lunes, 4 de agosto de 2014

Israel-Hamás: La Guerra de los Siete Años





Dr. Kenneth Ramírez

Desde la expulsión de Fatah y la toma de Gaza por Hamás en 2007, Israel ha establecido un bloqueo absoluto sobre este pequeño territorio de 360 kilómetros cuadrados donde viven apilados 1,8 millones de palestinos, y lo ha invadido en tres ocasiones: Operación Plomo Fundido (2008), Operación Pilar Defensivo (2012) y Operación Margen Protector (2014). Para Israel se trata de extirpar un “grupo terrorista”, mientras para Hamás se trata de una “guerra santa” de resistencia contra el “enemigo sionista”. Dos visiones extremistas y excluyentes del otro, que se han empecinado en luchar una guerra asimétrica que ya dura siete largos años –un capítulo propio dentro del largo conflicto árabe-israelí-, donde los precarios altos al fuego como el que fue alcanzado a última hora del pasado jueves a instancias del Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, no se traducen en acuerdos de paz duraderos. Una y otra vez acusaciones recíprocas sobre quién ha empezado, una y otra vez sangrientos combates, declaraciones incendiarias y gran sufrimiento para la población asediada –esta vez con un terrible saldo de 1428 palestinos muertos y 8265 heridos en 24 días-, que terminan en una precaria tregua unilateral o negociada hasta la nueva escalada.
 
Sin importar la superioridad militar de Israel y su avanzado sistema anti-misiles “Cúpula de Hierro”, y por más contundente que sea la destrucción que genere en Gaza, Hamás no será eliminado. Tanto Israel como Hamás se necesitan, ya que han sustituido la política por la guerra. Demonizar al enemigo, jugar con el temor y el resentimiento hacia el otro, y asumir una postura de superioridad moral, genera réditos políticos en cada bando. Netanyahu se convierte en el hombre fuerte de la política israelí y garantiza que un debilitado Hamás gobierne Gaza sin que esta se convierta en un caos yihadista, mientras a su vez debilita a Fatah y justifica la ausencia de concesiones en la mesa de negociaciones de paz que israelíes y palestinos instalan cada cierto tiempo debido a la presión internacional. Muchos recordarán que Israel facilitó la formación de Hamás como contrapeso a Fatah y el liderazgo de Arafat en los años ochenta. Por su parte, Hamás brinda a los famélicos palestinos victorias morales y el sufrimiento que pueda perpetrar al enemigo en cada incursión –63 soldados israelíes muertos y 150 heridos en esta ocasión, mucho más que en las anteriores invasiones- como sustituto tanto de una victoria definitiva que no pueden alcanzar, como de una gestión pública eficiente y un bienestar social que no pueden proporcionar. Los dos se odian, y se necesitan.
 
No obstante, Netanyahu le hace un flaco favor a la causa israelí invadiendo a Gaza cada dos o tres años; mientras Hamás hace lo propio con la causa palestina al mantener la división con Fatah –que controla la Autoridad Nacional Palestina desde Cisjordania-, así como al provocar o responder a los envites de Netanyahu.
 
A todo lo expuesto se le ha añadido otro elemento que atiza el conflicto: los recursos de hidrocarburos de la Cuenca de Levante -que el Servicio Geológico de EEUU estima en 1,7 millardos de barriles de petróleo y 122 billones de pies cúbicos de gas natural-, que comparten tanto Israel como El Líbano y Palestina –sobre todo a través de la fachada marítima de Gaza. Aunque modestos –al compararlos con reservas como las que posee Venezuela-, estos recursos son lo suficientemente atractivos para que Israel busque como mínimo evitar que los correspondientes a Gaza –con un valor estimado de 7 millardos de dólares- sean explotados por los palestinos, y como máximo utilizarlos en su propio beneficio. De manera que mantener el conflicto en Gaza sirve para evitar su explotación, lo cual Fatah desde la Autoridad Nacional Palestina ha estado a punto de lograr en varias ocasiones, llegando incluso a sostener conversaciones a principios de 2014 con el Presidente Putin y la empresa rusa Gazprom. Este resultado tampoco lo desea Hamás, que tiene interés en capitalizar estos recursos en su beneficio exclusivo.
 
Hay una sola salida para este conflicto. Las partes y los mediadores deben utilizar este nuevo cese al fuego como impulso definitivo del proceso de paz, lo cual implica reanudar las negociaciones para la creación de un Estado palestino con las fronteras de 1967, y el compromiso de los miembros del denominado Cuarteto para Medio Oriente (Naciones Unidas, EEUU, la Unión Europea y Rusia) de usar toda su influencia para impedir otro fracaso. Además, es necesario un ambicioso programa de reconstrucción de Gaza y de mejora de sus condiciones sociales. Esto supone el fin del bloqueo, la reconciliación entre Hamás y Fatah en el marco de las instituciones del nuevo Estado palestino, la explotación de los recursos de hidrocarburos presentes en los territorios palestinos en beneficio de su pueblo y la inserción de Palestina en el Mundo. A cambio, Hamás debe desarmar Gaza bajo supervisión internacional, y Fatah debe controlar los pasos fronterizos.
 
Israel no puede continuar con la guerra con Hamás sin erosionar su legitimidad internacional; y Hamás no puede continuar jugando con fuego, ya que la permanente división de las facciones palestinas no contribuye a materializar el Estado palestino y las revueltas árabes desde 2011 le han hecho perder aliados. El mayor revés fue la caída de Mohamed Morsi y la ilegalización de los Hermanos Musulmanes en El Cairo –rama ideológica a la cual pertenece Hamás-, lo cual ha llevado al Egipto de Al-Sissi a proponer altos al fuego claramente desfavorables a Hamás en esta tercera invasión a Gaza, y al duro silencio de Arabia Saudita, Emiratos Árabes y Jordania, quienes temen revueltas instigadas por los Hermanos Musulmanes en sus respectivos países. Por otra parte, la guerra civil siria hizo que Hamás tuviera que tomar parte por la mayoría sunita en contra de Assad. Esto significó la ruptura de su alianza histórica con Irán y el distanciamiento con la milicia shiíta libanesa Hezbollah. Todo ello ha generado el aislamiento regional de Hamás, que hoy por hoy, sólo cuenta con el apoyo de Qatar y Turquía. Aunque se estima que este nuevo conflicto de Hamás con Israel podría acercarle a Irán, no parece fácil debido a la lucha regional abierta entre sunitas y shiítas.
 
Venezuela puede contribuir desde Naciones Unidas en los esfuerzos internacionales que permitan un cambio en la dinámica actual, para lo cual debe evitar seguir teniendo posturas parcializadas en este conflicto. Asimismo, a través de la recientemente creada Petro-Palestina, Venezuela podría facilitar cooperación e intercambio de experiencias para contribuir al desarrollo de los hidrocarburos presentes en Palestina y la transformación de estos recursos naturales en oportunidades de desarrollo y beneficios sociales para el pueblo palestino.

Publicado originalmente en El Mundo Economía y Negocios
@kenopina