José Miguel De
Sousa Costa
El Ártico
se está calentando más rápido de lo que los científicos esperaban debido al
Cambio Climático –el doble que el resto del planeta. La
extensión del hielo marino del Ártico,
que se funde hasta alcanzar su nadir cada mes de septiembre, ha disminuido de manera constante durante las últimas tres
décadas. Los años 2007-2013 vieron los seis
niveles más bajos desde que empezaron
a registrarse imágenes por satélite en 1979. En general, la
capa de hielo ha retrocedido un
40% durante este período, siendo además, cada vez más delgada y vulnerable.
El
deshielo del Ártico ha empezado a plantear la posibilidad de explotar las
importantes reservas de hidrocarburos, recursos pesqueros y rutas marítimas –que
podrían reducir 40% del tiempo de la navegación entre Asia y Europa-, lo cual
genera una situación aún más compleja en cuanto a la degradación de esta
maravilla natural. Debemos tomar en cuenta que los sujetos principales en esta
situación son los Estados ribereños -sobre todo EEUU y Rusia como potencias-, junto
a empresas transnacionales, los que empiezan
a mostrarse interesados en colonizar una región donde no existe una
delimitación territorial clara. No obstante, debemos agregarle otros actores -de
los cuales se habla menos o no se toman en cuenta en la mayor parte de los
análisis- como los pueblos indígenas, poblaciones locales y los grupos ecologistas,
que defienden la idea de nombrar esta región como un santuario internacional -repitiendo
la experiencia de la Antártida- para proteger su delicado ecosistema.
A
mediados de marzo de 2014, el Parlamento Europeo aprobó una importante resolución
impulsada por Greenpeace, donde promueve el nombramiento del Ártico como
santuario internacional, lo cual también es apoyado por Finlandia –un Estado
vecino de la región, aunque no directamente ribereño. Esto ha constituido un
primer paso para proteger la región, ya que ha colocado el tema en la agenda del
Consejo de la Unión Europea y el resto de las instituciones comunitarias; y ha
supuesto un primer freno moral a otros países ribereños como Rusia, que ya alimentan
la carrera por la explotación de los recursos del Ártico. De hecho, el Presidente
Putin nombró “Héroe de la Federación Rusa” al explorador y oceanógrafo Arthur
Chilingárov en febrero de 2008, quien colocó con un submarino científico una
bandera de titanio con los colores de la bandera rusa en el fondo del Ártico con
el objeto de reclamar una extensión no delimitada en nombre de Moscú, al viejo
estilo siglo XVI.
Lo cierto es, que cada vez
más, los recursos del Ártico atraen más a los Estados ribereños y a las empresas
transnacionales, quienes toman posiciones y ultiman sus estrategias de asalto a
este océano interior rodeado de continentes.
Colonización: La explotación de los recursos del Ártico podría
intensificarse en los próximos años, lo que provocará toda una ola de cambios
al Norte del círculo polar. Los barcos necesitan un apoyo logístico, puertos,
infraestructuras, trabajadores que vivan en la zona. El Ártico se transformaría
así en una zona ocupada como el resto del Mundo, afectando la región con actividades
contaminantes y degradantes, aumentando los niveles de riesgo ambiental en este
hábitat.
Recursos
naturales: El
deshielo del Ártico abre la puerta a la explotación de unos recursos que hasta
hace poco eran inaccesibles o al menos, demasiado caros. La escalada de los
precios del crudo y el gas, la inestabilidad política de los actuales
proveedores y la sed energética global hacen que recursos que hasta hace poco
carecían de interés se encuentren ahora en el punto de mira. ¿Existe alguna
posibilidad de compatibilizar la explotación de estos recursos con la conservación
del ambiente? La respuesta a esta pregunta no es fácil, y existen antecedentes con
graves consecuencias en zonas aledañas, como el derrame del buque petrolero Exxon Valdez en Alaska en 1989, con un alto impacto al ecosistema
ocasionado por el vertido de 250 mil barriles de crudo.
Se
calcula que existen en el Ártico unos recursos prospectivos de hidrocarburos cuantiosos:
90 millardos de barriles de petróleo -13% del total mundial-, unos 47 billones
de metros cúbicos de gas natural y cerca de 44.000 millones de barriles de
petróleo equivalentes de líquidos de gas -30% del total mundial. De estas
reservas, aproximadamente un 84% estaría en áreas costa afuera. En este
sentido, debemos recordar desastres ecológicos como los provocados por el
derrame de la plataforma petrolera Deepwater Horizon en aguas profundas del Golfo
de México en 2010 y el vertido de la plataforma petrolera Transocean en aguas
profundas de Brasil en 2011, lo cual muestra los riesgos de la explotación
petrolera costa afuera.
Otro
dato a tener en cuenta es que, de los cinco Estados ribereños que se reparten el
Ártico (Rusia, EEUU, Canadá, Dinamarca debido a Groenlandia, y Noruega), es
Moscú el gran beneficiado, ya que tiene las plataformas continentales más
amplias con centenares de kilómetros poco profundos donde la perforación es más
sencilla, hay menos hielo durante el verano y se puede acceder más fácilmente. Además,
hay muchos ríos que fluyen desde territorio ruso, lo cual promete ricos yacimientos
adyacentes debido a la acumulación de gran cantidad de materia orgánica. Por
ello, la empresa petrolera rusa Rosneft en alianza con la británica BP, ya ha
empezado a realizar exploraciones en el área.
Riesgos ambientales: La capa helada del océano Glacial Ártico podría desvanecerse. Este
hecho traerá consecuencias tanto a escala regional como global. Ya hemos
señalado que el Cambio Climático se ha convertido en un aliado inesperado de la
prospección petrolífera, con sus considerables riesgos.
Empero,
la propia desaparición de la gran losa helada que ha cubierto durante millones
de años el Ártico tendrá sus repercusiones globales. Su blanco eléctrico
refleja hasta un 80% de la luz que le llega. Con su desaparición, esa radiación
será absorbida por el océano, lo que producirá que se acelere el calentamiento
global. Ese calentamiento de las aguas puede provocar, que se debilite la
capacidad del océano para actuar como sumidero de CO2, o producir la
desaparición de especies importantes.
Entonces, cabe preguntarse si el
futuro del Ártico estará dominado por la carrera geopolítica, la explotación de
los recursos y la degradación ambiental; o si por el contrario, será una región
cuya riqueza ambiental e importancia para el ecosistema global generará una
dinámica de cooperación internacional, la cual permita como mínimo catalizar su
desarrollo sostenible, por no hablar de un enfoque conservacionista maximalista
que la declare santuario internacional siguiendo el modelo de la Antártida.
En este sentido, el fortalecimiento
del Consejo del Ártico establecido en 1996 como foro para catalizar la cooperación
entre los cinco Estados ribereños, los tres Estados vecinos inmediatos –Finlandia,
Suecia e Islandia-, y pueblos indígenas, resulta clave para el futuro de la
región y de todo el planeta.
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