Prof. Eloy
Torres
La política no es un
juego, sentenció Wiston Churchill (“Politics is not a game”) No obstante, en el
juego, como en la política, encontramos a los contrincantes en la situación de
maximizar sus ganancias. Por ejemplo, el snooker (juego de billar inglés que consiste
en ganar puntos, mediante la introducción de 15bolas rojas y otras 6de otros colores,
en los sacosde la mesa con una bola blanca; también se gana al dificultarleal
contrincante su turno de golpear con la bola blanca) es comparable - y no es
exagerado decirlo - con la política. Estudiemos a Richelieu, Cromwell, Mazarino,
Bismarck, Churchill para encontrar respuestas. Todos ellos fueron exitosos jugadores
en la historia. En 1654 concluyó el Tratado de Pereyáslav, el cual, según
destaca Potemkim (Historia de la Diplomacia, pág. 256) serviría: “para que, por
siglos, Rusia y Ucrania permanezcan unidas” Ese tratado confirmó la muy
reducida capacidad “independentista” de ésta frente a Rusia. Basta con leer a
Taras Bulba de Gogol y su descripción de ese drama.
La geopolítica desde 1917
y todo el siglo XX observó como algo natural esa “unión”. Hoy, quien se
alimente de las noticias que sacuden al mundo, las digiere con una idea mal
concebida. Rusia y Ucrania están unidas en los sufrimientos y en los buenos
momentos. Ellas experimentaron el yugo zarista de los Romanov, de los comunistas
bajo Lenin y Stalin y comparten un pasado. La literatura rusa, nace en Kiev.
Cuando se produjo “el más grande desastre geopolítico del siglo XX”, palabras
de Vladimir Putin, es decir, la desmembración de la URSS, ambos pueblos se vieron
las caras y no atinaron a comprender que ese divorcio impuesto, generase una nefasta
consecuencia. Hoy, los combates entre ambos lo explican.
De las costumbres es difícil desprenderse. Para todo
ruso, más allá de la ideología, credo e incluso apego al circunstancial líder
que les conduzca, Ucrania es “su hermana”. La noción de “nación ucraniana”
resulta odiosa a sus oídos. La paz westfaliana de 1648 y sus efectos no
alcanzaron a esa comunidad de pueblos: Rusia, Bielorrusia y Ucrania. No hay que
leer sólo noticias pues, enturbian el conocimiento histórico. Éste, a su vez condiciona
a la política. Por lo que la percepción de que Ucrania es un “anexo ruso” no
ayuda a comprender ese drama; más bien lo complica, sobre todo cuando se pretende
ver una cruzada “democratizadora” al estilo occidental, particularmente el
norteamericano.
Esos pueblos son hermanos. El desarrollo de así
llamada “cultura ucraniana” se debe a la influencia austro- húngara, durante el
siglo XIX. Los rusos consideraron como anti-ruso todo intento de invocar “la
cultura ucraniana”. Hoy no es de extrañar se invoque también ese argumento.
Cuando el Zar fue derrocado por Kerensky y la colación de demócratas rusos,
algunos líderes ucranianos se aliaron a Alemania, contra Rusia. Poco duró ese
intento, pues los comunistas tomaron el poder y el Ejército Rojo conducido por Trotsky
los pulverizó, anexando definitivamente a Kiev a los dictados de la Rusia bajo
el mando de Lenin. Luego, en la Segunda Guerra Mundial, algunos ucranianos se plegaron
y colaboraron con la Gestapo. No es casual que los rusos en su memoria mantengan
fresco ese momento contra ellos. En 1939 fueron anexadas a la URSS, las
regiones de Galicia, Volania y Bucovina del norte de Rumania, gracias al Pacto
Ribbentrop- Molotov. De este modo se sacrificó la territorialidad de ésta y de
Polonia. Importante que Ucrania en 1945 apareciese, como miembro fundador de la
ONU, al lado de la URSS. Ello facilitó el juego geoestratégico. Ganó un voto
adicional.
Los límites entre ambos fueron definidos desde
1700. Pero, la geopolítica rusa iba ampliando sus pretensiones de convertir el
Mar Negro en su Mare Nostrum, una especie de lago ruso e incluso con la
intención de alcanzar a Estambul. El imperio otomano se debilitaba y Ucrania se
beneficiaba, integrándose cada vez más al Imperio zarista ruso. Era su granero
además su ruta natural al Mediterráneo. Ese incomprensible divorcio viene
precedido de momentos de tensión entre Kiev y Moscú. En 1954, Jrushov, en el
marco de la misma URSS, transfirió la península de Crimea a Ucrania. Se
cumplían 300 años del citado Tratado de Pereyáslav. Nadie imaginó que un límite
interno en la URSS se convertiría en uno internacional. Como nadie imaginó que
Yeltsin en un ataque de dipsomanía,en la repartición de bienes, cediera en 1991
la península de Crimea a Ucrania. Gesto irresponsable, típico en aquellos circunstanciales
líderes políticos que se cubren con el manto de la titularidad de un país y
juegan a ser dioses. No importa si ellos son considerados “eternos” o herederos
delegados de éstos. Crimea se convirtió en la manzana de la discordia entre
Rusia y Ucrania. Ésta última mal aconsejada por factores exógenos a ella. Los
ucranianos no quieren ver su propia historia y ella es la memoria de los
pueblos, Kissinger dixit.
Por supuesto, la preocupación histórica no debe estimular
al revisionismo internacional. La versión, según la cual Crimea era puramente
rusa, falsifica también los hechos. Esa península fue conformada por una
población musulmana, como tártara, los cuales fueron deportados, violentamente,
por Stalin. Crimen reconocido por Jrushov en 1956. Un cuadro que permite ver que
la versión rusa sobre esa realidad histórica está enmarcada en el auge y
decadencia del Imperio ruso como del soviético. Esa versión rusa acrecienta un
sentimiento, más que una razón objetiva. Sorokin, el sociólogo y filósofo ruso,
para nada comunista o socialista, en un estudio sobre Walter Schubart dice: “El
alma occidental es egoísta, centrada en si misma e individualista; la rusa es
fraternal, concentrada en el nosotros”. Este mismo autor destaca: “la idea
nacional de Cromwell ha sido la de una nación elegida; la francesa la idea de
la dirección intelectual, y la de Alemania algo intermedio a ambas ideas; la
idea nacional de Rusia ha sido la de la liberación y unificación de la
humanidad” (La filosofías sociales de
nuestra época de crisis, Pitirim A. Sorokim, pág. 180).
Estos momentos históricos son vitales para las
relaciones entre rusos y ucranianos. Mientras los primeros ven en los 360 años
del Tratado de Pereyáslav la oportunidad para su reunificación; los segundos, o
una parte de ellos, lo ven como la ocasión que les sirvió para que ambos
enfrentaran sus problemas. Ya ello se agotó. Los tiempos cambiaron. El ruso no
lo acepta y por ello la creciente tensión política y militar, además estimulada
por el exterior. ¿Hasta cuándo?
Ucrania sufrió una hambruna en los años 30. Rusia
también. La causa: el sistema y el modelo socialista, comunista, centralista y
confiscador. Creer que fue sólo Ucrania la que sufrió el hambre es falsificar
la historia. Ambos pueblos, ya lo dijimos, sufrieron el comunismo por igual.
Hoy el Mundo se rompe los sesos y busca una solución. Se habla de diversos
escenarios. Uno es su división y creación de una federación que no es otra cosa
que la “finlandización”. Léase, un factor neutral en la zona. Ello beneficiaría
a Rusia. Otro escenario: que Ucrania se convirtiera en bisagra entre Rusia y Occidente. Este último argumento fue
utilizado en varias ocasiones, por varios analistas. No se trata de un debate
académico o intelectual, sino de mensajes cuya finalidad consiste en preparar
la psicología social para una situación conflictiva. Hoy vemos esta realidad. El
conflicto está en las puertas de ambos pueblos y amenaza a Europa y al Mundo. De hecho, esos varios escenarios geoestratégicos nos
conducen a proyectos muy viejos: El desplazamiento occidental hacia el Mar
Negro e incluso hacia el Mar Caspio, para controlar esa parte de Asia. El tema
es petróleo y la preponderancia sobre esos territorios. Hay un elemento vital
en toda esta ecuación. Todas las discusiones de los países miembros de la OTAN
sobre el conflicto ruso ucraniano, al parecer llaman la atención sobre la parte
sur del Mar Negro: Turquía. Ella es clave en toda esta situación. El sur del
Mar Negro y el Cáucaso,son elementos vitales. La gran pregunta que se hacen
algunos analistas europeos: ¿por qué contra Rusia, no se ha activado a Turquía en
esta complicada jugada?
Los que practican la geopolítica deben jugar
snooker. En una partida si alguien golpea bien sus bolas sabe que tarde o
temprano ellas llegarán a los sacos y ganará. Es importante también, entorpecer
al adversario para que éste no pueda jugar, para lo cual debe hacérsele un snooker;
es decir encerrarlo. Eso es lo que los rusos no quieren. Por ello Ucrania es clave.
@eloicito