Dr. Kenneth
Ramírez
La “Primavera Árabe” en
2011, que abrió tantas esperanzas con la caída del rais Hosni Mubarak, ha dado paso a una tormenta de arena en Egipto.
El 3 de julio de 2013, con la deposición del primer mandatario escogido en
elecciones democráticas, Mohamed Morsi, a manos del Ejército y con el respaldo
de parte de la población, ha abierto un escenario de gran incertidumbre y
violencia. El gobierno interino encabezado por el juez Adly Mansour y
respaldado por el Ejército no ha iniciado un nuevo proceso de transición inclusivo,
sino que ha intentado imponerse por la fuerza, tal como demuestra la escalada de
víctimas en las protestas: 36 muertos el 5 de julio, 50 muertos el 8 de julio,
80 muertos el 27 de julio, y finalmente, la masacre de más de 600 muertos el
pasado 14 de agosto.
En respuesta, el Presidente
Obama canceló un ejercicio militar conjunto con el Ejército egipcio, previsto
para el próximo mes, y ha asomado como amenaza tácita que la ayuda militar estadounidense
-1,3 millardos de dólares- podría ser congelada. Esto constituye una dura
amenaza a los líderes de Egipto, en particular para el poderoso Ejército y su Comandante,
el General Abdel Fatah al-Sissi, que arriesgan un importante aliado que le
proporciona entrenamiento y fondos.
Empero, la situación sigue
siendo un problema difícil para EEUU, que quiere seguir teniendo en Egipto un
aliado, ya que es el país más poblado del Mundo árabe, y resulta clave para
garantizar la seguridad de Israel y tener acceso al Canal de Suez –que junto al
oleoducto SUMED, facilitaron el tránsito de 3 millones de barriles diarios de
petróleo y productos derivados en 2012. La Administración Obama aceptó, pero
nunca se hizo grandes ilusiones, con el depuesto Presidente Morsi debido a su
islamismo político. Cuando los militares derrocaron a Morsi, EEUU se abstuvo de
calificarlo como “un golpe de Estado”, para evitar un congelamiento automático
de la ayuda bilateral y tener margen para influir en los acontecimientos.
Recientemente, EEUU ha señalado que si bien Morsi fue elegido democráticamente,
su gobierno no era incluyente y no respetaba las opiniones de todos los
egipcios. Es decir, tenía legitimidad democrática de origen pero había perdido
legitimidad democrática de ejercicio, un tema sumamente complicado que está
demostrando cada vez más que requiere reflexión y desarrollo en los organismos
internacionales. Sin embargo, la Administración Obama tomando en cuenta la gran
penetración social y representatividad política de los Hermanos Musulmanes,
instó al gobierno interino y al Ejército a llamar a la reconciliación nacional,
pero éste último ha lanzado en lugar de ello, una ofensiva para afirmarse en el
poder, hasta el punto de tener que volver a imponer el estado de emergencia por
un mes, el cual recuerda a los egipcios los días de la dictadura de Mubarak.
La UE ha condenado la
violencia y ha llamado a la moderación. Pero los aliados internacionales de los
Hermanos Musulmanes, y sobre todo, el Primer Ministro de Turquía, Recep Tayyip
Erdogan, ha sido más estridente al señalar que EEUU y la Unión Europea están “a
punto de fallar la prueba de la democracia” en el Medio Oriente, y ha llamado a
su Embajador a consultas. Además, a instancias de Erdogan se ha efectuado una
reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y la
Presidencia pro témpore argentina ha llamado a poner fin a la violencia y ejercer
la máxima moderación.
Venezuela ha retirado su
Embajador en Egipto, Victor Carazo, este 16 de agosto y ha abogado por el
regreso de Morsi al poder. Esto además de irrelevante y utópico a estas
alturas, nos hace tomar partido innecesariamente y nos coloca una vez más en la
otra acera de Arabia Saudita, Kuwait y Emiratos Árabes –porque seguimos
respaldando a Assad en Siria. Esto ya ha
generado una reducción de nuestro margen de maniobra en la OPEP, cuando
justamente nuestra posición geográfica nos invita a mediar al surgir conflictos
entre nuestros socios petroleros que puedan menoscabar la cohesión política de
la Organización. Lo idóneo es respaldar desde la ONU, los esfuerzos de
la Comunidad Internacional para buscar el cese de la violencia, la
reconciliación y una transición política pacífica en Egipto.
De hecho, EEUU, la Unión
Europea, Emiratos Árabes y Qatar han realizado gestiones diplomáticas para
alcanzar un compromiso entre el gobierno interino y los Hermanos Musulmanes
desde la salida de Morsi, pero han sido hasta ahora en vano.
En todo el Mundo, desde
China hasta España, han llamado al diálogo. Alemania y Francia han anunciado
que revisarán sus relaciones con El Cairo. Pero la presión internacional se ha
mostrado hasta ahora insuficiente. El Ejército egipcio ha cruzado la línea de
lo tolerable con el propósito de mantener sus privilegios como “Estado
profundo”: a fin de cuentas ellos han gobernado el país del Nilo desde el
derrocamiento del Rey Faruk en 1952. El gobierno interino ha insistido en que
tiene una hoja de ruta para el retorno de Egipto a la democracia a través de
elecciones dentro de seis meses, aunque muchos, y en especial los Hermanos
Musulmanes después de la masacre, dudan de que esto se cumpla realmente.
La figura clave es el
General al-Sissi, quien con la popularidad que le dio la deposición de Morsi y
la fuerza de las armas, es el actual hombre fuerte de Egipto. No obstante,
justo por esto, quizás el General al-Sissi ya esté pensando en permanecer en el
poder. Bien sabe que EEUU le necesita y Arabia Saudita –incómoda con los
ensayos democráticos tras la “Primavera Árabe”- puede ofrecerle ayuda
financiera al menos temporalmente. Además, la historia reciente de Egipto le
puede estar tentando a creerse el siguiente en la línea de los rais militares después de Nasser, Sadat
y Mubarak. Sin embargo, las numerosas víctimas deberían prevenirle contra
cualquier ilusión de regresión autoritaria.
A menos que Turquía y Qatar
como aliados de los Hermanos Musulmanes, y Arabia Saudita, Emiratos Árabes y
EEUU como aliados del Ejército, junto a la Unión Europea, presionen con
contundencia hacia un compromiso político efectivo en torno al cese la
violencia, la adopción de una constitución inclusiva y la celebración de
elecciones libres y justas en el primer trimestre de 2014, Egipto puede
descarrilarse irremediablemente. La tormenta de arena abriría así paso al peor
escenario: un caluroso verano marcado por la guerra civil, cuyas consecuencias
se sentirán en todo el Medio Oriente y el Mundo.
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