Victor Hugo Matos
Desde
la llegada de Barack Obama a la presidencia, uno de los pilares sobre los que
ha querido sustentar su política exterior es la idea de que EEUU debe plantear
una nueva aproximación hacia el Medio Oriente; sobre todo, después del fiasco
de las intervenciones militares en Irak y Afganistán, que han dejado 8000 bajas.
A partir de esto, el hecho de que el inicio de su primer mandato coincidiera con
la eclosión de la “Primavera Árabe” -que generó expectativas optimistas
respecto a una posible democratización del Medio Oriente-, fue aprovechado por
la Casa Blanca como una oportunidad para corregir el rumbo y rescatar la imagen
de EEUU en la región, lo cual ya había comenzado con el discurso de Obama en la
Universidad de El Cairo.
Siendo
esta la base de la nueva política de Obama hacia Medio Oriente, fue la
desestabilización temprana del régimen libio la que convirtió a este país en el
campo de pruebas de una nueva estrategia del Departamento de Defensa y la Casa
Blanca, de realizar intervenciones limitadas sustentadas en la acción conjunta
con miembros de la OTAN y apoyando a elementos locales sobre el terreno, sumado a la búsqueda de apoyo de la Comunidad
Internacional, la cual quedó plasmada en la Resolución 1973 (2011) del Consejo
de Seguridad que enmarcó dicha intervención. No obstante, en retrospectiva, se
hacen palpables las interrogantes de cuáles fueron los intereses concretos de EEUU
en dicha operación, en la medida en que la movilización de recursos operativos
realizada por EEUU no se correspondía con la reducida importancia que tenía
Libia mas allá de su posesión de petróleo, armas químicas y una alicaída influencia
en África y el Mundo árabe, sobre todo
si se toma en cuenta el reposicionamiento de Gaddafi después del 11-S, y la
cooperación entre los gobiernos europeos y Trípoli en materia energética y
comercial con Italia como principal socio -mucho mayor que la participación de
EEUU en este sentido.
A
pesar de ser una de las intervenciones más limpias de EEUU desde la Guerra del
Golfo, los años subsecuentes a la misma han demostrado que la caída de Gaddafi
no necesariamente ha implicado un cambio positivo para Libia, sobre todo cuando dicho país se ha transformado
en un clásico Estado fallido, donde las milicias armadas ostentan más poder
real que los miembros del recién reformado ejército libio, sobre todo cuando las
mismas han tomado desde hace casi un año, el control de las terminales más
importantes hasta provocar una drástica caída de sus exportaciones petroleras.
Además
de las milicias, Libia se ha convertido en un eje para la actividad yihadista
en la zona, lo que quedó evidenciado con
el ataque al consulado estadounidense de Bengasi en 2012 realizado por Ansar-Al
Sharia, un grupo asociado a Al-Qaeda,
que además mantiene contactos irregulares con otros grupos presentes en
territorio libio como Al Qaeda del Magreb Islámico, Al Qaeda de la Península Arábiga y miembros
de la brigada Al-Mulathameen -conocido
grupo terrorista argelino. Añadido a esto, el propio gobierno libio sufre una
profunda división entre sus filas, donde desde hace algunas semanas el general
retirado Jalifa Hifter -exiliado
hasta 2011 en EEUU- se ha alzado en armas contra el gobierno libio, ya que considera que este ha hecho poco por desarmar
a las milicias que se han incorporado dentro del ejército regular y que
considera extremistas apoyados directamente por
el gobierno libio de Ahmed Maiteq, lo que lo ha llevado a atacar tanto
el Parlamento libio, por considerarlo influenciado por fuerzas islamistas, como
a campamentos militares tales como el de la Brigada de Mártires del 17 de
Febrero, que fue bombardeado el pasado 27 de mayo.
Dados
todos estos elementos, cabe preguntarse si la Administración Obama habrá
cometido en Libia los mismos errores que cometió la Administración Bush en Afganistán
e Irak, al asumir que un Estado con una debilidad institucional tan clara, claramente dividido en estamentos tribales y
extremadamente dependiente del liderazgo carismático, podía realizar una transición rápida hacia un
sistema con al menos algunos rasgos de gobernabilidad democrática; cuando es
claro, que el gobierno de transición
libio no entendió las necesidades y deseos de los habitantes de Misrata o Bengasi, quienes
rechazaron el nuevo modelo político centralista que se ha querido imponer desde
Trípoli.
Es
inevitable asumir entonces, que poco a poco Libia se está convirtiendo en un
riesgo de seguridad para sus propios
ciudadanos y el Mediterráneo, en la medida en que el factor desestabilizador de
las milicias y los grupos yihadistas vinculados a Al-Qaeda pueden ir
transformando a Libia en una nueva Somalia o Yemen, donde la violencia y el
derramamiento de sangre están a la orden del día. A esto se le añade el impacto
negativo que está teniendo la situación en Estados vecinos, como fue la
movilización hacia Mali de miembros de la etnia Tuareg aliados de Gaddafi y que
fue un factor clave durante la breve existencia del Estado Islámico de Azawad,
o también el hecho de que algunos terroristas argelinos usen el territorio
libio como santuario –recordemos el ataque a la planta de gas ubicada en In
Amenas (Argelia), el 16 enero de 2013, donde murieron al menos 67 rehenes.
Lo
que sí es cierto, es que Libia estará presente en los intereses de EEUU, dado
las consecuencias potencialmente negativas para la seguridad de Europa, África,
y Medio Oriente, sobre todo por la posibilidad de convertirse en un corredor
para elementos yihadistas como Al Qaeda y sus afiliados, Boko Haram de Nigeria
o Al-Shabab de Somalia, que podrían afectar los frágiles gobiernos africanos y
plantearse ataques en territorio europeo. Por otra parte, las inmensas reservas
de petróleo y gas de Libia, la convierten en clave para una seguridad
energética europea que hoy por hoy se encuentra amenazada por los sueños neo-imperiales
de Putin en Europa del Este. Además, queda claro que la actuación de la Administración
Obama hacia Libia seguirá siendo debatida en el seno de la política
estadounidense, con la posibilidad de que sea uno de los temas claves en las
próximas elecciones presidenciales, pudiendo llegar a ser una piedra en el
zapato para las aspiraciones presidenciales de Hillary Clinton en 2016, dado el
puesto que ocupaba durante el ataque al consulado de Bengasi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario