Prof. Giovanna De Michele
El año 2007 marca un antes y un después en la vida de los ciudadanos del mundo entero, a raíz de la aparición en público de una organización internacional que decidió utilizar el ciberespacio, definido por John Perry Barlow en 1996 como “el nuevo hogar de la mente”, para publicar informes y documentos suscritos por quienes toman las grandes decisiones a nivel mundial, sin menoscabo de nacionalidades, cargos y/o asunto en referencia. Se trata de WikiLeaks.
A partir de ese momento, quedó en evidencia algo que ya era familiar para quienes se desempeñan en el mundo de los servicios de inteligencia o en las esferas del poder: el manejo de la “doble agenda”, y/o la “mano izquierda”. Utilizar lenguajes diferentes, e inclusive expresar opiniones o posturas en apariencia contradictorias sobre un mismo asunto, llegó a ser algo repudiable para el ciudadano común, a pesar de constituir una práctica tan antigua como la política.
Lo verdaderamente novedoso fue, que tal situación pasara a ser de dominio público, rompiendo paradigmas y desnudando los aspectos más reservados del ejercicio del poder. En la actualidad, WikiLeaks ha puesto a disposición de quien la quiera conocer, una plataforma de 1,2 millones de documentos, provocando reacciones que van desde el asombro hasta el repudio e inclusive el miedo.
Por ejemplo, entretelones y tras bastidores de las guerras en Irak y Afganistán dan fe pública de hasta donde es capaz de llegar un Estado cuando considera que sus intereses pudieran verse afectados. De igual forma, la apreciación que muchos Gobiernos tienen de sus homólogos, dejó de ser un secreto para convertirse en una confesión descarnada que lejos de provocar la autocrítica, ha contribuido a incrementar la desconfianza de quienes en realidad nunca confiaron entre sí.
En estos momentos, adquiere mayor sentido la afirmación de que “el Mundo es cada vez más pequeño”. Ya no hay fronteras para el flujo de información; el manejo de las múltiples agendas debe hacerse de manera tal que no deje rastros que pongan en peligro la consecución de los grandes objetivos; de hecho, resulta casi imposible manejar documentación “clasificada”.
Nadie escapa del alcance de la tecnología ni de la posibilidad del escarnio público, Jefes de Estado, representantes de grandes corporaciones, jefes militares, artistas e inclusive el Papa en su condición de Soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano han sido víctimas de excepción de quienes exigen transparencia con prácticas absolutamente oscuras.
De WikiLeaks, hemos pasado a la era VatiLeaks, haciendo referencia a la publicación de cartas y documentos en los que se compromete la ética y moral del Estado del Vaticano, la mayor Iglesia del mundo. El escándalo ha alcanzado tales proporciones que se llegó a especular con la posibilidad de la renuncia de Joseph Ratzinger. Los archivos revelados dan cuenta de sospechas de corrupción en las licitaciones inmobiliarias del Vaticano, manejos financieros irregulares en el Banco Vaticano e incluso de un supuesto y disparatado complot para asesinar a Benedicto XVI.
Algunos expertos e investigadores han afirmado que se trata de una guerra por poder entre dos facciones dentro del Vaticano, enfrentadas por diferencias en torno a la estrategia del Papa Benedicto XVI para sanear la imagen de la Iglesia, afectada por numerosos y escandalosos casos de pedofilia y corrupción, que lo llevaron a avanzar en pesquisas incómodas para algunos miembros de la Curia romana. Lo cierto es que tanto WikiLeaks como VatiLeaks, evidencian la vulnerabilidad del individuo y las corporaciones frente a los avances de la tecnología en materia de comunicaciones, así como la avaricia por el poder en sí mismo.
Finalmente, en estos tiempos de “exceso de información”, se hace absolutamente necesario “rehumanizar” a una sociedad global que seducida por la acumulación de poder en sí mismo, incurre en la ligereza de las generalizaciones y la negación de cuanto represente competencia o hegemonía de cualquier tipo.
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