Dr. Kenneth Ramírez
Durante la última década,
Hugo Chávez fue una figura tanto central como controversial en los asuntos
latinoamericanos. Reflejo de ello fue el aluvión de condolencias recibidas, la
amplia cobertura de los medios de comunicación a nivel global, así como la
nutrida asistencia de líderes internacionales a sus funerales.
Hugo Chávez
nunca vislumbró su proyecto como meramente nacional. Desde su visión, era
necesario traspasar las fronteras para ofrecer una resistencia coordinada a las
fuerzas del capitalismo global dirigidas, a su entender, desde EEUU: el ubicuo
“Imperio”. Para lograrlo, primero revitalizó la OPEP, cambió la legislación
petrolera y se aseguró el control de PDVSA, aumentando así la capacidad económica
disponible de su gobierno. A partir de allí, desplegó una ambiciosa proyección
internacional basada en abundantes petro-dólares y su liderazgo carismático. En
sus 14 años en el Palacio de Miraflores, ingresaron alrededor de 383 millardos
de dólares por concepto de renta petrolera. Los petro-dólares venezolanos
reforzaron el carisma de Chávez, y lo mismo ocurría en sentido inverso.
Chávez podía en
efecto levantar toda clase de pasiones. Desde involucrar emocionalmente a
líderes tan disímiles como Uribe, Lula, Fox, Morales o el Rey de España, hasta
sacar lágrimas de seguidores y dirigentes de países tan lejanos como Bielorrusia,
Palestina e Irán. Gracias a ese carisma tan particular, a su elocuencia
discursiva y capacidad de convicción, logró envolver a diversos países en un
proyecto contra-hegemónico frente a EEUU, sus aliados y empresas
transnacionales. Pero el discurso no iba vacío, sino acompañado de mucho dinero
en efectivo o suministro petrolero.
A la renovada
cohesión de la OPEP tras la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno celebrada
en Caracas en 2000, se sumó el fuerte crecimiento de la demanda petrolera de
China en 2004, lo cual llevó el precio del petróleo a niveles iguales o
superiores a 100 $/Bl. Esto fue
aprovechado por el Presidente Chávez, para acumular recursos útiles en
la proyección internacional que diseñó. De ese modo, implementó medidas que
iban desde el apoyo petrolero –alrededor de 400 MBD- y financiero a los países
ALBA -principalmente Cuba-, los países PETROCARIBE, Argentina y el resto de la
región; hasta el polémico respaldo con diesel al gobierno de Assad en la guerra
civil siria o el apoyo diplomático a Irán y su programa nuclear. Además, se
lanzaron programas de asistencia social internacional que fueron a financiar
incluso a familias necesitadas de combustible para calefacción en EEUU a través
de CITGO.
Con este alto
perfil a nivel internacional, Chávez buscó obtener protagonismo, impacto y
capacidad de influencia en distintos países y regiones del Mundo, siempre en
aras de oponerse a la política estadounidense, a sus intereses y al capitalismo
global; así como esquivar las críticas o eventuales sanciones internacionales
por el modelo de democracia iliberal que fue instaurando paulatinamente en
Venezuela. Todo esto, sin dejar de vender petróleo a Washington, incluso en
plena guerra de Irak cuando pudo haber hecho mucho daño a la seguridad
energética de EEUU. Negocios son negocios…
Respecto al
llamado “socialismo del siglo XXI” en América Latina, es impensable decir que
nada cambiará. En principio faltará Hugo Chávez como líder carismático, capaz
de influir en las mentes y corazones de muchos en los foros internacionales.
Faltarán las pasiones que levantaba. Seguramente también faltará la base
política y la capacidad económica para movilizar a otros actores en torno a un
mismo proyecto alternativo. Rafael Correa cuenta con la base política y cierto
carisma para evitar que la ALBA quede huérfana, pero le faltarán los recursos
económicos. Evo Morales y Daniel Ortega adolecen de todos los requisitos;
mientras Cuba deberá ocuparse de su propia transición política, con el
anunciado cambio en la cúpula dirigente en el próximo lustro.
Empero, eso no
implica que ciertas cosas se transformen radicalmente de manera inmediata. Por
lo pronto, lo que sí quedará presente en la región, es la valoración por parte
de los países ALBA, y en menor medida de Argentina, Uruguay y Brasil, de que
resulta necesario equilibrar de manera coordinada la voluntad de Washington, y
que eso no puede cambiar tras la ausencia de Chávez. Quizás Brasil terminará
consolidando su liderazgo sobre toda la izquierda latinoamericana, lo cual
puede cristalizarse en un eventual segundo período de Dilma Rousseff –quien actualmente
lidera las preferencias electorales de cara a las elecciones de 2014.
Sin embargo, hay
que enfatizar que Venezuela misma no necesariamente pasará de un alto perfil internacional
a un repliegue absoluto. Evidentemente, los escenarios dependen del resultado
de las elecciones del 14-A, las cuales según las últimas encuestas, probablemente
serían ganadas por el Presidente Encargado Nicolás Maduro. En caso de que estos
pronósticos se confirmen, el propio Nicolás Maduro buscará asumir el liderazgo internacional
que deja el Presidente Chávez, ya sin la figura y sin el carisma de aquél; pero
aún con recursos económicos que resultan cruciales para los países de la ALBA,
y con el conocimiento de los líderes de la región y la política exterior de
Chávez –al haber sido su Canciller por seis años.
En este
escenario, lo que habremos de ver en los años que siguen, será el intento por
parte de Nicolás Maduro por aglutinar en torno al legado de Chávez a los países
ALBA, intentando demostrar que este mecanismo de coordinación política e
ideológica sigue teniendo vigencia y sentido. En cambio, los adversarios de los
países ALBA, que no son pocos, intentarán demostrar lo contrario.
No obstante,
también podríamos empezar a observar a una Venezuela relativamente menos
volcada a lo externo. Esto debido a la imperativa necesidad de un nuevo
gobierno encabezado por Nicolás Maduro de atender una complicada agenda
doméstica, a saber: la restructuración del gobierno y el proyecto político ahora
sin Chávez, la gestión de una transición política ordenada y la necesidad de conservar
la unidad al interior de la élite política chavista; así como resolver los
problemas económicos inmediatos y fortalecer la capacidad de producción de PDVSA.
Si este es el caso, la política exterior venezolana podría moderarse, la ALBA
perder importancia frente a MERCOSUR/UNASUR como mecanismo de relacionamiento
externo, y podría alcanzarse una relación con EEUU basada en el respeto mutuo y
el pragmatismo.
Existe otro
escenario, hoy por hoy menos probable según las encuestas, pero igualmente
posible. En el caso de que fuese Henrique Capriles Radonsky quien ganase las
elecciones, seguramente las cosas cambiarían no sólo en lo interno, sino también
en lo externo. Muy probablemente, en este escenario, Venezuela transitaría
hacia una relación de mayor cooperación con EEUU, y reduciría al mínimo sus
relaciones con Cuba, además de abandonar la ALBA. Las relaciones con Brasil y
Argentina mantendrían un buen nivel por motivos pragmáticos. No sería
recomendable en este escenario, que Venezuela se retire de MERCOSUR para
re-ingresar a la CAN, que hoy por hoy, no es un mecanismo de integración
privilegiado por el resto de sus Estados miembros, e implicaría nuevos costos
para el país. En lugar de ello, se debería
buscar profundizar los mecanismos de adaptación y re-negociar aspectos
puntuales que sean lesivos a nuestros intereses.
Independientemente
de los resultados de las elecciones del 14-A, resulta deseable que Venezuela
logre reactivar su producción petrolera –estancada en los últimos años-, manteniendo
la cohesión de la OPEP y el diálogo con los países consumidores; lo cual
supondría apuntar a una política prudente y equilibrada, que defienda adecuadamente
nuestros intereses como país productor y mantenga un buen clima en las
relaciones con nuestros socios y clientes en el mercado petrolero global.
Asimismo,
resulta muy importante construir en los próximos años, un amplio consenso en
materia de política exterior entre las principales fuerzas políticas y actores
de la sociedad civil, que permita corregir excesos de voluntarismo o extremismo
ideológico, y evite cambios bruscos que deterioren nuestra credibilidad externa
y genere nuevos costos. En este sentido, consideramos recomendable privilegiar
el MERCOSUR como mecanismo de integración y concertación política, procurando
su relanzamiento y ampliación hacia el resto de América del Sur –en franca
convergencia con UNASUR. En este contexto, Venezuela debe jugar al equilibrio
con los Estados pequeños y Argentina frente a Brasil como potencia emergente,
al tiempo que mantiene el buen nivel alcanzado en las relaciones bilaterales
con Brasilia en los últimos años.
A partir de
allí, podemos desplegar una agenda externa inteligente, la cual implica desde abrir
un nuevo capítulo en las relaciones con EEUU basado en el pragmatismo y el
beneficio mutuo, hasta impulsar una renovación del sistema interamericano,
catalizar un acuerdo de asociación entre MERCOSUR y la UE, y consolidar vínculos
interregionales y bilaterales con Asia, Rusia, los Países Árabes y África. Todo
esto implica una adecuada combinación de los enfoques del regionalismo,
interregionalismo y multilateralismo, que permita apalancar nuestro desarrollo
nacional y consolide la proyección externa de Venezuela como potencia media en
la próxima década.
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