Victor Hugo Matos
El sureste asiático
siempre ha sido un escenario constante de conflictos políticos y militares, que
se remontan a las luchas entre la antigua China imperial y Corea, los intentos
del Japón feudal de expandirse más allá de las islas o las guerras al sur de Asia.
De estos constantes terminaron por
surgir dos actores importantes en la región como son China y Japón, cuya
rivalidad influyó en la estructuración del escenario geopolítico actual de la
zona, dado el empuje de sus intereses y liderazgos.
La rivalidad
sino-japonesa se ha caracterizado por una fuerte competencia entre ambos Estados
que además de las usuales diferencias en los aspectos comerciales o políticos,
se exacerba debido a las disputas territoriales como las de las islas Sensaku /
Diaoyu, que abren viejas heridas históricas entre ambos países, que se remontan
a la participación del imperio japonés en la rebelión de los Bóxers en China y
a las dos guerras sino-japonesas. Esta rivalidad, que había estado latente pero
era controlada por la interdependencia económica que existía entre ambos
países, empezó a tomar fuerza durante la Administración de Juinichiro Koizumi
cuya posición abiertamente nacionalista y su revisionismo sobre el estatus de
las autodefensas japonesas generó fricciones con el gigante asiático, situación
que parece repetirse de forma más pronunciada con el
sucesor de Koizumi al frente del Partido Democrático Liberal, Shinzo Abe.
No obstante, a
primera vista esta no parece ser razón suficiente para que los gobiernos de
ambos países permitan o hasta favorezcan la aparición de una retorica agresiva
con visos nacionalistas, muy propios del siglo XIX; lo cual, lleva a pensar que
la verdadera causa de esta conflictividad se encuentra en un choque entre las visión
de Japón y China respecto al futuro del sureste asiático y del continente en
general.
Vemos de un lado que
la imagen de “ascenso pacífico” que siempre intentó vender China al resto del Mundo
resulta cada vez más difícil de mantener, sobre todo cuando el gigante asiático
asume actitudes agresivas a la hora de lidiar con problemas territoriales con
vecinos grandes y pequeños, a la vez que la presencia de EEUU y su nueva visión
estratégica del “pivote al Pacífico”, la cual se apoya en su relación con
varios países de la región como Japón, genera mucha suspicacia en Beijing,
cuyas autoridades consideran cada vez más importante el poder duro como
herramienta para lidiar con amenazas y para imponer intereses en la zona, aún a
costa de aumentar su percepción como amenaza para el resto de los países de la
región.
Del otro lado, la Administración
Abe en Japón está liderando un cambio en la visión estratégica sobre el papel
de Japón para la región, permitiendo así
romper el letargo en el que había estado sumido este país desde la década
perdida de los años 80 y que sólo Koizumi pudo quebrar brevemente. Esta nueva
visión, pasa por un renovado esfuerzo de Tokio por redefinir el papel de las
autodefensas japonesas para ampliar su margen de acción frente a cualquier
posible conflicto y permitir un apoyo más efectivo a cualquier operación que
realicen los EEUU en la zona; lo cual coincidiría, con el hecho de que en mayor
o menor medida Japón ha intentado mejorar sus relaciones y resolver sus
diferencias con algunos Estados en la región, que también se sienten amenazados
por las intenciones del gigante asiático, como la India, Vietnam o las
Filipinas.
En conclusión, nos
encontramos con que se están produciendo cambios geopolíticos interesantes en
el sureste asiático, impulsados en gran medida por esta competencia entre China
y Japón, la cual va redefiniendo poco a poco el equilibrio político en la región,
obligando a los países a alinearse, muchas veces y de forma muy sutil, en
contra de China.
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