Prof. Eloy
Torres
Un irónico Hegel decía “…la historia nos enseña que
de ella no aprendemos nada”. Con la excepción de Alejandro Magno, ningún hombre
logró tanto poder e influencia como Napoleón. Su vida fue una novela, gustaba
decir. Dotado de una inteligencia, aprovechó las circunstancias que le ofreció
la historia; principalmente, de la Revolución francesa. Él fue no sólo un genio
militar, sino que destacó como el Estadista que modernizó a Francia. Creó el
Banco de Francia; alcanzó un concordato con El Vaticano, creó la Orden Legión
de Honor; impuso una reforma administrativa e introdujo la institución de la Prefectura;
reformó la educación al imponer el liceo; dio vida al todavía Código civil, del
cual es epónimo.
En pleno apogeo del poder fue, no sólo Emperador de
Francia; también Rey de Italia, protector de la Confederación del Rin, mediador
de la Confederación Helvética. Ejerció influencia sobre Holanda, España, a la
que invadió; un fracaso, como otros; pero, Napoleón Bonaparte se había topado
con la historia. Rodeado de mentes brillantes: Talleyrand, habilidoso
negociador internacional; Fouché, en las cuestiones de seguridad pública;
Decrés, en la Naval; Gaudón, al frente de la economía; Berthier, en materia de
guerra; y Portalis, en cultura, etc. Cada hombre cercano a él representaba el
ciclo del momento y era portador de su propia luz. Napoleón simplemente los encarnaba
y ellos ejecutaban. El no cambió a Francia, sino a toda Europa. Con cañones y pólvora intentó modernizarla, pero
también con instituciones propias del avasallante capitalismo que forzaba el
paso y se imponía en el Mundo. Tras su derrota en 1815, nada fue igual.
No obstante, dueño de una infalibilidad de creer en
su superioridad; no respetó los límites ni las proporciones de la historia,
como dice Kissinger. Condenado al triunfo, murmuraba con frecuencia, se empeñó
en atacar Rusia en 1812. Otro fracaso que señaló el inexorable inicio del agotamiento
del ciclo histórico que le permitió surgir como Napoleón, El Grande. Abdicó en
1814, tras ser derrotado y hecho prisionero. Escapó y, pretendiendo alargar su
consorcio con la gloria, retomó el poder. Fueron 100 días que le sumaron un
poco más de dramatismo a su leyenda, propia de la época. Pero, todo había cambiado.
Era muy tarde para comprenderlo. De nuevo, fue derrotado en 1815 y, enviado
prisionero a la inhóspita isla de Santa Elena, cerca del Africa, donde 6 años
después, murió en los brazos de la historia. Su gloria es irrepetible.
Lo que es permanente es el agotamiento que se
produce en los ciclos históricos que dan vida a los liderazgos políticos; por
mucho que algunos, abusivamente, pretendan hacer creer que éstos se pueden
extender. Napoleón fue grande no por destruir un Mundo, sino por construir
otro. En tanto que ciertos personajes en pleno siglo XXI, a quienes la suerte les
alcanzó para que destruyeran su Mundo; lo hicieron, pero se fueron sin
construir nada. Por lo que es válido el abuso de utilizar la frase de Marx:
“…Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la
historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de
agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”. ¿Habrá que leer historia?
@eloicito
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