Dr.
Felippe Ramos
Hace tres años, en la ocasión de la Cumbre de Cartagena el 2012, escribí
el artículo “Cumbre de las Américas: el fracaso como éxito”. En aquel entonces,
la Cumbre Iberoamericana, liderada por España, contaba con baja adhesión de los
Jefes de Estado de los países de la región, mientras las cumbres latino o sur
americanas (CELAC, UNASUR) contaban con la presencia de todos. La OEA era
cuestionada y la Cumbre de las Américas, liderada por los EEUU, terminaba sin
consenso, sin declaración final, con retos a la autoridad de la potencia y, en
el caso específico de Cartagena, con las ridículas escenas de la Secretaria de
Estado Hillary Clinton bailando salsa en una disco llamada “Havana” y los
agentes de la CIA con prostitutas latinas en un hotel de lujo. De ese modo,
desde la Cumbre de Mar del Plata (2005), en donde líderes carismáticos de
izquierda (Lula, Chávez, Kirchner) lograron bloquear las negociaciones del
ALCA, hasta el 2012, el aislamiento hemisférico de EEUU y las políticas
integracionistas eran las claves para la comprensión de la política
internacional en la región. El fracaso de la cumbre con participación de los
EEUU era el espejo del éxito de la nueva ola integracionista latinoamericana.
Por supuesto, existían razones muy objetivas por las cuales los EEUU
decidieron cambiar sus apuestas. Desde los atentados del 2001 en Nueva York, el
Medio Oriente era de nuevo el centro de la atención del Departamento de Defensa
y del Departamento de Estado. La elección de presidentes de izquierda y
centro-izquierda en países latino-americanos crearon dificultades adicionales a
la política multilateral de EEUU hacia la región, lo que resultó en la decisión
por negociaciones bilaterales con miras a firmar tratados de libre comercio
(TLC) más modestos pero más efectivos en el corto plazo que las interminables
negociaciones con 35 países con la posibilidad de que uno o algunos países,
incluso los pequeños, pudiesen vetar los esfuerzos construidos a lo largo de
años. Mientras se ocupaban de otras partes del globo, los EEUU intentaban
apoyar o usar el liderazgo regional brasilero, como en el caso del comando de
las tropas de la ONU en Haití o para complejas negociaciones políticas con
países desafiadores de la potencia hegemónica, como Venezuela, Ecuador y
Bolivia.
El crecimiento económico brasilero legitimaba esa coordinación
implícita, con la diplomacia presidencial de Lula, el aumento de la cooperación
sur-sur brasilera y la financiación del BNDES a la internacionalización de
empresas brasileras de los sectores servicio y comercio. Bajo liderazgo
brasilero fue creada la UNASUR congregando todos los países sudamericanos,
incluso los de orientación liberal, hacia una agenda de integración física en
los sectores infraestructura de transporte, energía y telecomunicaciones,
debido a los ingresos permitidos por el “boom de las commodities”, es decir,
los altos precios de las materias primas en el mercado internacional. Países
que solían vivir bajo la maldición del subdesarrollo debido a la dependencia de
la exportación de productos de bajo valor agregado hacia países desarrollados
ahora surfeaban la inversión de los términos de intercambio, con la
sobrevaluación de sus materias primas. Esa convergencia de precios altos de
commodities y gobiernos populares hizo posible la distribución de la renta y la
reducción de desigualdades perversas. Ese fue el tiempo mágico del lulismo y
del chavismo, o sea, dos estrategias políticas que atraían otros países para
sus modelos y que terminó por diseñar la gran alianza integracionista
lulismo-bolivarianismo en la región.
La coyuntura, sin embargo, ha cambiado desde la última cumbre el 2012.
El soft landing chino (“aterrizaje
suave”, o reducción del ritmo de crecimiento económico) ha tenido como
consecuencia la caída de los precios de las commodities. La economía
estadounidense se recupera, con el fin del quantitative
easing (emisión de moneda por el FED) y la sobrevaluación del dólar frente
a las demás monedas nacionales, con impacto fuerte en Rusia, Brasil, Venezuela
y muchos otros países. Además, la región se encuentra sin los liderazgos
fuertes o, podemos decir, en una fase pos-carisma, con marcada ausencia de la
diplomacia presidencial que fue rasgo fundamental de los tiempos de Lula,
Chávez, Néstor Kirchner y Mujica. Fuertes dificultades económicas y políticas a
nivel doméstico en los países que sostienen el MERCOSUR (el caso de corrupción
en PETROBRAS en Brasil, el caso Nisman en Argentina y los fuertes desajustes de
la economía en Venezuela con sus impactos políticos) añaden el elemento
necesario para que los bloques de integración se tornen blancos de ataques: ¿Quiénes
podrían financiarlos?, ¿Cuáles serían los nuevos lineamientos estratégicos? ¿Siguen
siendo viables?
Cuando todo ya parecía suficientemente difícil, los EEUU regresan al
juego. Primero, con el anuncio del histórico proceso de acercamiento
diplomático con Cuba tras año y medio de negociaciones secretas llevadas a cabo
en Canadá con intermediación de la Santa Sede. Lo que puede ser interpretado,
por un lado, como victoria latinoamericana por la histórica demanda regional
del fin del aislamiento del país comunista, puede ser visto también como
estrategia norteamericana de superar los escollos diplomáticos en la región y
abrir un nuevo sendero en su estrategia hemisférica. Hay que recordar que las
negociaciones empezaron justo tras la muerte del Presidente venezolano Hugo
Chávez y significa que el pragmatismo cubano indicó que no sería prudente
seguir dependiente de la ayuda suministrada por Venezuela a través de
PETROCARIBE. Además, con la caída de los precios del petróleo, los EEUU
anuncian también una nueva iniciativa de cooperación energética en El Caribe, a
partir de la visita de Barack Obama a Jamaica, en más un movimiento para
reducir el poder político y diplomático de Venezuela. Poco antes, los EEUU ya
habían anunciado nueva ronda de sanciones a ese país. Divulgada en fecha
cuidadosamente escogida, tras intento de mediación de la UNASUR con las labores
de cancilleres suramericanos, entre ellos el brasilero, las sanciones indicaban
que los EEUU estaban dispuestos a recuperar su poder de agenda setting (establecimiento de agenda) en la región. De hecho,
la Cumbre de Panamá tuvo como temas fundamentales el acercamiento diplomático
con Cuba y las sanciones a Venezuela.
A Brasil no le quedó mucho: El país no tuvo el liderazgo que solía tener
en esas ocasiones y al final anunció la visita de trabajo de la Presidente
Dilma Rousseff a EEUU para junio de ese año, tras la suspensión de la visita de
Estado luego del escándalo de espionaje divulgado por Edward Snowden el 2013.
Para no quedar sólo luchando contra el gigante, Venezuela ha anunciado su
disposición de también conversar con los EEUU. En términos económicos, la nueva
presencia en la región permite a los EEUU una búsqueda de la recuperación de su
capacidad de disputar espacio con los chinos, que han alcanzado el puesto de
primero o segundo socio comercial en muchos países latinoamericanos y caribeños
en los últimos años.
Por lo tanto, la integración regional necesita ser repensada y
reinventada, ahora llevando en consideración el innegable regreso de los EEUU
al ajedrez hemisférico. La peor decisión para los que defienden esa agenda
sería negar la nueva realidad.
Publicado originalmente en América Economía
@felippe_ramos
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