Dr. Kenneth Ramírez
Vivimos en un Hemisferio Occidental pos-hegemónico. La distribución de capacidades ha cambiado con el ascenso de Brasil, la década dorada de crecimiento económico latinoamericano y la crisis económica apenas superada en EEUU. Además, Washington no tiene la voluntad de ejercer su primacía en el Hemisferio –que a pesar de todo aún conserva- para imponer una agenda en torno a la promoción de la democracia liberal y el libre comercio como hizo en los años noventa, al llevar una década concentrado en Medio Oriente y ahora empezar a mirar al Pacífico debido al ascenso de China. Tampoco EEUU ha mostrado habilidad diplomática para liderar la construcción de un nuevo consenso con otras potencias regionales; mientras potencias extra-continentales desde China y Rusia, hasta la Unión Europea, han estado más activas en la región.
El resultado es una difusión del poder, la parálisis de las instituciones hemisféricas, la creación de nuevas instituciones latinoamericanas marcadas por el presidencialismo y la excesiva flexibilidad, y una América Latina más plural y autónoma. Reconociendo esta realidad, el Secretario de Estado John Kerry, en un discurso en la OEA en noviembre de 2013, volvió a decretar la muerte de la Doctrina Monroe y defendió “una relación de iguales” con América Latina.
El reverso de la moneda es una América Latina donde Brasil, México y Venezuela, han reordenado la cartografía regional. Así, tenemos cuatro bloques de integración principales, que se comportan como alianzas estratégicas. El MERCOSUR necesita un relanzamiento pero tiene a Brasil como líder; además, debido a la crisis instalada en Venezuela y la muerte de Hugo Chávez, tiende a atraer a la ALBA: el “MERCOSUR x 9” resultante de la “expansión selectiva” defendida en Brasilia hacia países suramericanos que no hayan adoptado estrategias liberales de inserción en la economía internacional (léase Bolivia, Ecuador, Guyana y Surinam, después de la adhesión de Venezuela). La Alianza del Pacífico ha servido a México para tener mayor presencia en América Latina, a Colombia, Perú y Chile para subrayar su modelo liberal en el contexto suramericano, y a todos en conjunto para defender sus vínculos comerciales con EEUU e intentar volcarse al Pacífico junto a Washington. CARICOM, el bloque más débil en capacidad pero diplomáticamente influyente con sus 15 miembros, se ha beneficiado con una vinculación pragmática, flexible y diferenciada con los demás proyectos; aceptando la cooperación petrolera de Venezuela vía PETROCARIBE, sin que esto implique deteriorar sus relaciones con EEUU en el marco del TIFA, o no escuchar ofertas de cooperación de México y Brasil.
En este contexto regional, se desencadena la ola de protestas que vive Venezuela desde hace quince días, la cual ha dejado un saldo lamentable de 17 muertos, más de 150 heridos y más de 600 detenciones. Unas protestas que más allá de ser detonadas por las movilizaciones estudiantiles y el progresivo descontento social con la crisis económica, se han visto politizadas debido a la fuerte polarización de un país dividido electoralmente en dos bloques equivalentes.
Así tenemos, dos lecturas políticas de las protestas. El gobierno venezolano entiende que se encuentra ante un “golpe de Estado suave” orquestado por grupos radicales que buscan instrumentalizar el descontento de la clase media y cuentan con el apoyo de EEUU, enfatizando por tanto, el respeto a las instituciones democráticas. Por su parte, la alternativa democrática denuncia los excesos represivos de los cuerpos de seguridad y los colectivos armados que han dejado varias víctimas, al tiempo que subraya el derecho a la protesta pacífica y el respeto a los derechos humanos. En definitiva, una situación muy peligrosa en un país fracturado.
Por todo esto, no resulta extraño que los países de la región hayan reaccionado reflejando la pluralidad existente en el Hemisferio. EEUU y los países de la Alianza del Pacífico han pedido el cese de la violencia, el respeto al derecho a manifestar pacíficamente de los estudiantes, y han subrayado la necesidad de respetar las libertades y la institucionalidad democrática, así como la necesidad de un diálogo genuino. Los países ALBA han condenado el “golpe de Estado suave” y el “intervencionismo de EEUU”. Los países del MERCOSUR, presidido en estos momentos por Venezuela y siguiendo sus intereses nacionales, han respaldado al gobierno venezolano desde la militancia de Argentina, el silencio solidario de Brasil hasta la prudencia de Uruguay, sin dejar de llamar al diálogo. Por último, CARICOM ha manifestado su preocupación y también ha llamado al diálogo.
Esta pluralidad de intereses y visiones ha llevado a una parálisis de los foros políticos regionales (OEA, CELAC y UNASUR), justo en momentos donde Venezuela requiere de un apoyo activo para para que los actores políticos hagan las cesiones necesarias para una reorientación de la situación actual desde el conflicto al diálogo y la transición hacia una nueva gobernabilidad democrática.
La OEA, más allá de los pronunciamientos a favor del diálogo del Secretario General Insulza, se ha visto impotente. Eminentes personalidades han pedido activar la Carta Democrática Interamericana, pero obvian la actual configuración de poder que ha convertido este tratado en letra muerta y ha sumergido a esta organización hemisférica en la parálisis. De allí, la altivez y el sarcasmo del Embajador Roy Chaderton en la discusión celebrada en el Consejo Permanente de la OEA el pasado 19 de febrero, la cual no llegó a nada debido a la reticencia de Brasil a abrir un debate y a la utilización de Venezuela de la ALBA y PETROCARIBE como minoría de bloqueo. Tampoco se espera que fructifique el reciente llamado del Presidente de Panamá, Ricardo Martinelli, a una Reunión Extraordinaria de Cancilleres de la OEA para discutir la situación en Venezuela.
De la CELAC sólo se ha visto inmadurez e incapacidad para buscar una solución; bien porque Costa Rica como Presidente pro-témpore se encuentra en pleno relevo presidencial –a la espera de su segunda vuelta de las elecciones en abril- y teme una agudización de sus problemas bilaterales con Nicaragua, bien por la poca voluntad de actuar de los restantes miembros de la Troika –Cuba, Ecuador y San Vicente y Las Granadinas, los cuales también son miembros de la ALBA-, o porque los restantes miembros no han pedido una discusión seria en este foro regional para evitar un deterioro de sus relaciones bilaterales con Venezuela.
UNASUR, por último, parece preparada para convocar una Cumbre Extraordinaria para discutir la situación de Venezuela a petición del Presidente Maduro –que ya mostró su disposición al respecto y envió el pasado 26 de febrero al Canciller Jaua de gira por las capitales suramericanas, en buena medida como respuesta a la petición panameña de activar la OEA-, o cuando lo estime conveniente Brasil como líder del MERCOSUR. Sin embargo, tomando en cuenta las discusiones parcializadas de este foro político en los casos de las crisis políticas de Bolivia en 2008, Ecuador en 2010, Paraguay en 2012 y Venezuela en 2013, es visto con natural reserva por la alternativa democrática. Aunque allí también participan Colombia, Perú y Chile, tampoco se espera que estos países de la Alianza del Pacífico impulsen la búsqueda de una solución equilibrada en UNASUR, debido a los intereses de Colombia en mantener una relación constructiva con el gobierno venezolano -por su participación como país acompañante del proceso de paz y el comercio bilateral-, así como el relevo presidencial en Chile –la Presidenta Bachelet asume el 11 de marzo y tiene en su coalición al Partido Comunista.
En definitiva, vivimos en un Hemisferio pos-hegemónico y plural, lo cual explica la diversidad de intereses en juego y la parálisis de la diplomacia regional ante la peligrosa situación que hoy encara Venezuela. Los venezolanos sólo contamos con nosotros mismos: dura lección de la realidad que conviene no olvidar.
@kenopina