Carlos
Pozzo
La Organización de los
Estados Americanos (OEA), como toda institución internacional creada a
semejanza de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), padece de lo que
podría denominarse “Síndrome del Estado Parte”, condición que afecta o podría
afectar el funcionamiento de los principales órganos de gobierno del cuerpo
multilateral. El convenio constitutivo de la OEA, al igual que los de la
mayoría de las organizaciones intergubernamentales, atribuye una importancia
crucial al “Estado Parte” al convertirlo en el eje fundamental sobre el que
giran las decisiones y las acciones de la institución multilateral en toda la
dimensión interamericana.
El aspecto controversial de
esa atribución es que el “Estado Parte” suele ser representado por un gobierno
que, en determinadas circunstancias, asume intereses contrarios a los de la
mayoría de sus gobernados, como quedó en evidencia con el caso de Venezuela y
el ofrecimiento de la OEA para enviar una misión técnica de observación
electoral en la víspera de los comicios parlamentarios realizados el pasado 6
de diciembre. Como se recordará, la reiterada exigencia de la Mesa de la Unidad
Democrática (MUD) para que se aceptara el ofrecimiento de la OEA fue rechazada
por el Consejo Nacional Electoral (CNE) que, actuando como apéndice del Poder
Ejecutivo, se alineó con el sector oficialista y con la posición del gobierno que,
en su condición de representante del “Estado Parte” y con base en una motivación
más política que técnica, se opuso a la solicitud para que la OEA desplegara
una misión de observación electoral como instrumento para generar confianza en
los resultados de dichos comicios.
Tomando en cuenta la incidencia
jurídica y política del principio del “Estado Parte”, la postura asumida por el
Secretario General de la OEA, antes y después de ese memorable suceso, reviste
una incuestionable importancia. Almagro ha dedicado horas extras de trabajo al caso
de Venezuela, en vista del empeño del gobierno de Maduro en desconocer la
autoridad constitucional del Poder Legislativo derivada de la masiva voluntad
popular que se expresó en diciembre. La constante violación del orden
democrático venezolano por el Poder Ejecutivo obligó a Almagro a resolver el
dilema que impidió a sus antecesores desempeñarse con el coraje que reclama la
solución de una crisis política. Es decir, dilucidó el dilema que le impedía al
funcionario internacional trabajar en consonancia con las decisiones y
orientaciones de los “Estados Partes”, que a la postre son sus mandantes por
haberlo elegido como Secretario General, y al mismo tiempo, desempeñarse
honrando el compromiso de defender y promover los principios y valores
fundamentales que están consustanciados con la existencia misma de la
organización, es decir, con la democracia y los derechos humanos.
El significativo impacto que
en el ámbito nacional e internacional ha producido la resuelta actitud de Almagro
ensu condición de Secretario General de la OEA le ha elevado el costo político al
gobierno de Venezuela, mientras que ha colocado en una posición de fortaleza a
la oposición democrática. Los múltiples llamados a la solución de la crisis
venezolana por parte de gobiernos, instituciones y personalidades con
reconocida influencia en la política internacional se produjeron con mayor
intensidad a raíz de la última e inusual carta remitida directamente a Maduro.
La misiva de Almagro proporciona, por su
crudeza y determinación, un importante camino que puede conducir hacia la justa
valoración jurídica y política de los instrumentos interamericanos que han sido
adoptados para promover y proteger a la democracia y sus valores fundamentales,de
los excesos y abusos del poder en los que, de manera autocrática, suelen
incurrir los gobernantes latinoamericanos.
La iniciativa del Secretario
General de la OEA de invocar la Carta Democrática Interamericana para examinar el
caso venezolano ha sido desafiada por el gobierno de Maduro con base en el
argumento de que para ello se requiere la autorización del “Estado Parte”, es
decir, del mismo gobierno nacional. Sin embargo, Almagro ha resuelto ir
adelante con apego a lo dispuesto en el artículo 21 de la propia Carta y con
fundamento en el informe que, sustanciado por la Asamblea Nacional de Venezuela,
expone crudamente las flagrantes violaciones del orden constitucional en las que
ha incurrido el Poder Ejecutivo, en colusión con Tribunal Supremo de Justicia y
el Poder Electoral.
El Consejo Permanente de la
OEA puede admitir o desestimar la propuesta del Secretario General de examinar con
ojo crítico el caso venezolano, de manera que el éxito o fracaso de su
iniciativa depende, paradójicamente, de los “Estados Partes”. No obstante ello,
en caso de que el principal órgano de la OEA decida respaldar la propuesta de
Almagro, tal como se vislumbra, el sistema interamericano estará frente a un
caso inédito en el cual, más allá del infame Fujimorazo contra el desprestigiado
Congreso peruano, el Secretario General de la OEA se moviliza para contener la
arremetida institucional del Poder Ejecutivo de un “Estado Parte” que, coludido
con otros poderes públicos y en clara alteración del orden constitucional,
desconoce y asedia al Poder Legislativo recién electo por una abrumadora
mayoría de sus conciudadanos. Al aprobarse el planteamiento de Almagro, la OEA habrá
abonado el terreno para instituir una suerte de fórmula que se orienta más a proteger
la voluntad popular personificada en los parlamentos nacionales, que a los
poderes ejecutivos que son amenazados por las típicas asonadas militares.
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