Marianela Fernández
China es
otra desde su apertura económica. Han sido 30 años de crecimiento económico –10%
anual entre 1980 y 2010- basado en exportaciones dinámicas, gracias a los bajos
salarios y a una política monetaria que se ha centrado en mantener el renminbi subvaluado. La cereza del pastel
fue cuando en 2008, China superó a Japón y pasó a ser la segunda economía del Mundo
según su PIB nominal, demostrando lo competitiva que se había hecho su economía.
Una vez
que China comenzó a hacerse sentir cada vez más por su rápido crecimiento en la
década de 2000, se termina de consolidar como destino de grandes cantidades de
inversión extranjera. La crisis económica mundial que hundió en la recesión a
EEUU y Europa en 2008, apenas bajó levemente los números de crecimiento económico
chino que fue debidamente estimulado con gasto público. Esto, sin embargo, se
ha probado transitorio, pues la economía china poco a poco ha ido creciendo a
menos velocidad, llegando incluso a 7,8% en 2012, la primera vez que China pone
su crecimiento por debajo de 10% en décadas, situación la cual se atenuó y
salió de la palestra temporalmente debido a la elección de las nuevas
autoridades del Partido Comunista Chino (PCCh) celebradas el año pasado, las
cuales dieron cierta tranquilidad sobre el futuro del país.
No
obstante, los dos trimestres de 2013 han mantenido la tendencia de
desaceleración, con un crecimiento de 7,7% y 7,5% respectivamente, y los
reflectores se han posado sobre este asunto. Aunque el gobierno chino ha tratado de mantener la mayor
cantidad de tiempo posible una sensación de estabilidad y confianza, se ha abierto
paso el debate –recurrente cada ciertos años- en círculos académicos, políticos
y económicos sobre un posible descalabro de China, y un cambio concomitante en
la dinámica de la economía global. Los signos de esta crisis son cada vez más
notorios, y el modelo económico que impulsó las tres décadas de increíble
crecimiento chino puede estar llegando a su límite.
Esta
realidad china se hizo más notoria cuando hace tres meses los inversionistas
estaban apostando a que las autoridades chinas nuevamente inyectarían dinero a
la economía para estimular el crecimiento, lo que sucedió fue que los mercados
se han quedado esperando, y han “aceptado” el hecho que el crecimiento más
lento será su nueva realidad; por otra parte hacen ruido las cifras que han
dado a conocer Goldman Sachs, New York Times y Barron’s, en las cuales se
estima que el crecimiento chino para 2013 sería del 7,4%, lo cual es una cifra
más modesta que el pronóstico inicial y creando la sensación de encontrarnos al
borde de un cambio importante.
Otro
elemento a considerar, percibido por muchos, y en realidad un secreto a voces,
es que las mismas cifras de crecimiento, se consideren malas o no, distan mucho
de la realidad, y es que el gobierno de Beijing lleva tiempo maquillándolas, lo
cual no es sorprendente considerando lo grande que es el país asiático y su
igualmente enorme población, lo cual de todas formas haría en extremo
complicado conseguir cifras certeras cada año aún si se intentara hacerlo, y
vale recalcar que el gobierno chino dista mucho de tratar de recabar estas
cifras exhaustivamente.
Por otra
parte, China ha buscado sostener su crecimiento con políticas que más temprano
que tarde podrían causar un estallido interno, como son los bajos salarios que le
permitieron que ganara una enorme competitividad en sus exportaciones y a la
vez atrajera inversión; esto no aguantará mucho tiempo porque es imposible
mantener ese diferencial de salarios debido a que Beijing está en una guerra
eterna contra el desempleo, que es catalizador de estallidos sociales, una de
las situaciones que menos le agradan al gobierno del PCCh. Incluso se puede
considerar paradójico que un Estado dependa de salarios bajos para ser
competitivo pero que a su vez tenga políticas de reducción de la pobreza, las
cuales necesariamente llevan a aumentos salariales sea directa o
indirectamente.
Por otro
lado, los préstamos bancarios son utilizados por China para construir
infraestructura masiva, propiedades comerciales y residenciales, cosa que
también crea la sensación de estabilidad, pero que con el tiempo igualmente se
ha mostrado dañino, porque hace crecer artificialmente a la economía, lo cual
no genera aumento de la productividad ni retorno de lo invertido, y que más
aún, puede acarrear costos a mediano y largo plazo, por no hablar de una
burbuja inmobiliaria. Más aún, muchas empresas chinas se han vuelto cada vez
menos rentables, han aumentado sus costos de producción generando
inevitablemente una inflación tangible, además de que se manejan gracias a los
créditos y la inyección de capital, esto para mantener la economía en marcha y
no generar desempleo. La estrategia de los dirigentes chinos ha sido buscar
estimular la economía para hacerla depender más del consumo interno que de las
exportaciones y las inversiones extranjeras, pero esto se hace difícil ya que
existen 900 millones de personas en la pobreza. Esto lleva a un callejón sin salida
en el cual sólo es posible seguir subsidiando a empresas ineficientes para
mantener a la población ocupada y conservar niveles mínimos de consumo y
producción.
De esta
manera los chinos están entre la espada y la pared, si continúan los préstamos
hacia las empresas, crecerá cada vez más la inflación lo que aumenta los costos
y más allá de reducir el poder de consumo interno, los hace menos competitivos
a la hora de querer exportar, lo cual se suma que Europa y EEUU han retomado
este año las largamente postergadas conversaciones para alcanzar un Tratado
Trasatlántico de Libre Comercio (por sus siglas en inglés, TAFTA), lo cual
podría afectar negativamente las exportaciones chinas a ambos lados del
Atlántico.
Mientras
los chinos no consigan quitarle peso a las exportaciones y desarrollar un
mercado interno más fuerte pero sin restar tanta competitividad, la caída será
constante, y un efecto secundario de toda esta situación se puede llegar a
sentir en nuestra región, en las cuales existen posibilidades de que las
inversiones chinas si bien no cesen ni disminuyan considerablemente, si se vean
afectadas de forma negativa, especialmente en países como Perú, Chile o Brasil
donde China es un socio primordial. Además, podría disminuir la demanda china
de materias primas latinoamericanas, lo cual ha sido un factor esencial para la
década de prosperidad que ha experimentado en la región.
Desde las
altas esferas del poder en China, se ha querido detener a como dé lugar lo que parece
estar por suceder, pero quieren una solución que no afecte el statu quo. Este ha sido el espíritu del
12° Plan Quinquenal de 2011, que apuesta por rebalancear la economía mediante
el estímulo al consumo interno y el crecimiento del sector servicios que además
de ser un gran empleador, ha mostrado un excelente desempeño en los últimos
años –creciendo en los dos primeros
trimestres de 2013 en 8,3%, por encima del 7,6% del sector manufacturero y
construcción. Además, el nuevo Presidente Xi Jinping ha puesto énfasis en el
combate a la corrupción.
Sin
embargo, debe entenderse que no existe una solución que no suponga ciertos sacrificios
y cambios en el sistema existente, lo cual necesariamente devendrá en cambios,
así sean sutiles, en muchas de las actitudes y comportamientos de Beijing.
China no
dejará de ser una superpotencia de la noche a la mañana por atravesar una
crisis a nivel económico, sin embargo, y por cómo van las cosas, perderá la
hiper-competitividad que la había caracterizado y su crecimiento económico se
estabilizará en números más modestos –alrededor de 7%- en los próximos años. Por
ello, China tendrá que buscar nuevas y más innovadoras estrategias para
mantener su vigencia como la superpotencia emergente en el sistema
internacional, además de seguir mostrándose sólida para no minar más
profundamente la imagen que hasta hace poco daba al Mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario