Dr. Kenneth Ramírez
Los
mandatarios de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América
(ALBA) se reunieron en Guayaquil este martes 30 de julio para celebrar su XII Cumbre
Presidencial. Dicha Cumbre estuvo llena de significación, ya que fue la primera
tras la muerte de Chávez -su carismático líder fundador-, quien fue capaz de
influir en los destinos de la región y atraer los reflectores de la prensa
mundial.
En
consecuencia, lo más importante de esta Cumbre de Guayaquil fue que dejó
entrever la falta de liderazgo político y capacidad económica para movilizar a
otros actores en torno a este proyecto alternativo. Rafael Correa ha tratado de
erigirse en el nuevo líder, y cuenta con la formación, la base política y cierto
carisma para evitar que la ALBA quede huérfana, pero le faltan los recursos
económicos. Evo Morales y Daniel Ortega adolecen de todos los requisitos;
mientras Cuba debe ocuparse de su propia transición política, con el anunciado
cambio en la cúpula dirigente en el próximo lustro. En el caso de Nicolás
Maduro, la cuestionada victoria en las elecciones del 14-A, la crisis económica
que atraviesa Venezuela, el estancamiento de la producción de PDVSA y unos
precios del petróleo que apuntan a niveles de 85-90 $/Bl para 2016 debido a la
producción de petróleo de esquistos en EEUU, no favorecen el que asuma el liderazgo
internacional que dejó Hugo Chávez. Tampoco tiene la figura y carisma de aquél;
pero aún la ALBA cuenta con los recursos petroleros venezolanos para mantenerse
a flote.
En
este sentido, lo que hemos visto en Guayaquil ha sido una soterrada rivalidad entre
Rafael Correa y Nicolás Maduro por la herencia internacional de Chávez y el
liderazgo de la ALBA, al tiempo que colectivamente han intentado demostrar unidad,
y que este mecanismo de coordinación política e ideológica sigue teniendo
vigencia y sentido. En este contexto, la crítica de Correa a la “tibieza” del
borrador de Declaración preparado por los Cancilleres y sus equipos, y su
discurso apasionado, recordó más al finado Chávez que el propio Maduro. Quizás sea
que Correa tiene su propio perfil dentro del “socialismo del siglo XXI” o
quizás sea que tiene mayor carisma y elocuencia, pero lo cierto es que resulta
más atractivo a la prensa mundial -y pareciera que hasta al mismo Fidel Castro-,
que un Maduro que intenta mimetizar a la saciedad las palabras y gestos de
Chávez.
Por
otra parte, y como era de esperarse, en Guayaquil
se agitó el caso Snowden como punta de lanza contra el “imperialismo” de EEUU,
el “neocolonialismo de sus transnacionales” y su “red mundial de espionaje”
como manifestó el Presidente Correa. También fue aprovechada la ocasión para
respaldar una vez más a Evo Morales, por la desafortunada e irrespetuosa forma
en que se denegó el espacio aéreo a su avión presidencial en Europa. Pero
resultó aún más interesante el que los países de la ALBA han encontrado un
nuevo enemigo: la “Alianza del Pacífico”.
Recordemos que la Alianza del Pacífico creada en 2011, es
un tratado de libre comercio entre México, Colombia, Perú y Chile –Costa Rica
se encuentra en proceso de adhesión-, que constituye el 42% del PIB de América
Latina –segunda economía de la región después del MERCOSUR-, cuyos miembros
tienen a su vez tratados comerciales con EEUU, la Unión Europea y países de
Asia-Pacífico. Por ello, este mecanismo ha llamado la atención mediática y
política a nivel mundial, viviendo uno de sus momentos estelares en la VII
Cumbre Presidencial celebrada en Cali en mayo de este año. Además, el pasado 5
de julio, los países suramericanos de la Alianza del Pacífico evitaron darle
carácter de “Cumbre” a la Reunión de UNASUR efectuada en Cochabamba para
desagraviar a Evo Morales por el incidente con su avión presidencial en Europa,
ya que quisieron evitar una escalada con sus socios europeos. Esto fue
duramente criticado por el Presidente Correa quien les invitó a “graduarse de
colonias”.
Es decir, la ALBA ha anunciado en Guayaquil que
aprovechará la presencia de la Alianza del Pacífico en la nueva cartografía de
la integración regional para polarizar y movilizar al resto de los actores de
la región. No en balde titularon el documento final como “Declaración de la ALBA
desde el Pacífico”: toda una manifestación de propósitos. En palabras del
Presidente Correa “se enfrentan dos visiones del Mundo: el neoliberalismo, el
libre comercio, y aquellos que creemos en el socialismo, en garantía de
derechos, en zonas libres pero no para el libre comercio, sino libre de hambre,
libre de pobreza”. Aun así, no será tarea fácil re-polarizar la región, ya que
en Washington gobierna Barack Obama y no George W. Bush; y los Presidentes de la
Alianza del Pacífico tienen posturas pragmáticas hacia la ALBA, y en el caso de
los mandatarios mexicano y el peruano, son de centro-izquierda y han
manifestado admiración por el Ex–Presidente Lula, quien les ha enviado incluso
asesores. Esto por no hablar de una posible victoria de Michelle Bachelet en
Chile en las elecciones del próximo 17 de noviembre.
Además, otro hecho que fue destacado en la Cumbre de
Guayaquil fue el ingreso de Santa Lucía a la ALBA, ante lo cual el Presidente
Maduro exclamó “ahora somos nueve países”. Empero, lo cierto es que debido a su
situación económica, Venezuela ha manifestado que aumentará los intereses de la
factura petrolera financiada en PETROCARIBE a partir del mes de octubre, salvo a
socios especiales –léase miembros de la ALBA- como Cuba y Nicaragua. Es decir,
el paso dado por Santa Lucía ha sido absolutamente calculado y no ideológico.
En definitiva, la ALBA ha entrado en una fase de declive.
La nueva geopolítica regional está marcada por la Alianza del Pacífico y el
MERCOSUR. No obstante, esto no implica que la ALBA vaya a
desaparecer de manera inmediata. Por lo pronto, seguirá estando presente en la
región con una capacidad mermada, y ocupando un rol crítico a la Alianza del
Pacífico como “retorno del ALCA” y los posibles excesos que pueda cometer Washington.
En esto, la ALBA seguirá siendo utilizada de manera sofisticada por Brasil para
desgastar la influencia de EEUU en la región, al tiempo que mantiene un diálogo
estratégico y una cooperación pragmática con Washington a nivel bilateral, y
Dilma Rousseff efectúa su anhelada visita de Estado a la Casa Blanca para octubre
próximo, donde será recibida como líder de una potencia emergente y árbitro
regional. Bien le vendría a Venezuela más realismo en su política exterior.
Publicado originalmente en RunRun.es