Morsi y la ilegalización de los Hermanos Musulmanes en El
Cairo –rama ideológica a la cual pertenece Hamás-, lo cual ha llevado al Egipto
de Al-Sissi a proponer altos al fuego claramente desfavorables a Hamás en esta
tercera invasión a Gaza, y al duro silencio de Arabia Saudita, Emiratos Árabes y
Jordania, quienes temen revueltas instigadas por los Hermanos Musulmanes en sus
respectivos países. Por otra parte, la guerra civil siria hizo que Hamás
tuviera que tomar parte por la mayoría sunita en contra de Assad. Esto
significó la ruptura de su alianza histórica con Irán y el distanciamiento con
la milicia shiíta libanesa Hezbollah. Todo ello ha generado el aislamiento
regional de Hamás, que hoy por hoy, sólo cuenta con el apoyo de Qatar y
Turquía. Aunque se estima que este nuevo conflicto de Hamás con Israel podría acercarle
a Irán, no parece fácil debido a la lucha regional abierta entre sunitas y shiítas.
Venezuela
puede contribuir desde Naciones Unidas en los esfuerzos internacionales que
permitan un cambio en la dinámica actual, para lo cual debe evitar seguir
teniendo posturas parcializadas en este conflicto. Asimismo, a través de la
recientemente creada Petro-Palestina, Venezuela podría facilitar cooperación e
intercambio de experiencias para contribuir al desarrollo de los hidrocarburos
presentes en Palestina y la transformación de estos recursos naturales en
oportunidades de desarrollo y beneficios sociales para el pueblo palestino.
Publicado
originalmente en El Mundo Economía y Negocios
@kenopina