Dr. Kenneth Ramírez
La
derrota de Evo Morales en el referéndum por el que pretendía reformar el
artículo 186 de la Constitución para poder optar a un cuarto período
presidencial en 2019, ha reivindicado el principio de alternabilidad en Bolivia.
Evo no
hizo bien los cálculos. Convocó a un referéndum reeleccionista cuando aún le
restan cuatro años para terminar su tercera gestión, y su pretensión continuista
aglutinó a todos los factores políticos y sociales en su contra, desde
liberales y conservadores, hasta indigenistas, ecologistas e izquierdistas
disidentes, que difícilmente se unirían tras una candidatura común. Este gran
frente realizó una campaña muy efectiva, apalancada en las redes sociales, y
centrada en la defensa de valores republicanos y denuncias de abusos de poder,
corrupción –caso Fondo Indígena- y tráfico de influencias –caso Gabriela Zapata-
que por primera vez afectaron la imagen del líder aymara. Por su parte, el
proyecto oficialista mostró agotamiento tras una década en el poder, y Evo
Morales no logró entusiasmar a los bolivianos con un proyecto de futuro –más
allá de la conocida “Agenda Patriótica 2025”. En este sentido, la campaña
oficialista habló de pasado y continuidad, al enfocarse en los logros
alcanzados –nacionalización del gas, mayor inclusión de los pueblos indígenas, cuadruplicación
del tamaño de la economía tras un crecimiento promedio de 5% en la última
década, y reducción de la pobreza desde 63% a 45%, y la pobreza extrema desde
38% a 17%- y subrayar el “liderazgo excepcional” de Evo como garante de la
estabilidad. Este conjunto de errores, favorecieron el despertar del tradicional
anti-reeleccionismo boliviano que hasta ahora Evo Morales había adormecido.
Aunque
ha sido el primer revés para Evo desde su llegada a Palacio Quemado, la derrota
del “Sí” por apenas 2,6% muestra una gran base de apoyo para relanzar su
proyecto y tener un rol clave en la elección de su sucesor. Surgen aquí figuras
como el Vicepresidente Álvaro García Linera, el Canciller David Choquehuanca, o
su exitoso Ministro de Economía, Luis Arce Catacora -quien ha logrado articular
socialismo con ortodoxia económica. No obstante, bien le valdría al oficialista
Movimiento al Socialismo (MAS) consultar a las bases y renovarse, tratando de
trascender la figura de Evo, ya que resulta muy probable que Bolivia encare una
coyuntura económica recesiva en los próximos años. Por otra parte, los votos
del “No” responden a distintas
corrientes y sensibilidades, y la oposición tiene ahora el enorme desafío de transformarse
en un proyecto alternativo unitario e inspirador. Ergo, no puede darse por
sentada una victoria de la oposición en 2019.
A
nivel regional, el revés de Evo viene a completar un cuadro que muestra el quiebre
de la hegemonía del bloque de izquierdas –la chavista y la lulista-agrupadas en
el Foro de Sao Paulo que ha marcado la política latinoamericana en los últimos
tres lustros. La izquierda foropaulista en el poder ha sufrido el impacto de la
caída de los precios de las materias primas y la concomitante ralentización
económica (de la “década dorada” 2002-2012 donde la región creció en torno al
4%, hemos pasado a un anémico crecimiento en torno al 1,5% en el período 2013-2016
jalonado por las recesiones de Brasil, Argentina y Venezuela) que le impide
seguir financiando su ambiciosa agenda social redistributiva. En este contexto,
la economía boliviana aunque ha seguido creciendo –4% en 2015 y 3,5% en 2016- y
tiene buenos indicadores macroeconómicos, ya muestra una clara desaceleración
debido a la caída de los precios del gas natural –talón de Aquiles de su modelo
rentista. Los ingresos por exportaciones de gas se redujeron el año pasado en
2241 millones de dólares (37%), al pasar de 6012,2 millones de dólares en 2014
a 3771,2 millones de dólares en 2015, según datos oficiales.
Además,
la izquierda foropaulista encara el debilitamiento de su liderazgo por la
ausencia de sus figuras simbólicas más carismáticas –ya no están Chávez, ni Lula,
ni Kirchner- y las carencias de sus sucesores; la pérdida de ímpetu de sus
proyectos que han dejado de traducir la utopía igualitaria en realidades
concretas; y la deslegitimación sufrida debido a los sonados casos de
corrupción.
Lo
anterior se evidencia concretamente, en la derrota de Alianza País en las
principales alcaldías de Ecuador en febrero de 2014 y el anuncio de Rafael
Correa de que no optará por la reelección en 2017; la victoria estrecha de
Dilma Rousseff en octubre de 2014, su ajuste económico liberal y la amenaza de
un juicio político por la trama de corrupción en PETROBRAS; la derrota del
kirchnerismo por Mauricio Macri en noviembre de 2015; la victoria de la MUD en
las elecciones parlamentarias de Venezuela en diciembre de 2015; el avance de
la oposición boliviana en los comicios regionales de marzo de 2015 y el
presente revés de Evo. Raúl Castro avizorando el cambio de viento, realizó su acercamiento
a EEUU, que tendrá un nuevo momento estelar con la visita de Barack Obama a La
Habana este 21 y 22 de marzo –un duro golpe al discurso “anti-imperialista” del
bloque.
Empero,
el fin del ciclo de la izquierda foropaulista está llevando a América Latina a
dar un giro complejo y pragmático hacia el centro, donde ninguna fuerza
política aún lidera claramente el cambio. Aunque los latinoamericanos se
muestran críticos con la izquierda en el poder, siguen identificándose con
pautas progresistas. Buscan nuevos líderes que rescaten los principios
republicanos para corregir la deriva autoritaria, luchen contra la corrupción,
recuperen el dinamismo económico con ajustes en el modelo de crecimiento
-demasiado centrado en la exportación de materias primas- y el relanzamiento de
la integración comercial; al tiempo que exigen conservar los avances sociales
de la última década, mejorar los servicios públicos, atender nuevos temas de
agenda como el cambio climático y la igualdad de género, y mantener la
autonomía política de la región. ¿Y usted qué opina?
Publicado originalmente en El Mundo
Economía y Negocios
@kenopina
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