Prof. Eloy Torres
La
diplomacia es pasión y requiere, como ejercicio, de la prudencia. El
diplomático debe serlo siempre. Hay algunos de éstos que han sido muy prudentes
en su actividad y no son narrados por la historia. Ejemplo: George Vasilievich Chicherin,
el Comisario
del Pueblo para Asuntos Exteriores de la Rusia Bolchevique y luego de Ministro
de Exteriores de la URSS hasta 1930. Murió en 1936. Su origen era aristócrata,
que no proletario; e incluso su padre trabajópara el Zar.
Fue un conocedor de la historia,
clave para ese desempeño y un políglota, pero, sobre todo, dominaba, el
lenguaje del silencio. Adhirió al proceso bolchevique en 1918. Trabajó con
Trotsky a quien sustituyó por estar éste contra la firma de la Paz de Brest Litovsk
con Alemania. Ese tratado marcó la salida de Rusia de la guerra y un respiro a
su gobierno. Se acordó intercambiar espacios territoriales del viejo imperio
por paz. Chicherin fue quien, con tino y prudencia, logró ese acuerdo.
La historia nos habla de los tradicionales vínculos
de Rusia con Alemania. Chicherin fue un exponente de esa alianza contra
Inglaterra. No escatimó esfuerzos en procurar la paz con los enemigos de su
Revolución. Buscó, con lenguaje sereno y respetuoso, el reconocimiento
internacional de la Rusia bolchevique. La conflictividad con ella por una
multiplicidad de países y la misma guerra civil no fueron escusas para el
lenguaje procaz, escatológico y vulgar. Por el contario. Su objetivo y el de
Lenin era la consolidación del poder soviético. La Conferencia de Ginebra en
1922 acordó el Tratado de Rapallo con Alemania. Éste fue muy importante para
Rusia. Se materializó su reconocimiento internacional y rompió el encierro.
Chicherin inició un complejo y seguro proceso de reconciliación con Irán y
Turquía. El aislacionismo se minimizaba.
Chicherin un aristócrata, prestado al comunismo. Lo
hizo por amor a su misteriosa Rusia. Un virtuoso del oficio que supo conciliar diplomacia
con revolución, pero, sin caer en el lenguaje rastaquouère tan en boga en ciertos procesos
similares, por lo menos por el nombre. Esto último debido a lo que señala Timothy
Edward O’Connor, en su libro “Diplomacy and Revolution”. Este habla de la imposibilidad
de compatibilizar ambos conceptos. Hoy, lamentablemente en Venezuela, vemos
como se degrada el lenguaje y este oficio, incluso por quienes, alguna vez,
fueron unos fanáticos social-cristianos y mostraban, entonces, una finura y
exquisitez, propia de la diplomacia versallesca; hoy visten el traje
revolucionario perfumado con esencias poco agradables al olfato. Olvidan que
este oficio requiere ser dueño de lo que se piensa y esclavo de lo que se dice.
La historia no perdona, ni siquiera por la revolución.
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