Dr. Gustavo Palomares Lerma
Las
primarias y caucus que están teniendo
lugar durante estos meses en las filas republicanas con la confirmación
indiscutible de Donald Trump como candidato controvertido del Partido del
elefante probablemente sea el inicio de la esperada refundación conservadora
pero también puede llegar a ser un desastre para el orden liberal.
Se
equivocaban los que pensaban, después de los fracasos electorales sucesivos
ante Obama, que la revolución
conservadora -denominada
así por los sectores más radicales del republicanismo histórico- vendría de la
mano de Paul Ryan, Romney, Santorum, Gingrich o, incluso, de ese mal denominado
idealismo conservador que encabeza el grupo de “Intelectuales de la Defensa” de
la era Bush. Incluso el cambio generacional controlado que deseaba el establishment del Partido
propiciando el ascenso de figuras latinas prometedoras –teniendo en cuenta que
esta minoría ahora mayoritaria es la que estratégicamente pone o quita
presidentes- también ha fracasado ante el torbellino que está suponiendo el
“trumpismo” en la sociedad estadounidense.
Este
es un populismo de nuevo cuño muy diferente del que supuso el empresario texano
de éxito Ross Perot en los años noventa; surge en un escenario que encuentra en
el desánimo generalizado y en el odio ideológico sembrado frente a esta
Administración un buen caldo de cultivo para un nuevo estado de ánimo dentro de
estas huestes que se expresa en esta idea: “lo que tenga que pasar en estas
elecciones debe ser lo suficiente grande como para borrar de un plumazo todo
los agravios anteriores cometidos contra las esencias de la nación”. De esta
forma, en las filas republicanas que, desde hace más de dos décadas de fracasos
o liderazgos mediocres, se fue forjando ese sueño y por fin un hombre próximo y
de éxito, aunque un poco bocazas y demasiado excéntrico, lo encontró.
Trump
ha demostrado que él conoce más que las élites del Partido lo que quieren las
bases conservadoras. Y en justa correspondencia esas bases, votan por él, no
votan por el Partido Republicano. Eso es así porque esa ciudadanía
estadounidense soporte de los republicanos se encuentra sociológicamente a años
luz de las estructuras esclerotizadas del Partido. Los aires de cambio que
buscan el nuevo liderazgo que supone Trump, han roto esas leyes de
hierro -que
decía el gran teórico Robert Michells hablando de las estructuras partidarias-
de la oligarquía republicana.
Un Partido
que es víctima del monstruo que él mismo ha alimentado con iniciativas que suponían
un “vale todo” para socavar la labor política y legislativa de Obama. Incluso
propició y alentó el radicalismo reaccionario republicano fuera de las
estructuras del Partido, de grupos como el Tea Party que nunca consiguió romper el corsé de
las estructuras partidistas de los sectores tradicionales republicanos para que
toda la familia conservadora pudiera compartir el Apple Pie, ese símbolo
nacional en serio riesgo por los demócratas. Trump llegó sin ser invitado, él
solo se comió el pastel y encima derramó el Tea.
La
nueva estrella ascendente de la política estadounidense ha hecho una heterodoxa
pero muy eficaz revisión del discurso nacionalista y de los conceptos clásicos
de Dios, Providencia y Potencia; los sustituye por: éxito, éxito, éxito;
dinero, dinero dinero. Todo, a fin de cuentas, se resume en lo mismo. Su
discurso anacrónico es una combinación histriónica de esos chascarrillos
reaccionarios que se sueltan en las sobremesas de los clanes familiares
republicanos o en los corrillos más rancios a la hora del tea, elevados a la
categoría de soflama electoral y programa político.
Y
con todo este proceso ya irreversible respecto a un candidato alternativo
factible, ante una Convención sin margen de maniobra ¿cómo ubicar al elefante
Trump en la cacharrería de un Partido que debe combinar los jóvenes valores del establishment -Rubio- los maduros
carismáticos -Cruz-, con los viejos y no tan viejos dinosaurios, tan proclives
a seguir coqueteando de forma entusiasta con el Tea Party? El Partido Republicano
está en una muy difícil tesitura porque si no empieza a apostar ya -meses antes
de la Convención- de forma decidida por Trump en la carrera electoral para
frenar a Clinton, puede quedarse descolgado, desubicado y el vendaval trumpiano
ciudadano
y de delegados comprometidos se lo puede llevar por delante.
La
experiencia más remotamente parecida fue la de 1980 con Reagan: un candidato
que presentaba un currículum radical, pero con poco peso político específico,
distante de las raíces republicanas y que tampoco gozaba de los favores del
aparato del Partido. Aun así, llegó a ser, a gran distancia, el candidato y Presidente
de ese Partido de mayor popularidad, más amado y de mayor apoyo electoral desde
Eisenhower. Por cierto, otro candidato, el General, que se alejaba de la tradición
contemporánea que fijaran Presidentes como Teddy Roosevelt o Herbert Hoover.
¿Puede
pasar algo parecido con Trump? Para ello, sería inevitable llegar a un acuerdo
de todos estos sectores respecto a su candidatura que, con el apoyo electoral
que presenta, es muy factible; la posibilidad de incorporar un Vicepresidente
más institucionalizado y próximo al aparato dentro del ticket republicano, fruto de este
consenso de mínimos de estos sectores, puede ser una solución. La duda es saber
si una componenda de esa naturaleza, es capaz de resistir la primera embestida
de los excesos verbales de Trump.
A
tenor de los últimos sondeos (The Washington Post/ABC; CNN-ORC) la mayor parte
de los segmentos y estratos, así como las comunidades influyentes en el proceso
electoral: mujeres, jóvenes, latinos y, por supuesto afrodescendientes,
repudian y odian a Trump en un porcentaje nada despreciable; entonces, si no es
por el gran voto oculto no declarado y también por su capacidad de establecer
y/o comprar apoyos influyentes, es difícil explicar cómo ha llegado a donde ha
llegado con uno de los mayores apoyos populares tanto en las votaciones
cerradas como abiertas. Y todo parece indicar que ha llegado para quedarse.
Esto
es así, porque la recepción de su candidatura, pasa más por las percepciones
emocionales que despierta entre los electores y simpatizantes, que por sus
méritos, historial y experiencia. Todo ello, frente a una rival como Hillary
Clinton que es todo lo contrario: su experiencia y figura política es la
expresión más clara de los distintos itinerarios del poder.
Es
necesario tener claro que el enfrentamiento entre Trump y Clinton se produce en
uno de los momentos históricos de gran descontento y de mayor división en el
electorado por la gran polarización entre los candidatos; un escenario propicio
que encuentra en la desigualdad y el desencanto un buen caldo de cultivo para
el éxito de las posiciones más distantes y provocadoras frente al poder
político en Washington. El buen resultado de los candidatos más inesperados de
ambos Partidos en las primarias es buena prueba de ello y puede tener
continuidad –como demuestra su progresivo ascenso en las encuestas- incluso,
con el éxito inesperado de un xenófobo, misógino y paranoico en la carrera a la
Casa Blanca.
Publicado originalmente en El País
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